Ángeles Agrela y las nietas de Lilith

Como ya hiciera el pintor Chuck Close , Agrela rompe las normas del género del retrato tanto por la cantidad de información descriptiva como por su dimensión monumental. Los recurrentes elementos decorativos, ubicados en el fondo de la composición y en los ropajes, muestran una pulsión más pictórica gracias al uso del acrílico. Pero el eje visual reside en los peinados, donde recurre a los lápices para perfilar grandes y estrambóticas masas de color. En obras anteriores de esta serie, Agrela ocultaba la mirada de las modelos con extraños usos de la cabellera; aquí, los peinados se transforman en seductoras máscaras que, como la medusa petrificante, reclaman nuestra mirada al tiempo que la desbordan.

Percibimos una compleja mezcla de lo monstruoso, lo fascinante y lo bello, elementos que convergen en el ámbito de lo sublime, una categoría estética que la pintora retoma bajo la perspectiva de la sospecha. El filósofo Kant , de los primeros en teorizar acerca del concepto como desbordamiento de la corrección, señaló que las mujeres no eran capaces de desarrollar un gusto refinado; solo el varón podía alcanzar la verdadera contemplación estética, una virtud que le permitirá forjar arquetipos femeninos para su satisfacción visual.

Hoy, en época de digitalización de la mirada, la belleza ha arraigado esencial- mente en lo pulido, en lo liso y en lo impecable. Agrela asume el reto de traducir este exceso de pulcritud a través del dibujo y de la pintura. Como resultado, nos ofrece un placer visual que ya no reside en el agrado, sino en una extrañeza que colinda con lo terrible.

Según la Biblia hebrea , Eva fue precedida por Lilith, que Dios creó del barro. Después, se reveló ante las exigencias de Adán y lo abandonó. En 2005, la historiadora Erika Bornay plasmó en ‘Las hijas de Lilith’ cómo en el último tercio del siglo XIX se formuló un relato visual de Lilith que, bajo diversos disfraces, generó ominosas representaciones de la mujer fatal. También florecieron iconografías de la mujer como lo ‘otro monstruoso’, transformada en esfinge, medusa, harpía o gorgona. En una feliz coincidencia con esta exposición, Bornay acaba de publicar ‘La cabellera femenina’, donde analiza la historia visual de esta «corona real de la femineidad», como la describió Paracelso.

Sus últimas páginas relatan la Francia dieciochesca que llevó al extremo las extravagancias capilares, algo que Agrela retoma aquí para recodificar sus significados: lo artificial como nueva afirmación de lo real, pero también, el humor como como estrategia para poner en escena verdades apenas entrevistas.