LIBROS
Todo Zbigniew Herbert
La «Poesía completa» (Lumen) del poeta polaco Zbigniew Herbert ofrece la totalidad de su escritura poética y permite señalar los rasgos de su voz singular
Todo Zbigniew Herbert
En su estudio sobre Baumeister Solness, de Ibsen, el suizo Ludwig Binswanger veía al escritor como el ser humano capaz de poseer la más completa comprensión antropológica de los riesgos y las venturas del yo trascendental. El poeta polaco Zbigniew Herbert puede servir de ejemplo ... de ello con esa especie de cuarta personal gramatical que es su «Don Cogito»: una instancia de discurso que no solo da título a uno de sus mejores libros, sino que se constituye en eje de gran parte de su cosmovisión.
Como en «Luces de Bohemia» Valle-Inclán lleva a cabo una mezcla de elegía y sátira, Herbert lleva a cabo en su obra una mezcla de denuncia y lirismo resueltas en una muy compleja síntesis de inteligencia y emoción. La brillante traducción que Xaverio Ballester nos ofrece de la totalidad de esta escritura poética permite esbozar un perfil de su trayectoria y señalar algunos de los rasgos distintivos de su singular textualidad.
El primer Herbert –el de «Cuerda de luz» (1956)– intenta construir una perspectiva capaz de eliminar «la cicatriz entre el recuerdo y el ojo», entre la visión ideal y la real, que dé cuenta del abismo existente «entre nosotros y la luz». En esa escritura inicial aparecen ya muchos de los elementos recurrentes en Herbert: la casi ausencia de rima, la falta de interpunción, el uso de la mitología y una crítica –más o menos velada– de la realidad.
Herbert articula una de las más altas voces poético-morales del siglo XX
Los granujas de la historia
En «Hermes, el perro y la estrella» (1957) el tema es la condición dual de la verdad, la dificultad de interpretarla y la consiguiente incertidumbre que ello produce en la conciencia. De ahí que su respuesta sea «ofrecer una rosa / al mundo traicionado», la reconstrucción de las cosas perdidas –entre ellas, el alma– y el ataque –muy directo– contra «los granujas de la historia», expuesto en su primer gran poema, «El profe de ciencias», en el que encontraría la forma más adecuada a sus necesidades de dicción.
Una búsqueda de nuevos medios expresivos lo conduce a una investigación de y en el poema en prosa, del que llega a ser un maestro y que, en ocasiones, convierte en una fábula o un microrrelato.
«Estudio del objeto» (1961) lo confirma como lo que es: un poeta mayor. Aúna aquí la experiencia del verso con la de la prosa –o al revés– en un libro mixto en sus formas pero unitario en su contenido, plural en sus esquemas pero no en su unidad de significación. Expone allí que «el objeto más bello / es el que no existe» y dice que «la idea del vaso / se estaba derramando sobre la mesa».
El poeta lleva a cabo en su obra una mezcla de denuncia y lirismo
«Inscripción» (1969) supone una ampliación de su sistema formular: los poemas cambian de forma y –como en los libros anteriores– alternan con los escritos en prosa. Pero el eje de su pensamiento es la inexistencia de vínculos entre la naturaleza y el destino humano. «Don Cogito» (1974) es la culminación de esta visión objetivada en un personaje poemático que sirve de yo analógico al autor, que se describe a sí mismo como «un poeta de cierta edad / en la mitad de una edad incierta». Por eso ahora su «grito escapa a la forma» y «es más pobre que la voz».
Si perdemos nuestras ruinas
A este nuevo ciclo pertenece una serie de grandes poemas como «La historia del Minotauro», «Prometeo de viejo», «Calígula», «Don Cogito relata la tentación de Spinoza», «Georg Heym: una aventura casi metafísica» y el alegato moral «Tornada de don Cogito», en el que se reivindica el ejemplo de Gilgamesh, Héctor y Roldán.
En el libro siguiente, «Informe de la ciudad sitiada», monólogo dramático y culturalismo siguen de la mano. El personaje poemático se mantiene pero aparece ahora un recurso antes solo esporádicamente utilizado: la enumeración y, con ella, el interés por «la belleza de lo transitorio», «el destello de la nada», la presencia de los referentes clásicos –como en «El divino Claudio» o «Anábasis»– y el compromiso ético, patente en el poema que da título al libro y, sobre todo, en su afirmación de que «si perdemos nuestras ruinas nada nos quedará». El último Herbert profundiza en los modos usados en sus libros anteriores y articula una de las más altas voces poético-morales de todo el siglo XX. Un habla, más que un lenguaje: un tono convertido en sistema de dicción.
Herbert intenta eliminar «la cicatriz entre el recuerdo y el ojo»
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