LA DOLCE VITA

Los Herreros, una dinastía de cine

Enrique Herreros jr. publica un entrañable libro que es más que un homenaje a su padre. También al Séptimo Arte, y un retrato de sus rutilantes estrellas

Enrique Herreros jr., en el despacho de su casa José Ramón Ladra

Sí, hubo un tiempo en que la Gran Vía fue la Quinta Avenida o Hollywood. A escala, pero lo fueron. El cine entró en España de manera arrolladora. Pronto se convirtió, junto con el fútbol, en el gran espectáculo de masas. Las catedrales laicas se ... instalaron, también, en la Gran Vía. Esas salas de proyección de mármoles y alfombras. El misterio. La pantalla. Gentes como Enrique Herreros (Madrid, 1903-Áliva, Cantabria, 1977) no solo contribuyeron a ese éxito fulgurante, a esa proclamación del imaginario colectivo, y popular, sino que vivieron el cine como una realidad más verdadera que la que decían de verdad. Todo cuanto tocaba lo convertía en materia cinematográfica. Ya fuera desde la publicidad, la promoción, la representación, la cartelería, la creación y la dirección.

Recorrió todos los departamentos y en todo dejó una singular presencia. Tan singular que, tras el trágico paréntesis de la Guerra Civil, Herreros seguía ahí, es decir, en el cine. De Filmófono a Dipenfa o CB Films, a los enormes carteles de Jano, que se colgaban la #madrugada del domingo al lunes, cuando cambiaba la programación. Enrique Herreros no sólo vivió los años dorados del cine, cuando era más que un espectáculo, un sueño, un viaje, una promesa, sino que los compartió con estrellas irrepetibles, porque fue un mundo irrepetible.

Por la obra, prologada por Eduardo Torres-Dulce, desfila todo el que fue alguien, y el que no lo fue, también

Ahora su hijo, Enrique Herreros jr . (Madrid, 1927), publica un libro maravilloso, entrañable, guasón, melancólico, teñido de una elegante y castiza (es compatible) ironía, ‘Los dos Herreros’ en Modus Operandi con un jugosísimo prólogo de Eduardo Torres-Dulce. Es más que un homenaje a su muy querido, presente padre, o mejor, es un homenaje a los dos, al cine, a Madrid, a los que ya no están pero qué deslumbrante manera de estar tuvieron, al cachondeo de las bambalinas , a lo que nadie se atrevió a contar. Desfila todo el que fue alguien, y el que no lo fue, también.

Piropo

Caben todos, pero siempre con la condición de que tengan algo que sentir, gozar. De Picasso a Dominguín, de Garci a Bradbury, les retrata el autor y se retratan ellos solos, Romy Schneider, Sarita Montiel, Laugthon, Cukor, Chaplin, Tyrone Power, Elizabeth Taylor, junto a momentos más íntimos, alguno incluso veladamente desgarrador. Algo conmovedor, hoy extraordinario, es el cariño, la presencia constante del padre en la vida, industrias y andanzas del hijo. Un libro para disfrutarlo y revivir, volver a vivir, incluso lo no vivido, pero sí soñado en la vida de los dos Herreros.

Pocos lugares tan madrileños como la teatral Plaza de Santa Ana, flanqueada por Calderón y Lorca, presidida por el Español, y en el número 3, antiguo Viña P, Piropo . De los mejores, por ser cautos, espetos sureños (sardinas, boquerones), despampanante ensaladilla , y en las ensaladas, anímese con la de tomates, chipirones y pochas, es el tiempo. El tiempo de olvidar, por un rato, tan fatuo presente y aligerar el equipaje ante lo que se anuncia.

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