ARTE
Letanía para caer en el abismo
El mexicano Damián Ortega introduce en el Palacio de Cristal tres obras con las que cuestiona la idea de éxito
FRANCISCO CARPIO
« Cae / Cae eternamente / Cae al fondo del infinito / Cae al fondo del tiempo / Cae al fondo de ti mismo / Cae lo más bajo que se pueda caer / Cae sin vértigo […] / Cae en infancia / Cae en vejez / Cae en lágrimas / Cae en risas / ... Cae en música sobre el universo / Cae del mar a la fuente / Cae al último abismo de silencio / Como el barco que se hunde apagando sus luces …» infancia, vejez, lágrimas, risas, música, silencio
Así nos exhortan los versos de Vicente Huidobro , dentro del « Canto Primero » de su «Altazor o el viaje en paracaídas», un extenso libro-poema, publicado en 1923 por el poeta creacionista chileno, tratando de hacernos sentir que el nacer es ya comenzar la caída inevitable . Así, la vida, ese breve o largo lapso entre el nacimiento y la muerte será también la caída…
Surgir y sucumbir
Y así, inspirándose igualmente en estos poemas, Damián Ortega (Ciudad de México, 1967) nos propone con « El cohete y el abismo », una personal lectura sobre las contrapuestas y dialécticas tensiones entre esas dos fuerzas, aparentemente antagónicas, la energía de lo que asciende-surge y el impulso negativo de lo que cae-sucumbe . Y lo hace estableciendo una analogía con algunos de los hitos de la arquitectura y la ingeniería modernas, una de sus principales y más significativas áreas de investigación y producción.
La propuesta se articula en torno a tres obras que reflejan claramente su interés por la arquitectura y por la ingeniería modernas . La primera es « Torre Latinoamericana », uno de los iconos más representativos de la reciente arquitectura mexicana. Realizada entre 1949 y 1956 por el arquitecto Augusto H. Álvarez , guarda una evidente semejanza con el neoyorkino Empire State, siendo durante algunas décadas el rascacielos más alto de la capital de México, sin duda un cuestionable mérito, dado el elevado riesgo sísmico de esta zona… De nuevo, la arquitectura como simbólico emblema monumental –con frecuencia bastante poco coherente– del poder de la sociedad capitalista . Ortega invierte la representación de la torre, sostenida del techo por un cable de acero, y la convierte en una suerte de péndulo flexible, hecho con piel, que se mece oscilante mientras esparce arena por el suelo, por lo que asimismo actúa como una gran clepsidra que dibujase el tiempo sobre el interior del Palacio . A mi juicio, el hallazgo plástico más feliz del proyecto.
Cada una de estas obras resulta por separado un relato adecuado y sugerente, pero juntas se estorban entre sí
Se trata, sin duda, de un claro alegato de cuestionamiento del concepto de monumento público , tal como el propio Ortega ya había manifestado anteriormente: «No me interesa el uso heroico del espacio público, como hacían los muralistas; prefiero que las intervenciones parezcan anónimas, hechas por cualquiera , y que sean desmontables o portátiles, transitorias. No me interesa la intervención grandilocuente o megalómana, prefiero hacer inserciones virales, alterar puntos focales…».
La noción de monumento, da precisamente título a su segunda obra. En ella transforma el «Titanic», nuevamente un icono –fallido– del poder, en este caso vinculado a la ingeniería, en una nueva escultura blanda, que igualmente cuelga suspendida, como si se tratara de otro desafío a la lógica de la funcionalidad y de la infalibilidad industrial . Aquí, el transatlántico queda mutado en un simulacro, entre cómico e inquietante, de ese mismo concepto de «monumento» que ya había esgrimido con su anterior trabajo.
Progreso cuestionable
«Los pensamientos de Yamasaki » incide también en estos mismos parámetros de ascensión-caída . En esta ocasión la reflexión sobre uno de los mayores fracasos arquitectónicos modernos como fue el proyecto urbanístico de vivienda pública Pruitt-Igoe , situado en la ciudad norteamericana de San Luis, le sirve para construir, a través de la plausible voz de su autor, Minoru Yamasaki, así como de ciertos objetos vinculados a la memoria de los habitantes de esos edificios, una estética escenificada de la decepción y la pérdida de la fe en un progreso cuando menos cuestionable.
En mi opinión, cada una de estas tres obras por separado resulta ser un relato adecuado y sugerente de sus intereses artísticos. No encuentro, sin embargo, que juntas logren ese mismo objetivo sino que, por el contrario, se estorban entre sí , especialmente la tercera de sus propuestas. Es cierto que para caer en el abismo se necesita infancia, vejez, lágrimas, risas, música o silencio, pero también un poco de economía, elección y orden.
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