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LIBROS

Los Colón: de tal hijo, tal padre

El profesor de Cambridge Edward Wilson-Lee reconstruye en «Memorial de los libros naufragados» la figura del hijo menor de Colón, Hernando, en su afán por crear una biblioteca universal

Edward Wilson-Lee impartiendo una clase
Manuel Lucena Giraldo

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Si Jorge Luis Borges hubiera podido elegir con quién comer -que no fuera su propia madre Leonor, por supuesto- hubiera escogido a Hernando Colón. El hijo del almirante fue un ser humano extraordinario, como muestra en este libro con pasión contagiosa, maestría narrativa y erudición exquisita el profesor de Cambridge Edward Wilson-Lee . Su conocimiento de la bibliografía en español resulta decisiva. La figura del hijo del descubridor posee múltiples peligros de interpretación. Cordobés, nacido en 1488, fallecido en Sevilla en 1539, eso ya imprime carácter, Hernando Colón fue hijo natural , un dato relevante que, sin embargo, no conviene sacar de quicio. Lo importante era el reconocimiento paterno y fue reconocido, querido y protegido por su padre. Este era viudo cuando conoció a la joven veinteañera cordobesa Beatriz Pérez de Arana , que sabía leer y escribir y acompañó al almirante hasta su muerte en 1506. Hernando devolvió el cariño a su padre dedicando la vida a escribir su biografía y poner orden en el caos que había alumbrado, sin pretenderlo en absoluto.

Saber parcial

Una posibilidad abierta, en aquella época magnífica del humanismo temprano, era la organización de los saberes en una biblioteca que lo contuviera todo. Puede parecer una ficción, mas el estatuto del conocimiento se pretendía abarcable en la Europa de comienzos del siglo XVI. Había relativamente pocos libros impresos (manuscritos, muy abundantes) y una presunción de control de la información. El conocimiento estaba ahormado por la voluntad de Dios y la autoridad de los clásicos. Por eso, Colón siempre supo a dónde iba: Asia. La lenta configuración de América como un continente nuevo, que había quedado desconectado de la globalización euroasiática, fue un disgusto del que nunca se repuso.

La vida y obra del hijo fiel, Hernando, acompañante en el cuarto y último viaje a América, se convirtieron en un peculiar ajuste de cuentas. La frase resulta literal, en el sentido en que fue él quien sostuvo los pleitos colombinos, las demandas familiares contra la corona para que cumpliera lo acordado, imposible de satisfacer. Las cuatro partes del volumen, «El aprendiz de brujo», «El lenguaje de las imágenes», «El atlas del mundo» y «Poniendo las cosas en orden», responden a las estrategias vitales de Hernando para lograr la vindicación de su progenitor y el orden de la biblioteca. Esta acabó por constituir un planeta propio.

Había viajes de los que Hernando retornaba a Sevilla con mil libros. Todo le interesaba

Había viajes de los que Hernando retornaba a Sevilla con mil libros. Para que no se escapara nada, recogía hojas volanderas, efímeros, partituras. Todo le interesaba. La gestión derivó en una teoría del conocimiento. Los primeros catálogos sirvieron para que no hubiera duplicados. El «libro de los epítomes», que tenía 1.361 entradas en 1524, pretendía reducir lo relevante de cada volumen a siete u ocho renglones. En la lista de los términos empleados para describir el estilo de los diversos autores, figuran «farragoso, docto, atinado, informal, limpio, florido, compendioso, impreciso, esmerado, elegante, ilustrado, provechoso, delicado, refulgente y pedestre». Aunque la abundancia de volúmenes de derecho y medicina era un inconveniente, Hernando Colón no pensaba que pudiera formarse una obra de medicina capaz de curar todas las enfermedades, un manual con el método perfecto para enseñar gramática, o un libro de leyes para gobernar el mundo. Los epítomes avanzaban si acaso en la dirección adecuada. Los signos que marcaba en trozos de papel, las estanterías a propósito, los sistemas de ordenación, por tamaño, asunto, alfabético o idioma, todo mostraba su pragmatismo.

Error de bulto

El trabajo extraordinario que realizó en la década de 1520 como cosmógrafo y cartógrafo al servicio de Carlos V hubiera merecido mayor reconocimiento. La que fue en rigor la más importante biblioteca privada del mundo fue legada por Hernando en testamento a su sobrino Luis, con condición de custodia y acrecentamiento. Al no cumplirse, pasó a la catedral hispalense. La fundamental «Historia del almirante» se editó por fin en Venecia en 1571. La biblioteca constaba de 15.370 libros y más de tres mil imágenes y, a pesar de las medidas tomadas contra robos y malversaciones, imágenes, diarios y catálogos desaparecieron. Para nuestra fortuna, unos 4.000 libros constituyen la espléndida Biblioteca colombina de la catedral de Sevilla.

No por causalidad están allí, sino por el esfuerzo patrimonial del cabildo, ciudad e instituciones españolas a lo largo de cinco siglos. En este sentido, es una pena que alguna afirmación del autor más propia de un despistado turista romántico, o soporíferos comentarios sobre «el brutal genocidio que se infligió a la población indígena», parezcan formar parte de otro libro. Hernando Colón nunca los hubiera suscrito.

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