de puertas adentro
Encerrados en el estudio de Guillermo Mora
«De puertas adentro» es el título de la nueva sección mensual de nuestra web en la que descubriremos cómo son los ámbitos en los que producen los creadores españoles. Arrancamos con el joven artista Guillermo Mora
javier díaz-Guardiola
Este es el cuarto estudio en el que ha trabajado ya Guillermo Mora («si no contamos los que tuve en Roma, con la beca de la Academia, ni el de Estados Unidos, donde pasé una temporada): el primero estaba cerca de la Plaza de ... las Cortes, en la capital. De ahí se trasladó al distrito de Chamberí y poco después al Rastro, donde compartía espacio con otro artista joven: Jesús Pedraza. Desde 2009, el taller en el que ha pasado más tiempo, se sitúa cerca de Puerta del Ángel: «Ya me he salido del radio de la M-30 y eso se nota, sobre todo, en los precios de los alquileres», bromea.
Cuarto estudio y cuatro las personas que habitan esta gran nave industrial, que en el pasado fue una empresa de fotomecánica. «Si te digo la verdad, yo no tenía necesidad de cambiar, pero fue Carlos Aires el que me puso la miel en los labios. Él acababa de regresar a España y cogió la nave entera con la idea de compartimentarla para poder afrontar junto a otros artistas su coste mensual. Yo me acerqué a verlo por curiosidad. Si me mudaba iba a pagar lo mismo y pasaba de 25 a 75 metros cuadrados. No me lo pensé».
Invasión del espacio
Poco a poco la nave comenzó a habitarse. Aires se quedó con lo que fue la antigua dirección de la empresa, en el altillo de la nave. Mora, con el espacio del fondo. El resto, se lo reparten el fotógrafo Rafael Díaz e Iván Larra, que a principios de enero dejó a sus compañeros. Nuestro protagonista ha aprovechado ahora para invadir su habitáculo con las piezas con la que conformará la obra que le ha valido el premio Audemars Piguet que concede ARCO y que será exhibido en la Sala Vip de la feria: «Tengo que darme prisa. En unos días llega Lino Lago a ocupar su lugar y tengo que devolverle su espacio».
Mora nos explica que este es un momento raro en el habitual funcionamiento del taller. «Acabo de inaugurar exposición en la galería Formato Cómodo (la titulada «El año que no crecí») y el estudio está algo vacío. Sin embargo, siempre hay algo que hacer. Estoy liado con la pieza de la feria y también con la que llevaré a la colectiva de Tabacalera «Ocho cuestiones espacialmente extraordinarias» que comisariará Virginia Torrente. Aún así está todo especialmente recogido. Eso es fundamental cuando inicio un nuevo proyecto. Mientras estoy trabajando es bueno que las piezas acabadas no estén muy cerca de las que están en proceso, porque estorban y se pueden manchar, pero tampoco quiero que queden muy lejos. Sólo así veo como se comunican, cómo va creciendo la familia que conforman».
Los materiales de Mora, en ningún caso lo son al uso: purpurina, gomas, pinturas fluorescentes...El joven artista reconoce que su entorno de trabajo (que necesita que no coincida con el lugar en el que vive) se organiza como lo hace su cabeza: nada más entrar, un pequeño despacho («la zona más humana, con mi ordenador, mi música, mis libros y mi tetera»). A su lado, el área de trabajo propiamente dicha («la zona para cortar, para lijar, para ensuciarse», nos relata calzado en su mono rojo de faena: «¿Veis todas las manchas? Aquí está toda la expo de Formato Cómodo»). A escasos metros, el ámbito en el que se fotografían las obras acabadas o se dejan secar sus habituales superficies de pintura, manchas del tamaño de una persona, que una vez solidificadas son manipuladas como objetos tridimensionales: «Cuando tengo el estudio a pleno rendimiento, esas manchas lo ocupan todo. El colorido es fantástico. Ahora, cuando acabo, se genera como un gran vacío que produce algo de miedo», confiesa.
Un Peter Pan sin cabeza
Cerca de esta zona, una gran estantería llena de cachivaches y fetiches: «Son cosas que han sucedido en el estudio y a las que volveré en el futuro. Algunas llevan ahí años, y no sé cuándo les daré salida. Pero necesito que estén siempre conmigo». Mora se refiere a fotografías recortadas; a encuentros inesperados como el de dos cabezas de brochas unidas por la pintura; a una figurilla irreconocible de Peter Pan por las veces que ha sido sumergida en pigmento... Esos estantes rivalizan con otros muy próximos más prosaicos en los que se acumulan los materiales (en ningún caso al uso: bolsas de purpurina, gomas elásticas, pinturas fluorescentes...) y las herramientas. En el centro, la mesa de trabajo, «para las piezas que se van definiendo». Muy próximos, los dos almacenes.
«¿Veis las manchas de mi mono? Aquí está toda la exposición de Formato Cómodo»«Soy metódico con mi rutina de trabajo –confiesa–. Necesito venir aunque no tenga nada que hacer. Incluso los fines de semana. Soy, de hecho el que primero suele llegar, hacia las ocho de la mañana. Pero también necesito volver a casa. Eso me obliga a salir a la calle, socializar. Puedes llegar a aislarte demasiado con el trabajo, a no hablar con nadie en todo el día. Por eso le tengo un cariño especial a este sitio. En el fondo es donde pasas más tiempo y por eso me costaría cambiarlo, vivir lejos de él».
ARCO, Tabacalera, una intervención en verano en el Casal Solleric y algún reconocimiento más que Mora sólo se atreve decir a cámara apagada. Este es un momento dulce. ¿No le da miedo?: «Desde luego, pero no marco yo los ritmos, la sobreexposición. Son oportunidades que van surgiendo y a las que hay que saber decir que sí o que no. Estoy desbordado pero contento. Lo celebro todo, pero sé dosificar mis emociones. Mañana puedo estar abajo». Con esta última meditación nos quedamos, la que hace aún más grande a este joven artista.
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