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Cuando España llegaba hasta Canadá y Alaska

Una serie de expediciones marítimas dejaron la huella española en el noroeste de América en el siglo XVIII

El fuerte de San Miguel en la isla de Nutka (actual oeste de Canadá), erigido en 1789. Acuarela de Sigismund Bacstrum sobre un boceto de 1793 Parques de Canadá

Manuel Trillo

En las remotas y gélidas costas de Alaska , por encima de los 60º de latitud norte, hay dos pueblos pesqueros de inequívoco origen hispano: Valdez y Cordova . Ambos topónimos se deben al leridano Salvador Fidalgo , que en 1790 recorrió la región y tomó posesión de ella en nombre de Carlos IV. Son dos de los vestigios de un periodo épico, en las últimas décadas del siglo XVIII, en el que España, en una serie de expediciones memorables, exploró y tomó posesión en el oeste de Canadá y en Alaska. Como tantos otros capítulos del pasado español en Norteamérica , aquella época apenas es conocida por el gran público, pero archivos y bibliotecas conservan el relato de una aventura fascinante que permitió alcanzar el fin del mundo.

Para los españoles, la costa de Canadá y Alaska era la prolongación de la Alta California , como se conocía el litoral del Pacífico de los actuales EE.UU. Ya en 1539 Francisco de Ulloa había doblado el cabo San Lucas (la punta sur de la península de Baja California) y enfiló por primera vez hacia el norte, hasta descubrir la isla de Cedros. Le siguieron la expedición de Juan Rodríguez Cabrillo y Bartolomé Ferrelo en 1542, que alcanzó el cabo Mendocino, y la de Sebastián Vizcaíno en 1602, que halló la bahía de Monterrey.

Pero el poblamiento español en la Alta California no llegaría hasta 1769, año de la llamada Santa Expedición , impulsada por el visitador general de Nueva España, José de Gálvez . Dos paquebotes navegaron desde el puerto de San Blas, en el actual estado mexicano de Nayarit, hasta San Diego, mientras por tierra se dirigieron allí las caravanas del novohispano Fernando de Rivera y el catalán Gaspar de Portolá . Con este último iba el mallorquín fray Junípero Serra , que al llegar a San Diego fundó la primera de las 21 misiones que jalonarían la costa californiana .

El embajador español en San Petersburgo, marqués de Almodóvar , había empezado a alertar en 1761 de incursiones rusas en la actual Alaska, desde que el danés Vitus Bering explorara la zona en 1741. Tales avanzadillas continuaron y España, viendo en ellas una amenaza para sus posesiones, tomó cartas en el asunto. El ministro de Estado español, Jerónimo Grimaldi , ordenó enviar «mozos expertos y hábiles» para «trillar aquellos mares hasta Monterrey y más arriba si pudiese ser».

El primero en surcar las aguas del actual oeste de Canadá fue en 1774 el también mallorquín Juan Pérez , que, al mando de la fragata Santiago, llegó a descubrir la isla de Vancouver y, junto a esta, el puerto de Nutka , al que él llamó surgidero de San Lorenzo.

El intrépido Bodega y Quadra

La segunda expedición española por aquellas frías costas estuvo encabezada por el bilbaíno Bruno de Heceta al año siguiente. En su flotilla iba el teniente de fragata limeño Juan Francisco de la Bodega y Quadra , que, tras tener que asumir sobre la marcha el mando de la goleta Sonora , acabaría siendo uno de los grandes protagonistas de las expediciones al lejano noroeste de América. Bodega puso a prueba «el aguante de la goleta y el espíritu» de su tripulación. Un episodio narrado por él mismo en su diario (editado en 1990 por Alianza Editorial bajo el título «El descubrimiento del fin del mundo») ilustra la intrepidez del navegante peruano. Ante el fuerte viento que se había levantado cierto día, sus subalternos habían arriado la vela mayor y cogido un rizo, y Bodega entró en cólera: «Salí y mandé se largase el rizo e izasen la vela y, mostrándoles enojo, les dije que ninguno sin mi permiso volviese en adelante a arriar un palmo de vela, que ya estaba avergonzado de verlos tan pusilánimes y cobardes», les conminó.

Plano del fuerte de San Miguel en Nutka Archivo Histórico Nacional

Británicos, franceses y estadounidenses comenzaron también a rondar la zona y los españoles, tras un breve paréntesis, reanudaron las expediciones y se decidieron a fijar un puesto permanente en Nutka. En 1789 el sevillano Esteban José Martínez erigió allí el fuerte de San Miguel. Pero en Nutka se topó con barcos del comerciante inglés John Meares , a los que apresó, dando pie a un rifirrafe diplomático que a punto estuvo de desencadenar una nueva guerra con Gran Bretaña.

Entre tanto, hubo más expediciones españolas y Fidalgo tomó posesión en 1790 de los puertos de Valdez y Cordova. Finalmente, una España debilitada cedió ante la presión británica y firmó la convención de Nutka (1790), que marcaría el final de su presencia en la región. En 1795, se arrió la bandera rojigualda en el fuerte de San Miguel.

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