Octavio Paz, elogio desde la sombra

Los textos, quizá para evitar distorsiones temáticas, n o han sido organizados cronológicamente . Así, el primero de ellos, «La persona y el mundo» es posterior a la muerte de Paz, acaecida en 1998 y que sabemos sea de esta manera porque se refiere en él a ese acontecimiento, y el primero de los que el autor -según su nota previa fecha- es de 1992. Al haber sido eliminadas las referencias de las publicaciones donde estos textos aparecieron así como la fecha en que fueron publicados, no tenemos modo de contextualizarlos, salvo la entrevista que cierra el libro, que fue publicada en «El Urogallo» en 1998 y que así consta, lo que es una lástima porque creo iluminaría aspectos muy concretos del momento en que fueron escritos, a pesar del carácter analítico de la mayoría de ellos y de centrarse en una tarea didascálica de cierto nivel teórico.

Pero al no fecharlos -para el lector poco avisado o por lo menos para el que se fía de un primer aspecto- da la impresión de ser un ensayo nuevo sobre Octavio Paz, lo que da lugar a una cierta confusión dado que no es así de ninguna manera. En cualquier caso, y suponemos que ha sido realizado de esta manera para otorgar mayor fluidez al texto. El libro representa una buena introducción a la figura y obra del autor de «El arco y la lira» y se centra con acierto en los aspectos más destacados de su obra.

De este modo, el lector que se acerque por vez primera a la obra del autor mexicano -premio Cervantes en 1981 y Nobel de Literatura en 1990- podrá felizmente tener a su alcance una división hecha con aprecio: el aspecto de dilucidador de la realidad mexicana en Paz y que culmina en un libro esencial, «Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe»; un análisis clarificador sobre los principios en que se yergue su obra poética, basados en los distintos ejemplos de ruptura del orden simbolista de André Breton y Ezra Pound; desde luego, la vertiente erótica y amatoria de muchos de sus poemas; su interés por el arte , por Matisse, por Picasso y, desde luego, por Marcel Duchamp a cuya obra, «El Gran Vidrio», dedicó un bello libro, amén de referirse a su figura en «Apariencia desnuda» y, claro, la India , fundamental en su desarrollo intelectual y que le dio motivo para escribir ensayos de inaudita iluminación como «El mono gramático».