Aurora Freijo se enfrenta a la enfermedad sin paños calientes

Y, sin embargo, la paradoja que emerge de este libro es que hay mucha metáfora y sobre todo metonimias, pero no tratan sobre la enfermedad o la muerte de la madre, dos situaciones que discurren paralelas y que directamente se afrontan con una mirada descarnada, sino sobre los sentimientos que provocan, es decir, sobre los matices del sentimiento del personaje central, que no tiene nombre, y que vivencia tres situaciones alternantes: los últimos días de la madre en el hospital sometida ya a cuidados paliativos, su operación de un ojo y temor a quedarse ciega, y el desamor con el que había sido amante suyo, cuyo nombre se esconde tras la inicial T. Es un hombre atractivo, pero pocas veces he visto tan bien representado el desapego, y la inanidad a que puede llevarse la incomunicación en una pareja.

Hay en algunas buenas novelas españolas de hoy la recuperación de la tercera persona narrativa para decir lo íntimo, el dolor, los sentimientos. En esta novela ocurre que todo es interior, pensamiento, perspectiva del personaje central, pero esta dicho en tercera persona. Este hecho no es baladí, pues proporciona a la secuencia del dolor una retórica de la objetividad que no habría funcionado con igual eficacia desde la primera voz narrativa.

Aurora Freijo entra en situaciones muy lacerantes, en especial las formidables páginas que a lo largo de la novela reflejan como se viene la muerte, no tan callando como en el poema, sino en visos de objetividad del rostro o de la nariz, aguileña, que convive con la descripción de la torpeza como los demás, cuidadores hospitalarios, o familiares reaccionamos. La cuestión liminar en un tema así, y es donde la novela se la ha jugado y ha ganado la partida, tiene que ver con la idea misma de debilidad.

Lo que me ha parecido mejor de su estilo, que quizá se haya apoyado en aquella elección de la tercera persona narrativa, es que no hay melodramatismo, hay dureza, contundencia, una rara rabia que se deshace en comparaciones o metonímicas muy expresivas, y en una suerte de capacidad reflexiva. El fraseo está muy cuidado, no se desarrolla en periodos largos, sino cortos, por eso he recurrido a la imagen del escalpelo, como si se tallara el dolor de una mujer tanto frente la enfermedad como frente la muerte de la madre. La idea que queda grabada es la de que quizá no haya mejor modo de decir la fragilidad que dando acogida a sus miedos. Magnífica narración intensa a la que el espacio de novela breve ha beneficiado.