Rodrigo Blanco Calderón - EL ANIMAL SINGULAR
Kill Bill (Shakespeare)
Ciertas lecturas nos descubren la dimensión de nuestra ignorancia, como si fuéramos esa presentadora que confundió a un tal Shakespeare con el escritor
Rodrigo Blanco Calderón
El 26 de mayo de 2021 corrió una noticia que sorprendió al mundo: William Shakespeare había muerto. Bill, como le llamaban, de 81 años, fue la segunda persona en haber recibido la vacuna contra el coronavirus en el Reino Unido. En Argentina, Noelia Novillo ... , una presentadora del Canal 26, se mostró conmovida: «Vamos con una información que nos deja a todos con la boca abierta ante la magnitud de este hombre. Estamos hablando de William Shakespeare y de su fallecimiento». Y luego agregó: «Como sabemos, uno de los escritores más importantes . Para mí, el más referente (sic) de la lengua inglesa».
No vengo a decirles que no me reí al escuchar esta burrada. Lo interesante es que la confusión sobre la identidad de William Shakespeare forma parte de su leyenda. De hecho, la famosa teoría que atribuía sus obras a Francis Bacon tenía que ver, también, con la estupidez: no era posible, pensaban los que apoyaban esta hipótesis, que un simple actor popular pudiera haber escrito obras tan sublimes e inteligentes como ‘Hamlet’ , ‘Romeo y Julieta’ o ‘El mercader de Venecia’ .
El dato lo encontré en el texto ‘¿Acaso Shakespeare era Shakespeare?’, de Umberto Eco . Está incluido en su más reciente recopilación de ensayos, ‘La memoria vegetal’ (Lumen, 2021), que viene a engrosar la bibliografía póstuma que nos dejado el inagotable erudito italiano. A este título llegué por azar y quiso el destino que coincidiera con la graciosa anécdota de la presentadora argentina, pues lo que experimenté leyendo a Eco fue el estupor, no exento de placer, de sentirme un perfecto estúpido.
El volumen abre con una sección titulada ‘Sobre la bibliofilia’, donde Eco, en un alarde de indulgencia o de crueldad, nos hace creer que nosotros y él compartimos la misma pasión por los libros . La ilusión se derrumba en el apartado siguiente, ‘Historica’, del cual entendí muy poca cosa, lo que no me impidió disfrutarlo. Cada tanto levantaba la vista del libro y contemplaba el horizonte, que de pronto era una representación adecuada de las inconmensurables dimensiones de mi ignorancia. No con respecto a la vida o al universo sino con respecto a Umberto Eco. Sentimiento que Eco se encargó de sembrar en su audiencia a través de diversas declaraciones a la prensa sobre cómo la televisión, la internet y las redes sociales habían exaltado al «tonto del pueblo» y provocado la «invasión de los idiotas» . Y uno leía estas salidas con risa cómplice, como si nos guiñara un ojo y se refiriera solo a las Noelias Novillos de este mundo, que confunden a un William Shakespeare con William Shakespeare. Cuando, en realidad, se estaba refiriendo a la mayoría de nosotros. Y esto el lector lo descubre o lo recuerda al repasar cualquier página de ‘La memoria vegetal’.
Queda el consuelo de pensar que Umberto Eco a lo mejor se sentía así con respecto a Borges . De ahí, el homenaje que le rinde en ‘El nombre de la rosa’ . Del mismo modo que le sucedió a Borges con el bardo inglés, como lo revela ese sueño que tuvo a sus ochenta años, en el que «un hombre sin cara en un cuarto de hotel le ofrecía la memoria de Shakespeare».
Sueño que está en el origen del último cuento de Borges.
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