Karina Sainz Borgo - La barbitúrica de la semana
Un viajante de la España vacía
Sergio del Molino asume la metáfora de las carreteras secundarias, esos ramales nunca lo suficientemente bien cartografiados.
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Iniciar sesiónDice Sergio del Molino que va dando tumbos de pueblo en pueblo. Se describe a sí mismo como un viajante, alguien que lleva su «literatura portátil» allá donde la pidan, llámese plaza pública, biblioteca o ayuntamiento. Al escribirse, y describirse, Sergio del Molino se quita ... hierro a sí mismo, porque sabe que perderse ya no es novedoso, que de paseantes está servida la literatura moderna, desde el XIX hasta ya bien entrado siglo XXI, incluso en su versión más pagada de sí misma. Sin proponérselo, Sergio del Molino se quita de un plumazo doscientos años de afectación flâneur y asume la metáfora de las carreteras secundarias, esos ramales nunca lo suficientemente bien cartografiados.
¡Ay, la España vacía!, que algunos insisten en mentar como vaciada, por aquello de perseverar en la neo lengua y las oscuras pulsiones asociadas a la costumbre de tocar los cojones. Por ese territorio, la España vacía, insisto, se mueve Sergio del Molino, que atraviesa menesteroso esa nación que ya recorrió en su ensayo publicado por Turner y que sobrepasó las veinte ediciones. Ahora vuelve en forma de Atlas: un bitácora fugaz de los que siempre ha estado ahí y que Del Molino redescubre con una mirada tan tierna como inmisericorde. Y ahí está la belleza de todo cuanto Sergio toca en el gesto de, no tomándose demasiado en serio, hablar de lo importante.
Desde esa Palencia que él describe como la ‘Detroit’ de Castilla hasta los ríos que no nacen nuca en el Fontibre de Fuente del Ebro, Del Molino se queda a gusto, capaz de mezclar a Magris con Cunqueiro y Chatwin. En su ‘Atlas de la España vacía’, publicado por Geoplaneta como ‘inocente’ guía literaria o ilustrada, encontrará el lector un cuaderno, una libreta que desengrasa la escritura de viaje, despojándola de toda solemnidad y cursilería… y, ¡cómo no!, dotándola del vigor que adquiere lo anecdótico cuando está bien escrito.
Cuando algo es cierto conviene insistir en esa certeza. Hay escritores que pertenecen a su tiempo no porque lo reproduzcan al dedillo, sino porque lo interpretan. La sensibilidad, la forma de mirar y una entrega casi cartuja ala escritura extraen la esencia de lo que Sergio del Molino observa, y justo por eso sus textos pueden resultar hasta premonitorios. Lo con aquella España, con el dolor que genera a pérdida o la falta de virtud de los que, como Calomarde, nunca superarán el desastre de su propia empresa.
Sergio del Molino ha regresado a la España que recorrió. Lo hace para hablar de aquello que se rompe y desaparece. Todo en él compete al olvidado acto de pensar o, por qué no, al casi extinto método del viajante. Ilustrados por Ana Bustelo, los 32 capítulos de este libro inducen a seguir leyéndolo y a colonizar con pegatinas sus estampas más intensas. Ese acto elemental de moverse, de cambiar el punto de vista, como lo haría un viajante
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