ENTREVISTA
Diego Doncel: «Hoy la gran tarea de la literatura es crear la posibilidad de la esperanza»
El poeta publica ‘La fragilidad’, un libro intenso en el que, a partir de la muerte de su padre, abraza la vida y reivindica los cuidados, y que le hizo merecedor del premio Loewe 2020
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Iniciar sesiónFue hace más de una década, pero da igual: en el dolor no pasa el tiempo. Había quedado a cenar con sus padres, y de camino su madre lo llamó para avisarle de que él no se encontraba bien. Al llegar a su casa, lo ... subieron al coche y lo llevaron a una clínica, donde les aseguraron que no tenía nada. Se equivocaron. Antes de que se marcharan de allí sufrió un infarto. «Recuerdo la imagen de la puerta abierta en la habitación en la que lo metieron, le estaban dando oxígeno con un ambu. No tenían respiradores, tampoco UCI. Intentamos por todos los medios conseguir una ambulancia. En el hospital de Cáceres nos dijeron que por la falta de oxígeno y los daños en la corteza cerebral posiblemente se quedaría en coma». Ellos sí acertaron: nunca volvió a despertar. Ocho meses después, murió.
Este suceso marcó la biografía Diego Doncel (Malpartida de Cáceres, 1964), que durante muchos años estuvo buscando una forma de contar lo sucedido: las miles de horas de espera, los cuidados, la limpieza de los bronquios, los recuerdos a los pies de la cama, la tristeza infinita, el largo viaje a la orfandad. Intentó la novela, y fracasó más de una vez. Al final, como siempre, apareció la poesía. Una verdad se encendió en algún punto de su ser, y con ella alumbró todos los versos de ‘ La fragilidad ’ (Visor), premio Loewe, nada menos. Un libro, aunque parezca lo contrario, lleno de vida, de esa luz que se filtra por las grietas.
—Pasaron más de diez años entre aquel día fatídico y la escritura de este poemario. ¿Por qué tanto tiempo?
—Tenía que encontrar una voz dentro de mi voz para poder escribir algo que, por lo que yo estaba comprobando, si introducía elementos de ficción no me llegaba a satisfacer. Quería contar la verdad desnuda, la verdad cruda de lo que yo viví. Entonces encontré algo con lo que podía convivir perfectamente: ya no tenía que buscar nada, sino simplemente elegir los hechos más significativos para que el lector supiera lo que pasó allí.
—¿Esa voz se busca o aparece?
—Aleixandre lo dijo muy bien: la belleza no se busca, se encuentra. Tú solo puedes crear las condiciones para que eso venga.
—¿Fue una experiencia catártica?
—Uno no entra de una determinada manera a escribir un libro y ya sale absolutamente confortado. Uno no sale nunca confortado de una experiencia así. Pero desde luego sí que sirve para crear una especie de consuelo, para crear una especie de energía, para aplicar razón a una auténtica sinrazón. Yo creo que el poema, en realidad, te da la lucidez necesaria para afrontar la memoria de unos hechos que en mi familia todavía nos siguen influyendo de una manera muy fuerte, muy potente. Eso es la catarsis.
Los hechos, los malditos hechos, son estos: «Íbamos a casa, nos duchábamos, comíamos algo, volvíamos a un pasillo en la UCI, porque no había sitio para los familiares, simplemente era un pasillo, y estábamos allí esperando a ver qué pasaba: era muy terrible. A las tres de la mañana una enfermera abría la puerta, todo estaba en silencio, y bum: familiares de tal... Cuando te decían eso era como cuando en Auschwitz llamaban a un preso: sabías que la persona que estaba allí había muerto. Nunca te llamaban a esas horas para otra cosa. Aquellos veinticuatro días de la UCI fueron auténticamente terribles. Después de aquello nos lo llevamos a una clínica, porque el sistema sanitario español no contempla el cuidar a ese tipo de enfermos». De repente, Doncel interrumpe el relato de la tragedia y suelta esto: «En todo momento tuvimos una enorme confianza en la vida».
