ANTIUTOPÍAS
La cultura y el fascismo
Nadie sabe qué apetitos despiertan las novelas, qué ideas inoculan las palabras
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Ernesto Giménez Caballero
Cuando Marinetti canceló el claro de luna y exaltó los dones de la máquina, sabía que jugaba, pero no exactamente a qué. Tal vez el poeta D'Annunzio, fervoroso nacionalista, sí sabía que su destino sería el de fundar una corriente vitalista, enamorada de la ... acción y el superhombre, que acabaría llamándose fascismo. Fascistas fueron hombres, también mujeres, de enorme cultura, empezando por Ernesto Giménez Caballero, un alquimista que experimentó con la tradición y la revolución para convertirse en el primer promulgador español del fascismo. Recuerda en algo al argentino Leopoldo Lugones, que explorando la simiente original del criollismo resucitó al gaucho, no sólo al que expulsó al español con su facón en el siglo XIX, sino al que ahora, en el siglo XX, debía expulsar con su espada al judío comunista. Fascista también fue la uruguaya Blanca Luz Brum, buena poeta y mala pintora, que deslumbró a comunistas como Siqueiros y Mariátegui y a filofascistas como Perón y Pinochet. Su vida corrió paralela a la del Dr. Atl, el inventor de la vanguardia mexicana, precursor del muralismo y pintor de inigualables paisajes, que creía que las sociedades debían ser gobernadas por artistas. Como argumento esgrimía la visión del pintor, superior a la del mortal común, y como ejemplo, el mando redentor de su compañero de pinceles Hitler.
De manera que no, la cultura no detiene el fascismo ni nos hace buenos o mansos. La cultura es un canal por donde circulan ideas y valores, emociones y actitudes, unas pías y otras maléficas: todas ellas humanas, demasiado humanas. Frecuentar sus expresiones le da mayor complejidad y densidad a nuestra vida. La hace más interesante. Afina la sensibilidad y profundiza la conciencia de nosotros mismos, de nuestro tiempo y de la historia. Y querríamos que estos otros dones nos convirtieran en ángeles, pero en realidad no ocurre. Nadie sabe qué apetitos despiertan las novelas, qué visiones estimulan el arte o la poesía, qué ideas inoculan las palabras. Adjudicarles un fin benevolente no previene nada, sólo deprava la cultura en moralismo y doctrina.