de puertas adentro
Julio Falagán, con alma de chamarilero
Acepta que va poco por su estudio, que comparte con siete artistas más. Pero cuando lo hace, lo que toca es revolver, producir a toda máquina. Así es el taller de Julio Falagán
javier díaz-guardiola
Cosas que nos descuadran antes de llegar: estamos subiendo a este espacio a través de un montacargas (sirva en defensa de sus dueños admitir que este redactor no tiene orientación ninguna y que no supo entender las indicaciones facilitadas para coger el ascensor del que ... hacen uso el resto de los mortales). Una vez arriba –y de entre todo lo que allí se acumula–, nos llama la atención una fotocopiadora: «No es lo único extraño que te puedes encontrar. Aquí trabajamos ocho artistas, por lo que en la parte de atrás parece que tenemos un taller de bicis. Y luego están mis maquinitas para jugar, mis juguetitos, lo que acumulo... ¡Pero no son cosas raras! ¡Son mis obras! ¡Para mí no hay nada extraño!»
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El que así se defiende es Julio Falagán , que, como bien admite, comparte taller con un montón de artistas más (Justin Williams, Carlos Alemany, Rodrigo Román Ibáñez, Chefer Cuneo, Jordi Ribes...), lo que ya convierte todo aquello en algo fuera de lo habitual a lo que estamos acostumbrados cuando visitamos estudios de creadores. No obstante, muy cerca, en esta zona del suroeste de Madrid, se sitúa otro estudio compartido (y en el que trabajan, entre otros, Miguel Ángel Tornero , Santiago Giralda y FOD): «En este barrio se hicieron muy famosos hace tiempo los llamados Encuentros de Oporto, que reunían en los talleres a un montón de gente. De alguna manera, y tras la experiencia del último Open Studio, en el que tuvimos aquí hasta a unos bailadores de tango, estamos planteándonos resucitar una iniciativa similar».
Fotocopias a diez céntimos
Falagán dirá lo que quiera, pero este no es un lugar normal. Él emplea la fotocopiadora como parte de alguno de sus proyectos («cada vez que tengo que hacer una copia tengo que poner 10 céntimos. Pero se puede programar para que sea menos la cantidad. Además, tengo la llave para recuperar el dinero»). Él la compró de segunda mano, pero lo habitual es que todos los objetos que acumula o intercambia por sus propias obras para seguir creando más obras (esa fue la filosofía de su proyecto «Operación trueque», en Utopic_US ), los consiga en mercadillos o directamente en los contendores de basura. Aquí se van acumulando, hasta que el artista los da salida, en un entorno en el que tampoco hay un teléfono fijo o, lo que podría ser hasta una herejía para un adolescente, conexión a internet: «Aquí venimos todos a trabajar. Y un ordenador te puede entretener mucho. Si necesitas un dato puntual, para lo que sea, está el móvil, donde es más difícil navegar. Pero aquí no tenemos el facebook activo».
«Mi forma de moverme aquí es como ir al Rastro. Aunque parezca desordenado, sé dónde está todo»Suena la radio. Esta tarde la selección musical corre a cargo de Rodrigo («que por las mañanas nos deleita con el programa de Jiménez Losantos. Es divertido. Ya nos hemos hecho a él»). Nuestro protagonista llegó aquí en 2009, tras una beca en la Casa de Velázquez , cuando su trabajo creció y necesitó salir del encorsetamiento del hogar familiar: «Este es un estudio con trayectoria, en el que ha pasado un montón de gente. Lo abrieron tres artistas, que llegaron a vivir aquí. Ahora lo ocupamos ocho, y las zonas destinadas a vivienda las empleamos como almacén. Para mí ha sido mi primer y único taller hasta la fecha. Ocupo la mitad de superficie de lo que utilizan mis compañeros, pero, por mi forma de proceder, termino invadiendo sus mesas cuando no están».
