LA TRASAtlántica
Nariz
Sor Juana Inés de la Cruz era una escritora libérrima e hilarante. Adelantó formas de decir tan desparpajadas que nos tomó siglos recuperarlas
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Retrato de época de Sor Juana Inés de la Cruz
El mundo se divide entre quienes piensan que Sor Juana y María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, fueron amantes y quienes piensan que los ardorosos poemas de la mexicana eran un asunto de gratitud y preceptiva. La disputa es más divertida que ... sustanciosa y dice más de quienes tomamos partido en ella que de la pobre sor Juana: como sabemos de ella sólo lo poco que quiso que supiéramos, le colgamos lo que sea.
Yo prefiero creer que Juana y María Luisa hicieron lo que se les dio la gana —la amistad tenía en el siglo XVII expresiones distintas a las que tiene hoy— no porque los poemas ofrezcan evidencia sobre la naturaleza de sus encuentros, sino porque prefiero a la gente que tiene vidas desordenadas y bravas y porque creo que sor Juana debe haber sido en persona como sus villancicos y sus poemas pícaros: risueña. Además, quienes piensan que la lírica dedicada a la condesa era sólo cortés, suelen pensar también que el proceso contra sor Juana no tuvo nada que ver con su abandono de la poesía y, en última instancia, su muerte -y hay que ser un mea pilas peligroso para pensar eso.
Incluso como poeta Sor Juana sigue siendo un misterio, una escritora con vueltas inesperadas, que nunca cierran del todo, como si hubiera sido, satánicamente, muchas. Era culta y densa, apasionada por Calderón y Góngora —a quienes imitaba y, decía Octavio Paz, a veces superaba. En 'Lámina sirva el cielo al retrato'—un poema endiablado, en el que se persiguen 60 decasílabos que comienzan en esdrújula—, canta la belleza académica de la condesa de Paredes. Dice sobre su frente, comparándola con la luna:
«Hécate, no triforme, más llena,
Pródiga de candores asoma,
Trémula no en tu frente se oculta,
Fúlgida su esplendor desemboza».
De entrada, como dijo Lorca de algún poema de Darío, sólo se entiende el «en» -Lorca dijo el «que»-, pero la suntuosidad de la frase, la negación gongorina -duplicada-, el verso trimembre que habla de las tres caras de la luna, la dicción que reclama la sección de consulta de una biblioteca, son descomunales. Hay que llegar a Lezama para encontrar un poeta tan arriesgado.
Y era, también, una escritora libérrima e hilarante. Adelantó formas de decir tan desparpajadas que nos tomó siglos recuperarlas. En 'El pintar de Lisarda la belleza' —que Darío imitó en su 'Epístola' a la señora Lugones—, encadena casi 400 pareados para reírse de una joven rica y fea. Dice de sus cejas, pitorreándose de la modelo y la preceptiva—que dominó como nadie—: «Las cejas son, ¿agora diré arcos? /Que es su consonante luego zarcos.» Del pelo: «Por el cabello empiezo, estense quedos / que hay aquí que pintar muchos enredos». Y despacha la nariz con un trazo raudo y demoledor, pero tan festivo que hasta su víctima —de existir— debe haberlo celebrado:
'Síguese la nariz, y es tan seguida'.