—¿De dónde nace esa confianza en un momento tan oscuro?
—Nace de la misma circunstancia de ver a alguien querido en esas circunstancias. El novelista Martin Amis dijo que la muerte de su padre lo había llenado de energía, y es así. Te hundes en la tristeza, pero a la vez la propia mente humana busca una vía de redención de esa tristeza. Durante todo el tiempo que estuve con él, y cuando murió, se daban esas dos cosas: la tristeza y la necesidad de buscar una vía para volver a reconciliarme con la vida. Es un poco todo así, en realidad. Estamos programados para seguir adelante. Lo ves cuando contemplas la naturaleza: la fuerza de la vida es tremenda, es algo absolutamente asombroso.
—Lo dice en este verso: «Solo el dolor nos desafía a amar una vez más».
—Yo lo recuerdo todo como lleno constantemente de luz. Era una época triste, pero estaba todo el día bañado por esa luz, por esa especie de claridad.... Y eso tiene que ver con la actitud de mi madre, de esperar y esperar, incluso hoy, de seguir esperando a mi padre. Siempre esa espera, que es una esperanza. Eso era lo más importante que podía dar en esta obra.
—En este sentido es un libro raro: abraza la vida en la muerte.
—Hemos vivido un siglo XX que se ha regodeado demasiado en lo negativo de la existencia. Los escritores han creado mundos demasiado oscuros, han llevado al hombre casi a la cosificación. Creo que la gran aportación que debe hacer hoy la literatura es darle al hombre la dimensión que verdaderamente tiene, que es la de un ser fascinante, grandioso. La literatura tiene el deber de crear la posibilidad de la esperanza. Bastante infiernos reales hay ya como para seguir añadiendo infiernos al mundo.
—La desesperanza tiene mucho prestigio en la cultura. Se asume la verdadera lucidez solo puede conducir al dolor.
—Ese es el mensaje que hemos tenido de toda la literatura y de todo el arte del siglo pasado, un arte que yo he hecho. Yo no puedo negar a Samuel Beckett, yo no puedo negar el existencialismo, porque me he criado ahí. Tampoco puedo negar a Thomas Bernhard, que desde el punto de vista del teatro y la novela me parece alucinante, pero me gustaría dar un salto a otra parte y no hablar del hombre en la dimensión que hablaron ellos. Hay una cosa en la que pienso mucho. En un momento dado, Rafael, el pintor renacentista, dejó de pintar martirios. Decía que lo que quería era pintar la belleza de la vida real. Quizás ahora hay que dejar de pintar martirios. O pintarlos, pero para señalar que el inicio del camino a una forma de estar en equilibrio con el mundo.
En este presente lleno de mentiras y falsedades, sostiene el escritor, «la literatura tiene la necesidad de ser verdad». Lo que no está corrompido por la pose, por los filtros, es lo único que resiste los embates del tiempo: el resto se disuelve, solo pervive lo auténtico. Lo explica muy bellamente en ‘Las palabras de Antonia’: «Ven, le dije, aún estamos tú y yo / aún la vida continúa. / Aún puedo retirarte el cabello de los ojos, / ver que el mundo no ha podido vencer la dimensión / de tu belleza, que los sentimientos normales / no se han convertido en parte de la falsedad».
«Necesitamos urgentemente verdades, aguantamos menos la ficción por la ficción. Lo que buscamos es identificarnos con lo que ha vivido otro. Cuando el lector siente que lo que tiene enfrente es una verdad desnuda, la potencia del poema es absolutamente arrolladora», asevera Doncel.