Podría parecer que ocho personas juntas propician más el que se molesten unas a otras que el ponerse realmente manos a la obra: «Eso pensaba yo al principio, pero no es así. La verdad es que es complicado que coincidamos todos. Pero cuando lo hacemos, cada uno está a lo suyo, parando lo justo para tomarnos algo o para cambiar impresiones, que te pueden solucionar muchos quebraderos de cabeza, sobre todo cuando te obsesionas con una cuestión y no encuentras la solución. Por otro lado, yo no es que tenga precisamente una jornada de trabajo. Aquí no vengo mucho; el taller para mí es más como ese lugar en el que acumulo cosas, porque yo soy muy Diógenes; pero cuando lo hago es para trabajar a tope. Me gusta hacerlo además quedándome hasta tarde. Entonces sí que no hay interrupciones».
Un estudio de batalla
Este es un edificio industrial, en el que estos artistas conviven con un almacén de camisas en la plata superior, una encuadernadora justo en frente y una ebanistería en el piso de abajo: «Este es un estudio de batalla –nos explica el vallisoletano–, para nada estético, en el que siempre huele a pintura». Ahora está muy ordenado («es porque el Open Studio fue hace poco y tuvimos que recoger», responde rápido), pero lo habitual es que «no se pueda ver el suelo, y mucho menos la mesa de trabajo»: «Siempre hay una más limpia que la mía, y esa es la que invado para coser o para las labores más delicadas. Mi forma de moverme aquí es como ir al Rastro. Pero aunque parezca desordenado, yo sé dónde está todo. No limpio mucho, pero ordeno y clasifico todo lo que voy trayendo».
«El taller es para mí más como ese lugar en el que acumulo cosas. Yo soy muy Diógenes»Y ese «todo» incluye pequeños muñecos, banderines, carteles y anuncios; gafas de broma, cuadros cogidos de aquí y de allá; cachivaches inútiles, maquetitas, juguetes mutilados... «Siempre me ha interesado la cultura popular. Es algo reconocido por todos y, por tanto, un buen medio para contar cosas más complejas. Se me conoce sobre todo por mis pinturas, pero he utilizado todos los medios. De lo que se trata es de llegar al receptor de la mejor manera posible. Además, y aunque cuando estudiaba me obsesionaba con lo de seguir una línea, hoy me he dado cuenta de que la gente te reconoce en lo que haces y que lo importante es no encasillarse. Me gusta ponerme retos».
Reunión de cielos azules
El taller custodia alguno de los bodegones de su última exposición en 6más1 , su galería en Madrid. «Entonces me interesó analizar el miedo como forma de control, por lo que fue una muestra oscura y densa. Ahora estoy centrado en todo lo contrario, reuniendo y juntando los cielos de esos cuadros que voy encontrando, desechando todo lo demás. También me ocupa un proyecto que llevaré a La Térmica en unos meses titulado Bibliotecas enriquecidas y con el que intervengo libros de bibliotecas con pequeños dibujos que luego devuelvo al circuito. Está todo en relación a la idea de compartir el arte y de encontrártelo donde menos te lo esperas». Asimismo, Falagán culmina un trabajo editorial, un libro-juego que nace de un taller del que ha formado parte.
Antes de irnos, Falagán nos reconoce que su estudio no tiene nada que ver con su domicilio: «Allí tienes que negociar con otra persona. El espacio es más pequeño y no puede estar como este, aunque también acumulo cosas: revistas, maletas, jaulas, pequeños televisores de diapositivas... Además, curiosamente, allí no tengo obra mía. Aquí la utilizo como referencia para seguir trabajando. Lo que conservo en casa son trabajos de otros colegas. Y hay objetos que se cogen en el mercadillo y que no pueden pasar por casa; la contaminarían», bromea. Antes de salir, el joven creador le da por última vez al botón de la fotocopiadora. Acaba de hacer una copia de uno de sus trabajos. Le pone el sello y una dedicatoria. Y nos la entrega: ya tenemos nuestra propia obra de Julio Falagán.
Julio Falagán, con alma de chamarilero
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