LIBROS
Gregorio Marañón: ¿Cataluña como «déjà vu»?
El Instituto de Humanidades y Ciencias de la Salud de la Fundación Ortega-Marañón, que dirige el autor de este artículo, y Ediciones Cinca, editan un ensayo sobre ambos intelectuales y el liberalismo. Abordan asuntos tan actuales como Cataluña
ANTONIO LÓPEZ VEGA
Al leer el artículo que Gregorio Marañón publicó en el diario orteguiano «El Sol» tras el verano de 1931, cuando las Cortes Constituyentes republicanas afrontaban el tramo final que llevaría a la promulgación de la nueva Constitución, es inevitable sentir cierta perplejidad ante la ... plena actualidad de las palabras del médico español. Con todo, los historiadores sabemos bien que la historia nunca se repite y que, cuando Marañón se refiere al «antiguo régimen», es decir, al régimen de la Restauración , nada tienen que ver las circunstancias que acompañaron a la vida política de ese periodo con los de la actual España democrática.
Tras un siglo XIX en el que, de manera pareja a la debilidad estructural del Estado Español, había renacido el sentimiento identitario de raíz cultural en Cataluña al calor de la «Renaixença» -variable catalana del romanticismo-, a finales de esa centuria, se asistió a la conformación del catalanismo político -el «Memorial de agravios» (1885) y las «Bases de Manresa» (1892) constituyeron, «de facto», su acta de nacimiento. La debacle española de 1898 acentuó, por su parte, las disfuncionalidades de la Restauración y dio origen al que se conoció en nuestro ensayismo como el problema de España. Inmediatamente, en 1901, la «Lliga» regionalista tendría un primer y espectacular resultado electoral convirtiéndose, desde entonces, en el elemento decisivo de la política catalana .
En ese inicio del siglo XX, si España vivía la que se conoce como la Edad de Plata -pléyade de hombres y mujeres que europeizarían científicamente, en el amplio significado del término, nuestro país-, Cataluña también asistió a su particular momento de esplendor, primero con el modernismo y, un poco más tarde, con el «noucentisme», movimiento que aunaba cultura y política y que contribuyó decisivamente a visibilizar lo que era una realidad: Cataluña como entidad propia y diferenciada. La «Lliga» ahondó en ese contexto en una doble dirección entonces complementaria: lograr autonomía política y catalanizar España -en sintonía con los aires que alentaban las élites intelectuales españolas que entonces asomaban al liderazgo público, singularmente Ortega y Azaña.
Los protagonistas
Maura y Canalejas, Prat de la Riba y Cambó, primero, Azaña, Maciá y Companys, después, fueron los principales protagonistas de los vaivenes políticos que caracterizaron la relación entre Madrid y Barcelona que, desde luego, no fue en absoluto sencilla. Hubo momentos de choque que sobrecogen al historiador por cuanto de dramático derivó de ellos: la Semana Trágica de Barcelona (1909), la Asamblea de Parlamentarios que, en 1917, convocó a los diputados en Barcelona ante la inactividad de unas Cortes que permanecían cerradas o, en fin, la crisis de octubre de 1934, cuando Esquerra Republicana de Catalunya desbordó por la izquierda a la «Lliga», se hizo con la «Generalitat» y Companys declaró de manera unilateral el Estado catalán en la República federal española.
Al releer a Marañón cabe preguntarse cómo no hemos encontrado una solución al encaje catalán
Por otra parte, también hubo momentos de entendimiento como los que protagonizó Francesc Cambó cuando, por ejemplo, con suma habilidad, supo llevar la discusión de la reforma administrativa del Estado al terreno catalán logrando la proclamación de la «Mancomunitat» en 1914, o su participación en el gobierno de Maura de 1918, o cuando su prestigio hizo que su nombre se barajase como presidenciable para la República de 1931 -algo que frustró un cáncer de garganta. Marañón, que había atendido a Prat de la Riba en su lecho de muerte, debe referirse singularmente a él cuando señala en este artículo que «el político catalán, conoce a España mejor que el político de aquí conoce los problemas de la región catalana». Un poco más tarde, en 1932, C ataluña obtuvo por vez primera el reconocimiento de su Autonomía de la mano de Azaña.
La visión unitarista y excluyente que vio en el ejército la columna vertebral de la nación y que identificó a los nacionalismos periféricos como enemigos de la unidad nacional durante las dictaduras de Primo de Rivera y Franco, dinamitaron lo caminado en busca del encaje catalán en España. Si con Primo la realidad catalana fue defendida por los intelectuales castellanos que, posteriormente, en 1930, serían homenajeados en olor de multitudes en Barcelona, con Franco la reacción catalanista se hizo visible , sobre todo a partir de los años sesenta, a través de la obra de escritores y editoriales, la «nova cançó», poetas, historiadores, filólogos, eclesiásticos o el F. C. Barcelona.
La Transición
Con la Transición la España plural se abrió camino y Suárez y Tarradellas impulsaron el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1979 que, a la postre y a pesar de los conflictos inherentes a la vida política democrática, trajo resultados enormemente beneficiosos para todos, como mostrarían los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. A partir de entonces, la situación se fue deteriorando poco a poco: la quiebra del espíritu de pacto que llegó con las nuevas generaciones políticas en los años noventa, las transferencias autonómicas a cambio de gobernabilidad que pusieron en peligro la cohesión nacional -educativas singularmente-, la corrupción y la durísima crisis económica de los últimos años, no han sido los mejores compañeros de camino. Juan Pablo Fusi comenzaba «La patria lejana» (2003), su memorable ensayo sobre los nacionalismos en el siglo XX, señalando que estos no son un problema, sino una realidad histórica. Así debe entenderse la realidad catalana hoy también. Al releer estos textos políticos de Marañón debemos preguntarnos no solo cómo es posible que no hayamos encontrado una solución satisfactoria para todos, sino invocar a unos y a otros a la reflexión, el sosiego, el sentido común -«seny»-, y, desde luego, a una buena dosis de pragmatismo.
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