Él sabe que en su libro late una verdad incómoda: nos recuerda lo pequeños que somos, pero también lo mal que hemos cuidado a nuestros mayores. Esa sensación de traición está ya en el primer poema, que invoca a Judas, aunque fue escrito antes de la llegada del virus. Doncel lamenta y proclama: «La generación que más ha sufrido en la pandemia es la generación más importante de España: fueron niños cuando la Guerra Civil, vivieron el hambre de la posguerra, la emigración, después ayudaron en el desarrollismo de los años sesenta e hicieron la Transición democrática. Es la gran generación del siglo XX, y ahora que se merecen ser cuidados en su vejez los hemos llevado a sitios que no están a la altura de su historia. España debería hacer el esfuerzo de tener un sistema asistencial a la altura de lo que verdaderamente tiene que ser este país. Recuerdo que visitamos un lugar que se llamaba la Asistida, en Cáceres. Entrar allí era como descender a un círculo del infierno, una cosa auténticamente terrible. Y no es una comparación exagerada».
—La fragilidad del título es, también, la gran revelación de la pandemia: una lección olvidada.
—La fragilidad es una reivindicación doble. Para empezar, lo que yo quería era constatar que somos frágiles, pero que a la vez somos un ejército de frágiles. Los hombres somos un ejército de frágiles, una muchedumbre de frágiles. Y esa, en el fondo, es la fortaleza que nos ha permitido pervivir a glaciaciones, guerras, hambrunas, pestes y todo lo que sea. Incluso a nosotros mismos. Por otro lado, me gusta reivindicar la poesía como algo frágil. Es lo más frágil que tenemos y, a la vez, lo más grandioso, lo más poderoso. Pensar que la mente humana haya podido crear algo como un poema me parece increíble.
—¿Por qué la poesía y no más bien la nada? ¿Qué sentido tiene la poesía?
—Yo creo que la poesía nació de una necesidad. Para mí todo es una cuestión cerebral. Todo. El cerebro humano necesita crear constantemente belleza porque si no esto sería irresistible.
—Y al poema, ¿qué le pide?
—Que tenga sentimiento y pensamiento. Como decía Unamuno, el sentimiento está pensando y el pensamiento está sintiendo: eso es lo que hace que la poesía sea un elemento de conocimiento interior y de conocimiento del mundo. La poesía que más me gusta es la poesía que se atreve a pensar.
Doncel asume que ‘La fragilidad’ es una obra de madurez, el final de un largo proceso intelectual y vital. «Es algo que yo llevaba mucho buscando, esta reflexión viene desde hace mucho», confirma. No solo habla de literatura, claro. Aun así, se sorprende al verse a sí mismo y a sus cercanos volviendo sobre estos temas, tan antiguos. «Si a mí me dices, cuando yo tenía dieciocho años, que mi generación iba a hablar de dos cosas que yo detestaba como la Guerra Civil y la familia, creo que me hubiera dedicado a la ganadería. Nunca pensé que fuéramos a hablar sobre eso, pero posiblemente el tema de la familia sea el gran tema de nuestro tiempo, porque es lo que más crisis nos ha provocado: el divorcio, el comportamiento de los hijos…»
—Y la muerte del padre, que desde Jorge Manrique está ahí.
—Es que en el fondo la muerte del padre es también una cuestión de pensar quién eres tú.
Hay un conflicto en ‘La fragilidad’ con la trascendencia: es un deseo que se estrella constantemente con la falta de evidencias. No se puede tocar. «Por algún sitio vuelves pero es un sitio que ignoramos», escribe Doncel. El poeta, al fin, se despide, pero se agarra a los recuerdos: «Yo soy bastante materialista. No creo que haya más allá. Ahora bien, creo que nos lo podemos crear nosotros. ¿Cómo me creo yo el más allá con personas que han muerto, con mi padre, con amigos, con gente a la que yo quería? Dialogando con ellos, desde la memoria o desde las palabras que ellos dejaron. En algún momento del texto fantaseo con la posibilidad de un más allá: son formas de esperar que haya un consuelo más allá de la desaparición total». Siempre podemos hablar con nuestros muertos.
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