MÁS QUE PALABRAS
Carlos Rod, la escritura a contragolpe
Fundó La uÑa RoTa en 1996. Puso en marcha una maquinaria que no ha dejado de publicar libros hasta hoy. Más de 150 en el catálogo
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Iniciar sesiónMás que un editor independiente se considera un editor dependiente de sus lectores independientes. Que no es lo mismo, pero es igual. El caso es que Carlos Rod (Segovia, 1972) fundó La uÑa RoTa en 1996, con el libro de Fito Merchante («bonaerense de ... la Chacarita, poeta, vagabundo, alcohólico, músico de jazz, suicida») 'El saludo del francotirador partiendo la noche'. Un título hoy inencontrable. Y puso en marcha una maquinaria que no ha dejado de publicar libros hasta hoy. Más de 150 en el catálogo.
Cuando se decidió a inaugurar el sello junto a sus socios, Rod estudiaba dramaturgia en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Pero su primera experiencia como editor vino a través de los fanzines. La cosa empezó desde la absoluta modestia: sacar un libro para poder costear el siguiente. Y desde la radical marginalidad que supone publicar teatro. Por mucho que venga con la firma de Bertolt Brecht, Thomas Bernhardt o José Sanchís Sinisterra. O Juan Mayorga.
Da igual. De una u otra manera, el editor de La uÑa RoTa habría terminado siendo editor. O librero, que también lo fue un tiempo. Porque de pequeño ya jugaba con su hermano a las librerías. Él era el vendedor y su hermano el cliente. Y le 'vendía' a su hermano libros de detectives o de espías que nunca leía. Lo normal, después de haber iniciado su adicción a la lectura con Sherlock Holmes. Algo tuvo que ver con su furor libresco el respeto que se le tenía al libro en casa de sus padres. Y también el trabajo de su madre en la biblioteca del colegio, donde él iba a hacer los deberes.
A alguno le podrá parecer extravagante, pero fue así. El primer título que le descubrió que era un lector-lector fueron los 'Fragmentos menores de Epicteto'. Se lo regaló su madre cuando era adolescente y, aunque le costó mucho trabajo, se lo leyó de pe a pa. Entonces no sabía lo que era el estoicismo. Fue más tarde cuando se dio cuenta de lo bien que le puede venir siempre a uno leer a Epicteto. Lo mismo que 'El Quijote', con el que se rio entonces y se sigue riendo ahora. Y gozándolo.
Algo tuvo que ver con su furor libresco el respeto que se le tenía al libro en casa de sus padres
Imbuidos todavía en la fascinación de los fanzines, los primeros libros de La uÑa RoTa se vendían en Segovia por los bares, porque las librerías los consideraban demasiado poco consistentes. Después del libro de Merchante, vino el de fotografías de Arcadio Mardomingo, la otra mitad de la editorial, que se encarga del diseño. Y la cosa se fue poniendo seria. Más allá del teatro, la colección fue creciendo por la poesía, el ensayo, las cartas, los diarios o la narrativa (que no la novela), y agrupándose en colecciones con nombres como Libros inútiles, Libros robados, Libros del apuntador, Libros que ni pintados o Microrroturas. Las cinco mil pesetas que puso cada uno de los cuatro socios iniciales, como se ve, dieron para algo.
Librería imaginaria
En un mundo editorial de espectro tan amplio como el actual, ¿cuál podríamos decir que es el toque de distinción de La uÑa RoTa? Carlos Rod tiene sus dudas. Pero no dudas en cuanto al libro a elegir entre el casi centenar de manuscritos que le llegan al mes, sino dudas en cuanto a definir lo que realmente busca.
O lo que los lectores buscan en él. «Investigación sobre el lenguaje», dice. «Autores que escriben a contragolpe», también. «La revolución de la sintaxis», además. Excéntricos, locos, inclasificables… «Gente que ennoblece con su escritura la época en que vivimos». Obras de los clásicos que no son sus clásicas obras, con cuidado de la traducción. Y obras de autores contemporáneos que pueden llamarse Angélica Liddell o Camila Sosa; Rodrigo García, Ángela Segovia, Sara Mesa o Kenneth Goldsmith. No es fácil de entender. Pero los lectores lo entienden, que es lo milagroso.
De una parte, el escritor, al que hay que acompañar hasta las últimas consecuencias. Y de otra, el público. Ese cliente que era su hermano cuando de niño despachaba en su librería imaginaria. En eso consiste ser editor: en ponerlos en contacto. Autores aguerridos y lectores que no quiere calificar como fieles, sino más bien como cómplices. Cómplices con la poética que maneja la editorial, desde la portada hasta el punto final de cada obra…
Y luego está la comunicación, el marketing, eso que aparecía en los últimos cursos de la carrera, cuando estudiaba publicidad y relaciones públicas en el campus segoviano de la Universidad de Valladolid, y que se le atragantó, porque pensaba que la creatividad no tenía mucho que ver con aquello. Otro misterio. El misterio de por qué la gente lee lo que lee y no lee lo que no lee. La mecánica de «la construcción del qué leer», que dice Carlos Rod. Pero eso es para otro día.
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