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Mark Twain y un excéntrico millonario
«El billete de un millón de libras» es un relato divertido y poco conocido del escritor americano Mark Twain. Una historia descabellada en la que se cuelan lúcidas reflexiones sobre la veneración al dinero o la inverosimilitud de la fama
paloma torres
El billete de un millón de libras es uno de los relatos más divertidos de Mark Twain y, como destaca la nota introductoria a esta edición de Gadir , también uno de los menos conocidos a pesar de encarnar las cualidades más representativas del autor ... y a pesar de haber sido llevado al cine en 1954, con Gregory Peck en el papel del protagonista, Henry Adams.
Henry Adams es un honrado ciudadano que trabaja para un corredor de minas en San Francisco. Un día naufraga en la bahía de San Francisco y es recogido por un pequeño bergantín que navega hacia Londres. Durante el viaje es obligado a trabajar para pagarse el trayecto y desembarca en Europa como un hombre pobre, andrajoso y hambriento, que mira como un tesoro la pera que un niño impertinente ha tirado al arroyo. «Se me hacía la boca agua, mi estómago imploraba, todo mi ser suplicaba por aquella fruta; pero cuantas veces daba un paso para cogerla, otras tantas la mirada de algún transeúnte ponía en evidencia mi deseo; y entonces, como es natural, yo me levantaba, fingía indiferencia y hacía como que no me había fijado en la pera en absoluto».
En estas se encuentra cuando le invitan a entrar en una casa elegante situada a sus espaldas. Allí, dos excéntricos millonarios, propietarios de un raro billete de un millón de libras, se preguntan «cuál sería el destino de un extranjero totalmente honrado e inteligente que llegara a Londres sin un amigo y sin otro dinero que aquel billete de un millón de libras, sin poder tampoco explicar cómo había llegado a sus manos». Uno de los millonarios cree que morirá, otro que sobrevivirá. Apuestan veinte mil libras, le entregan a Henry Adams el billete en cuestión y le dan el plazo de un mes para volver con el billete intacto. Si lo logra, le ofrecen un trabajo a la medida de sus cualidades.
En aquello que se narra como lo más ridículo el lector se encuentra con la realidad
La actitud del sastre
El hecho de que al inicio del relato se fije un plazo de tiempo tan claro es una estrategia narrativa muy eficaz para atraer la atención del lector: ¿lo logará?, ¿morirá antes?, ¿qué le sucederá? Y, así, una vez enganchado el lector, se van encadenando los divertidos sucesos de El billete de un millón de libras .
Se trata de un relato breve, que se lee de una sentada, y esta brevedad es uno de los fundamentos de la diversión que es capaz de causar. Tal vez si hubiera sido un relato más extenso, o Twain hubiera convertido esta historia en una novela, habría debido desarrollar los aspectos dramáticos que plantea y lo cómico habría sido rodeado, cercado, por estos otros asuntos: la veneración al dinero de la sociedad, la superficialidad en el trato cambiante, que desprecia al vagabundo y adula al rico, la facilidad para acceder a la alta sociedad en base sólo a una mentira, el amor apasionado por la muchacha inglesa Portia Langham.
Pero la celeridad que le impone el relato breve a este argumento extenso provoca la hegemonía de lo cómico, de la perspectiva irónica que caracteriza al autor de Las aventuras de Tom Sawyer o Las aventuras de Huckleberry Finn. Nada hay de dramático, por ejemplo, en el súbito cambio de actitud de un sastre, que al ver el billete de un millón de libras comienza a hablar sin cesar y a reñir al empleado: «¡Venderle un traje tan innoble como este a un excéntrico millonario! ¡Tod, es usted un idiota, un idiota y lo ha sido siempre!». Todos los cambios se producen rápidos: el ascenso a la fama, el enamoramiento (en dos minutos) de Portia, y por eso divierten, no da tiempo a que conmuevan ni a que susciten grandes reflexiones.
No da tiempo a que los sucesos conmuevan, por eso divierten
En la escena del sastre se comprueba otra de las virtudes del texto, que demuestra la ingeniosa ironía de Mark Twain. En aquello que se narra como lo más cómico, lo más alocado y lo más ridículo (el sastre que, fuera de sí, regala trajes y camisas al aparente millonario), el lector se encuentra, de repente, con la realidad cotidiana.
Las ilustraciones de Marcos Morán son rígidas, aunque no por ello inexpresivas. Las pupilas de los personajes se salen de las órbitas, y hay en ellas un equilibro entre la seriedad y la carcajada que se ajusta bien al relato de Marc Twain... En esta loca aventura del millón de libras.
Mark Twain y un excéntrico millonario
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