más que palabras
César Sanz, la busca de nuevas voces para el canon
Se decidió a fundar con su antiguo compañero de instituto, Gabriel Candau, la editorial Difácil, que el año pasado cumplió sus bodas de plata con los libros
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Iniciar sesiónPreparaba su doctorado en Filosofía y Letras cuando se cruzó en su camino (y viceversa) Gabriel Candau. Estaban en 1997 y los noventa, dice, como antes los ochenta, eran años de una cultura extraordinariamente viva. Así, César Sanz (Valladolid, 1968) se decidió a fundar ... con su antiguo compañero de instituto la editorial Difácil, que el año pasado cumplió sus bodas de plata con los libros.
Si Miguel Delibes había demostrado ya sin ambages que se podía escribir en una ciudad que no fuera Madrid ni Barcelona, pensaron, también habría de ser posible que saliera adelante una editorial fuera de estos dos grandes monstruos productores de libros. Una decisión «impulsiva», en todo caso, cuyo impulso permanece veintiséis años después.
Ponerle el nombre a Difácil no fue fácil. Ni difícil. Lo más complicado fue empezar desde cero. En la casilla de salida se les ocurrió organizar un concurso, cuyo premio sería editar el primer libro de la colección. Lo ganó Juan Sendino y apareció 'Pollo canalla y otras diez pepitorias'. Y no hizo falta ya recurrir a más certámenes. De manera progresiva, se fueron sumando y sumando nuevos nombres a un catálogo formado fundamentalmente por novela y poesía. La novela, claro, pero la poesía sin duda, por gusto de lector y porque, de una forma u otra, todos los escritores beben o deberían beber de la poesía. Incluso los que no lo saben.
Como creadores que son, dice, los autores tienen «egos singulares», que hay que entender
Para ser editor, dice César Sanz, fundamentalmente lo que hay que ser es un buen lector. Y luego ya vendrán los números. A ser un buen lector aprendió desde la biblioteca de su padre y la de su abuelo. A hacer números, comprando y cambiando libros y tebeos, que adquiría «de saldo y por bolsas»: los jabatos, las adaptaciones de obras clásicas de aventuras, las colecciones juveniles de la editorial Bruguera o series como la de Alfred Hitchcok y los tres investigadores…
Más tarde vinieron Verne, Salgari, Rider Haggard, Poe, Scott, Dashiell Hammet… La colección Molino entera y, en vacaciones, un libro al día de ciencia ficción. Y, en el cambio de lector juvenil a lector lector, impactos como 'El camino', de Delibes, que en cierta manera cerraba nuestras infancias. O como 'Dioses, tumbas y sabios', de C.W. Ceram. O Baroja y los clásicos del Siglo de Oro. Pero sobre todo, en su caso, 'La saga/fuga de JB', de Torrente Ballester, que leyó «convaleciente del sarampión y febril en todos los sentidos». Un libro al que volvió más de quince veces. Y una lectura que cambió su forma de pensar la literatura.
Ahora, desde el otro lado del libro, el lector furibundo apuesta desde su editorial por un catálogo ajeno a las modas, pero que intente «proponer voces nuevas al canon». En la propuesta, es consciente de que muchas de estas voces, al tratarse de una editorial pequeña, cambian de sello en cuanto alcanzan el canon. Pero eso no le importa. Como creadores que son, dice, los autores tienen y deben tener «egos singulares», que hay que entender y cuidar. Lo importante es que se sientan cómodos. Y queridos. Y después, que vuelen hasta donde tengan que volar.
Respeto al lector
Que sí, que ahora los libros tienen una competencia feroz, porque el que antes era buen lector y echaba una hora al día de lectura, ahora entre el whatsapp, las redes sociales o las series de televisión ese tiempo lo tiene perdido. Y que además, en cierto modo, también ha caído en picado el prestigio de la cultura y de la literatura. Una cosa muy española, dice, porque si viajas a los países hispanoamericanos, allí hay unas ganas enormes de saber y de hacer, y una necesidad de estar dentro del mundo de la cultura, porque saben que la cultura salva, y que además funciona como «ascensor social». Algo que aquí también ha desaparecido. Pero todo pasa y todo queda. Y al final, los usos y desusos culturales siguen lo mismo que las modas: la ley del péndulo. Volverán las oscuras golondrinas.
Cuando le preguntan a César Sanz que qué tiene Difácil que no tienen otras editoriales, en ocasiones está tentado de responder que muchas deudas. Pero no. Más que algo especial, lo que le gusta es compartir con otros sellos, que haberlos 'haylos', el amor por los libros y la literatura, el respeto al lector y el deseo de que sus autores confíen en ellos. Con el comienzo de siglo, la editorial pasó por grandes turbulencias, hasta que los socios se separaron en 2003. Desde entonces, César ha seguido en solitario. A partir de ahí, cada año a veces ha empezado con la sensación de que podría ser el último, pero al final ha resultado ser una vez más el primero, en cuanto llega un nuevo libro, un nuevo autor en el que creer. Y lo cierto es que llegan.
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