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ABC Cultural

José Luis Garci - TELEGRAMAS CINÉFILOS

El Jardín de Allah

Escritores, dramaturgos y estrellas de Hollywood se alojaron en este complejo de Sunset Boulevard para inspirarse, correrse juergas, iniciar romances y curar depresiones

José Luis Garci

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Ya no existe. Estaba en Sunset Boulevard . Entonces casi todo estaba en Sunset Boulevard. El drugstore Schwab’s (donde Holden iba a comprarle a Norma sus cigarrillos Abdullah), el restaurante Le Dôme , el bistrot ... Source (allí Woody y Annie rompieron definitivamente), la oficina de Paul Kohner y la mansión de Miss Desmond , a la altura del diez mil y pico, con aquella piscina dèco, nada que ver con las de Hockney . Allah Nazinova había actuado en algunas películas durante la época silente. Era una actriz que tenía su misterio, aunque muy exagerada, sobreactuaba hasta cuando abría una puerta. Sin embargo, a Rodolfo Valentino le fascinaba. Se comentaba que por ella había dejado tiradas a sus dos esposas, dos, casi a la vez, por lo que fue acusado de bigamia. A Jean Hackey , su primera mujer, la perdió de vista a los cuatro días, sin consumar el matrimonio. A la coreógrafa Natasha Rambova , lo mismo, la abandonó a la semana sin darle un beso. Nazinova, que era una lesbiana nada anónima, mantenía con Rodolfo una relación muy fuerte, parecida a la del doctor Caligari con Césare. Le tenía absolutamente dominado. Pola Negri , la última ‘amante’ del astro italiano, comentaba que a Valentino le gustaba más hacer espaguetis que hacer el amor. Volvamos a Allah. Al llegar el sonoro, dejó de hacer películas y, en un terrenito que había adquirido en Sunset Boulevard, edificó un hotel. En realidad, unos cuantos bungalows alrededor de la inevitable alberca en forma de riñón. Perfecto para Los Ángeles , donde la vida es horizontal. Al Garden of Allah se precipitaron los escritores que trabajaban bajo contrato en MGM, Fox o Warner. A todos, conocidos y desconocidos, Allah les hacía precio. Se corrió la voz. Y cuando algunos de los miembros de la Tabla Redonda del Algonquín , la leyenda de la Calle 44, que ese sí que era, y es, un hotel vertical -como la vida en Manhattan-; al recibir los contratos y los dólares que les prometieron los Estudios, decía, los Woollcott, Dotty Parker, Edna Ferber, Perelman, Robert Sherwood, lo mejorcito del ‘Vicious Circle’ neoyorkino , abandonaron el Salón Rosa del Algonquín y se precipitaron sobre Movie Town . Concretamente, se dirigieron al Jardín de Allah . Era la gente con más clase y talento de su época, dramaturgos de éxito en Broadway, novelistas de altura, críticos, periodistas prestigiosos de ‘Vanity Fair’ y ‘The New Yorker’. Al llegar a la todavía Boom City , descubrieron que quienes tecleaban en los bungalows de al lado eran Dash Hammett, Faulkner, Lillian Hellman, Scott Fitzgerald y Billy Wilder , aunque a este, todavía sin blanca, le habían instalado en una minúscula habitación de un bungalow que compartía con la lavandería, el cuarto de plancha, el de los enchufes y el de las escobas. Los conciertos producidos por las Underwoods al anochecer, eran dignos de Bayreuth o Salzburgo, sinfonías en las que tenían cabida la alegría de Mozart, la grandiosidad Wagneriana y la melancolía de Chopin. A última hora, los del ‘Allah’s Groups’ se bañaban y nadaban bajo la luz blanquecina de los proyectores que cruzaban los cielos las noches de estreno, que eran todas. El Jardín de Allah vio nacer romances difíciles, como el de Hammett y la Hellman o el de Sheilah Graham y Fitzgerald . Allí, el autor del Gatsby iría dando forma a Monroe Stahr , el protagonista de su obra maestra inacabada ‘The Last Tycoon’ (‘El último magnate’, es decir, Irving Thalberg , otro wonder boy como lo había sido el propio Scott). Pero eso solo ocurría en días alternos, cuando el autor de ‘Suave es la noche’ no bebía y se mantenía sobrio a base de una dieta de 30 Coca Colas diarias. No era el único alcohólico chez Allah. Todos, y todas, se evadían con whisky o ginebra de las prisiones de los Estudios en las que trabajaban. Las peores eran las de Warner Bros. , empresa conocida entre la afición como San Quintín. Como digo, tecleaban sus guiones encarcelados de 9 a 5, y luego escribían sus libros y relatos en los bungalows, descamisados, o sin sujetador, frente a la piscina, que de noche se iluminaba y a algunos creían ver el Mediterráneo en aquellos tonos lapislázuli del agua climatizada. Cuando las estrellas de Hollywood estaban en trance de divorcios y separaciones, esas semanas se recluían en el jardín de Allah -saloncito, teléfono, dormitorio y baño-, aunque la verdad es que vivían en el bar, de estilo español, con paredes de estuco, que estaba en la parte de atrás, muy parecido a la cantina donde Mitchum conoce a Jane Green en ‘Retorno al pasado’. Hace ya muchos años que se derribó el Garden of Allah, aunque su aroma, si te fijas bien, lo encuentras en las páginas de la última novela de Fitzgerald. Pocos han desenmascarado con mayor acierto las fachadas y las calles de contrachapado de esa ciudad que nunca ha estado en ninguna parte, a pesar del gigantesco cartel que la anuncia y preside - Hollywoodland , al principio-; insisto, pocos como el creador de Pat Hobby han profundizado en ese territorio espectral llamado Dreamland con tanta precisión e inteligencia, quizá Nathanael West, Louise Brooks o David Niven . Quiero creer que, mientras amanecía en Sunset Boul, con la luz convaleciente de ‘Las Meninas’, el Jardín de Allah se cubría con esa fosforescencia de los eclipses de Luna que tanto ayuda en las resacas.

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