LIBROS
Fontcuberta se hace un «selfie»
El artista, docente, crítico y comisario de exposiciones Joan Fontcuberta nos vuelve a sorprender con un ensayo donde mira al pasado, al presente y al futuro de la fotografía
Joan Fontcuberta, autor de «La furia de las imágenes»
La Historia de la Fotografía tal y como la entendemos no llega a los dos siglos: relativamente joven si la comparamos con los ancestros pictóricos o escultóricos resguardados en cuevas y entre los pliegues de figuras femeninas de pétreas y fértiles formas. No ... obstante, su «corta» vida resulta extensa e intensa en ensayos e interpretaciones entre mágicas y fantasmagóricas: de robar el alma de los vivos a congelar la mirada de los muertos. Por poner dos referencias todavía vigentes en nuetros imaginario teórico, tomemos al renombrado, y siempre nombrado, Walter Benjamin y a Susan Sontag («Sobre la fotografía» , título fundamental en esta bibliografía). Oscar Wilde, cuya imagen para la posteridad quedó fija en una foto y no en un lienzo a lo Dorian Gray, sentenció aquello de que «más vale que hablen de mí aunque sea para mal» y en esa tela de araña se balancea toda la historia e intrahistoria de este álbum fotográfico que vira del sepia al blanco y negro y de ahí a un color muy desvaído. El píxel y el «selfie» dibujan otras perspectivas.
Desenfoque total
Hablar bien de la fotografía, lo que se dice bien en absoluto, al cien por cien, no lo ha hecho ni el propio gremio artístico: como disciplina le ha costado entrar en los museos de arte y asentarse en el mercado, pese a que luego ha alcanzado precios millonarios con algunos nombres señeros ( Gursky , Jeff Wall...). Dentro de estos encuadres tan desenfocados se sigue moviendo el instante detenido que ya no es tan detenido; más bien no para de moverse en coordenadas de redes sociales y mapas googleados. Hemos superado a Cartier-Bresson y al esforzado fotoperiodista que, expulsado de su sitio natural (los medios impresos, de periódicos a revistas), cuelga sus fotos en salas de exposiciones de variado pelaje, cuando no en libros de pesado gramaje. La tecnología y sus travesuras digitales han roto la foto fija en mil pedazos y, por tanto, vuelta a empezar en los discursos y resoluciones. Quien no quiera verlo así está condenado al bucle más melancólico posible y, por ende, al fracaso.
Lo mejor de este último ensayo sobre la materia son los casos y ejemplos observados en primera persona
En ese baile de objetivos se mueve Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) como pez en el agua porque es arte y parte y porque no tiene miedo a reconocer su propio fracaso. Algo así como su propia muerte y resurrección. Lo mejor de este último ensayo sobre la materia son los casos y ejemplos observados en primera persona que sí que capturan una «foto finish» exacta, justo en la línea de llegada y de salida en una nueva carrera que marca récords de infarto: e n el portal «Flickr» se vuelcan medio millón de imágenes a lo largo de un día entero, 24 horas. Son datos del año 2011, imaginen ahora.
Cuenta Fontcuberta cómo fue llamado -allá en tiempos ya casi prehistóricos dentro de este ámbito tecnológico- por una compañía telefónica para una especie de sondeo en el que le preguntaban si él veía futuro a la posibilidad de poner o meter una pequeña cámara fotográfica en el móvil. Fontcuberta recomendó que no, que lo propio era mejorar los terminales, la cobertura...; que las fotos, para las cámaras de toda la vida. Reconoce su poco ojo: «Por suerte no me hicieron caso. Tal vez consideraron mi opinión como la de un pureta excéntrico». Como la ironía es una de sus máximas teóricas y prácticas -a sus obras y a su manera de narrar y analizar me remito-, gozamos no solo leyendo sino imaginando la escena.
Los casos reales se entretejen con la erudición en este ensayo. Saltamos de Heráclito -que «anticipa el espíritu de internet cuando sostiene que el fundamento de todo está en el devenir del cambio (‘todo fluye, nada permanece’)»- al periódico de Hong Kong y la agencia France Press que se deshicieron de todos sus reporteros gráficos para darles cámaras digitales a gentes de la calle. En el primero de los casos, a repartidores de «pizza» que se movían por la ciudad sin que ningún atasco les parase. En el segundo de los ejemplos, a jóvenes nativos que hablaban árabe y podían acceder a lugares vedados en Bagdad. A eso Fontcuberta lo llama «reciente episodio de darwinismo tecnológico ». Certero y socarrón.
«Homo photographicus»
Remata con «se puede comparar a la caída de un meteorito que condujo a la extinción de los dinosaurios y dio paso a nuevas especies». Llega el «Homo photographicus». Nosotros mismos, que «no queremos tanto mostrar el mundo como señalar nuestro estar en el mundo ». Fontcuberta tiene los pies en la tierra y el ojo en el botón preciso, cuando no en el ojo de quienes aún suspiran por pasados románticos. Como en sus trabajos artísticos, este ensayo peca de inteligente, y el pecado estimula más que la virtud.
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