LIBROS
En las garras de Ottesa Moshfegh
‘La muerte en sus manos’ es su último libro hasta la fecha, pero en realidad es un manuscrito temprano de Ottessa Moshfegh que no decepciona a sus seguidores
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónComienza así (¡y qué comienzo!): Vesta Gul (¡y qué nombre!), alguna vez víctima de marido cruel y ahora viuda de setenta y dos años , sale a caminar por el bosque en el que vive recluida junto a su perro en una cabaña. Y ... encuentra una nota (¡ y qué nota!) en la que se lee: «Se llamaba Magda. Nadie sabrá nunca quién la mató. No fui yo. Este es su cadáver». Pero allí no hay cuerpo alguno sino, a partir de entonces, la más omnipresente de las ausencias que, de inmediato, acompañará día y noche a la, digámoslo, no muy estable y bastante volátil y muy solitaria Vesta.
Y así -en menos de lo que se demora en decir Patricia Highsmith o David Lynch - ya estamos de nuevo en el particular y ya inconfundible mundo-mente de Ottesa Moshfegh . Allí donde ya conocimos al marinero borracho y gay y acaso asesino de McGlue, a las criminales domésticas de ‘Mi nombre era Eileen’ o a la somnífera pero perturbadoramente despierta ‘american psycho’ de ‘Mi año de descanso y relajación’.
Criaturas que han hecho de Moshfegh (Boston, 1981, hija de croata e iraní, hermana de un muerto por sobredosis y pupila de la suicida y formidable Jean Stein) la mejor y más personal voz escrita de su generación en la que se alinean las también muy meritorias y turbias Rivka Galchen, Jamie Quatro, Alexandra Kleeman, Emma Cline, Jenny Offill, Rachel Kushner y Kelly Link.
Pero Moshfegh es, por mucho, la mejor (y aquellos que aún no lo tengan claro, esperen a los cuentos reunidos en ‘Homesick for Another World’: seguro su mejor entre sus inmejorables libros y colección de relatos felizmente desesperados que puede entenderse como la versión hembra de ese clásico de la forma y del fondo que es ‘Hijo de Jesús’ de Denis Johnson ). ‘La muerte en sus manos’ es su último libro hasta la fecha pero, en realidad es un manuscrito temprano y, jura Moshfegh, redescubierto no hace mucho luego de haberlo olvidado porque «tal vez lo escribí sólo para mí».
Soledad
Y, sí, en cualquier caso y más allá de su ambiente siniestramente bucólico, otra variación de la ya característica Aria Moshfegh: mujer a solas (y a la vez voz narradora más que poco confiable) quien, de pronto, comienza a comprender que ella misma no es la más conveniente de las compañías en su soledad. Y es así, enseguida, Magda comienza a adquirir para Vesta la tan vital presencia y textura de uno de esos fantasmas existentes o existencialistas de Henry James o la chispa que enciende a un nabokoviano y pálido fuego a fantasear. (Y nota al margen: no dejan de ser curiosas las similitudes en tema y atmósfera de ‘La muerte en sus manos’ con ‘Sobre los huesos de los muertos’ de la premio Nobel Olga Tokarczuk; pero todo lo que en Tokarczuk todo a efecto más bien efectista, en Moshfegh resuena como afecto especial.)
La escritura de Moshfegh va más allá de los parámetros del ‘thriller’
Así, Vesta («un buen detective supone más de lo que interroga», se justifica en sus andanzas por las calles y casas de un pueblo que comienza a mirarla cada vez más raro y es más que normal que así sea) más inventa que investiga a Magda como si se tratase de una Rebecca sin testigos y, por lo tanto, retrato en blanco al que se le puede pintar lo que más guste y convenga.
Sorpresiva
Y la dota de toda una vida imaginada (fumadora compulsiva y estudiante extranjera que permanece en Estados Unidos más allá de lo que permite su visa, viviendo en un sótano, deseada por varios hombres y, claro, posibles verdugos) pero cada vez más palpable acaso para rescatarla de su muerte invisible. Pronto, inevitablemente, Magda es más real que Vesta. Y -como ocurre con más de una heroína de Shirley Jackson o de Joan Didion, todas ellas víctimas de la súbita distorsión de lo cotidiano - aquella que se pensaba protagonista acaba como poseída de sí misma pero con otro nombre.
De este modo, más allá de los parámetros del ‘thriller’ pero sin nunca abandonarlo del todo, ‘La muerte en sus manos’ (las manos con las que se teclea una novela) acaba siendo también, sorpresiva e inesperadamente, una suerte de Taller Literario Moshfegh donde aprender todo lo necesario en cuanto a la construcción de un personaje a la vez que se invita a la destrucción de una persona.
Dwight Garner -mi crítico favorito en ‘The New York Times’- comparó (¡y qué reseña!) el leer a Moshfegh con «ver a alguien sonreír con su boca llena de sangre» . De ahí que quedan advertidos todos aquellos que se apunten a otra clase de esta indiscutible y feroz maestra quien -mientras apresa al lector no con sus manos sino con sus garras- no deja de sonreír mientras sus criaturas sangran.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete