ESCULTURA
Juan Muñoz, el maestro de la voz silenciosa
Este año se cumplen veinte de la muerte del escultor. Patio Herreriano se hace eco de la efemérides y da pie a recorrer su legado, todavía muy vivo
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Iniciar sesiónRecuerdo el tono de su voz cuando me habló del «hígado cristalizado» de Borromini , añadiendo, con pasión febril, que teníamos que salir cuanto antes hacia Roma. Era «inaceptable» (empleó esta palabra) que no estuviéramos en ese momento en San Carlino . ... No me pareció nada delirante, ni había un mínimo atisbo de farsa. Al contrario, el Barroco nos reclamaba y teníamos -aunque fuera imaginariamente- que desplazarnos, «como si estuviéramos deseando penetrar dentro de una columna».
Aunque suene anecdótico o nostálgico, sentía que su discurso era tan apabullante como fascinantes eran sus «teatralizaciones escultóricas» . Había tomado con plena conciencia la senda de ‘los intempestivos’, y en plena farándula posmoderna, con ‘des-y-rematerialización’ del Conceptual y el Povera imponiendo su ley curatorial, resultaba extraño cuanto menos dedicarse a hacer estatuas.
Juan Muñoz (1953-2001) conocía de sobra la retórica artística de la época para tener miedo o sufrir angustia de las influencias. Aunque parecía pedir permiso para ‘hacer una imagen’, en realidad se había tomado todas las libertades del mundo para colocarse en un terreno singular, en el filo de algo que podía parecer refractario. La mala lectura podía alimentarse con facilidad, y eso le llevó a desconfiar de los «textículos catalográficos» , prefiriendo publicar en sus catálogos diálogos casi ‘pirandellianos’ o recurrir a narradores para que abrieran compuertas de sentidos discordantes.
Hasta límites épicos
Llevó su imaginario hasta límites épicos con la instalación ‘Double Bind’ (2001) en la Sala de la Turbinas de la Tate Modern , falleciendo con el reconocimiento global a sus planteamientos. Podría dar la impresión de que todo le había ido sobre ruedas, cuando en realidad había sido -como lo fue Nacho Criado - una voz que clamaba en el desierto.
Su fiero carácter estaba más que justificado en un contexto cultural adocenado, atrapado en las letanías del «no me comprenden los extranjeros». Muñoz prefirió durante algunos años exponer con galerías portuguesas antes que andar penando en la escombrera patria, imponiendo su voz artística como un ventrílocuo, o acompañado por un enano post-velazqueño.
Un creador brillante
La exposición ‘de los chinos’ en el Palacio de Velázquez certificó que era un artista de una brillantez y astucia ‘conceptista’ (valga esta apelación a Baltasar Gracián ), que sabía focalizar la mirada con dispositivos arquitectónicos y escénicos espléndidos. Pero, tal vez, fue más imponente todavía la intervención que realizó en la DIA Foundation en Manhattan , titulada ‘A Place Called Abroad’ (1996), donde parecía como si estuviéramos rematerializando un drama ‘cuasi beckettiano’, sin palabras, con mínimos gestos. Sentíamos unos rumores inhóspitos, como los que alegoriza la escultura ‘Pieza escuchando una pared’ (1992), punto de partida de la exposición que se ha montado en el Museo Patio Herreriano de Valladolid.
Javier Hontoria como comisario ha sabido disponer con sutileza las obras de un maestro de la ‘mise en scene’, con la magistral ‘Conversation Piece (Hirschhorn)’ (1995) en la Capilla de los Condes de Fuensaldaña , casi mimetizada con el color de la piedra, esquinada, pero, al tiempo, reverberando en todo el espacio. Las cortinas en trampantojo dialogan con ‘Cinema Steps’ (1988), que es un ejemplo de la capacidad que tenía Juan Muñoz de integrar un dibujo con un elemento cotidiano para producir un efecto de sorpresa y extrañeza. El espejo ‘aberrante’ -recurro una vez más a la alusión borgiana- nos coloca junto al personaje con la ‘mascarilla sonriente’ que adquiere en el tiempo pandémico una pertinencia como forma de camuflar nuestros dramas, y el impresionante suelo óptico de ‘The Wasteland’ (1986) constata la capacidad que tenía este artista para colocarnos en una escena paradójica.
La pieza que más placenteramente me desconcertó fueron los personajes árabes enmascarados que parecen conversar en círculo, mientras otro guarda distancia con el semblante desnudo. No había visto nunca esa obra y, en esa gran galería que ocupa, me ha parecido que es un prodigioso juego de escalas: no son enanos y, sin embargo, nos obligan a encorvarnos, experimentando una flexión mental y no sólo corporal que atraviesa ese ‘realismo’ anticonvencional de Muñoz.
Aún sorprende
Tal vez su mente producía cambios de trayectoria como un trinquete valenciano, ese espacio de juego con escaleras incluidas que puede hacer que la pelota salga en trayectorias imprevistas. Sus obras trazan hasta nudos borromeos; sus pasamanos no sirven para apoyarse, sino para recorrer terrenos de incertidumbre; en su mente borrominiana podían entrar todo tipo de prodigios. Su voz, incluso silenciosa, sigue siendo fascinante.
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