«Antonio era alquimia sobre el escenario»

Apenas medio año después,su discográfica ha preparado la edición de sus llamadas «Obras completas», que este mismo martes día 24 se ponen a la venta. Todos sus discos, docenas y docenas de canciones, muchas de ellas simplemente geniales, surcadas por su talento sobrecogedor, sus sentimientos desnudos, sus particulares paraísos, habitadas por las estrellas, algunas con nombre, como Marga; rellenas de algunos de los versos y las melodías más emocionantes de la historia del pop español.

Se dejaba llevar

Antonio se dejaba llevar, se dejaba llevar muchas veces de la mano del propio Basilio. «No era una persona "normal», vivía totalmente a su aire. Era muy cáotico, seguirle el ritmo era complicadete, no tenía horarios. Quedabas a las 11 y llegaba a las 4, pero al final llegábamos, tocábamos, y ahí se arreglaban todas las tiranteces que hubieran podido surgir durante los larguísimos viajes o los exigentes ensayos. Yo no pretendí nunca ser su contrapeso, pero en algunas ocasiones sí que lo fui, porque muchas veces Antonio necesitaba gente cerca que corrigiese sus desfases, sobre todo sus desfases de tiempo».

Y el colega, el compañero, el brother, recuerda al detalle: «Hubo un tiempo en que le dio por la microfotografía, le hacía fotografías a todo lo que se encontraba por el camino. Un día, en Barcelona, ya estábamos todos sobre el escenario, pero... Antonio no estaba. Bajé al camerino y le dije, «tío, que hay que empezar», y ahí estaba, a oscuras en el camerino con sus negativos. «Sí, sí, vale, vale, pero antes aguántame este filtro un momento»».

Estilo, clase, lirismo, magia, precisión, la música de Antonio Vega fue un ejercicio rabiosamente personal, alejado de cualquier atisbo de comercialidad, de banalidad popera. Antonio no sabía de sucedáneos, sus canciones no eran fuego de artificio, son estrellas que muchos años después seguirán brillando, aunque su creador haya desaparecido. A lo largo de dos décadas, Basilio Martí compartió todo tipo de conciertos con el autor de «Una décima de segundo». Con la banda, en dúo, incluso Antonio le acompañó como guitarrista en su proyecto de jazz fusión Yuri Gagarin Trío. «Bueno, con él éramos cuatro. Se montaba sus amplis, se ponía con los cables, incluso se colocaba detrás de mí y se ponía a disfrutar como un loco, convertido en un guitarrista de jazz. Con lo pequeñito que era, tenía una presencia gigantesca y una energía que atraía todas las miradas. Era alquimia sobre el escenario».

Nacha y Nacho

Nacha Pop, la banda que Antonio fundó y dirigió junto con su primo Nacho (compositor luminoso y chispeante, contrapunto del Antonio más melancólico y emotivo) fue una explosión de poderío power-pop en aquel Madrid de los 80, un grupo de exuberancia instrumental y melódica, un toque de distinción entre aquellas hornadas a menudo demasiado irritantes; pero dejémonos de encasillamientos porque, como cuenta Basilio, «a Antonio la palabra movida le repateaba». Cuando los Nacha cerraron el garito, nació otro Antonio Vega. Un artista que se reinventó a sí mismo. No todos superan la reválida de pasar de un grupo juvenil a la figura de un cantautor maduro humana y musicalmente. Antonio lo hizo y con matrícula. Sus canciones más hondas (y jondas), más intensas, más emotivas están sembradas por sus discos en solitario. Discos que acabaron por convertirlo en uno de los músicos más admirados de España. «Creo que en los últimos años de su carrera era completamente consciente de la pasión que su música y su persona generaban -explica Martí-. Con mucha humildad, pero yo creo que sí. Es uno de los pocos mitos en vida que la cultura española ha permitido. Todo el mundo se mataba por trabajar con él, hacer duetos, tercetos, cualquier disco en el que estuviera Antonio aumentaba su caché. La gente mataba por tocar con él».

«Cuídate, Antoñito»

Le llamaron triste, le llamaron solitario («esa frase le tocaba los huevos», recuerda Basilio; «pero si me lo paso bomba, decía»), pero él tenía «su vida asumida totalmente, sus problemas estaban ahí desde hacía treinta años, eso es completamente inútil negarlo. Pero esos problemas se limpiaban en el escenario con salas siempre llenas de público y conciertos memorables; creo que a él no le afectaba, pero la gente necesita ese tipo de carnaza, hasta hizo una canción que decía, «Antoñito, cuídate»».

Ésta es también una historia de carne y hueso, mortal y rosa, de alguien que sufría, como cuenta su teclista, «oleadas creativas» durante la grabación de un nuevo disco. «A veces llegaba apenas con un boceto, sólo con un arpegio o una frase, pero con un par de cosas nos metíamos en el estudio, y muchas veces los temas se acababan el mismo día de la entrega del máster, haciendo una letra a toda pastilla».

Antes de que a Antonio Vega le partiese en dos la enfermedad ofreció algunos de los mejores conciertos de su vida. Vivía y se bebía la música. Estudiaba doce horas diarias de guitarra. Le interesaban todos los sonidos, todos los recovecos y rincones de su arte. «Estábamos modificando el repertorio, llevábamos dos meses ensayando y montando temas de los que nadie hubiera esperado, "Vapor", "Agua de río", "Cada uno su razón". Quería grabar un disco en directo con un DVD con temas inéditos hechos en directo. Pero no pudo ser».

Disco póstumo

«Entonces -continúa Basilio Martí-, una vez pasado el primer shock de la desaparición, su hermano Carlos -que también es músico - y yo nos dimos cuenta de que teníamos pistas de cinco conciertos. Ya hemos seleccionado lo mejor, lo vamos a mezclar y vamos a editar un CD que va a reflejar lo que estaba haciendo cuando llegó la enfermedad, porque realmente creemos que se encontraba en una etapa muy ambiciosa artísticamente, queremos que la gente escuche lo que estaba haciendo en una etapa ya madura de su vida y de su música. Pensamos que será bonito que la gente escuche la voz de Antonio sin trucos y sin trampas, es el mejor testamento. Estaba enamorado locamente del escenario, quería recuperar el rollo de los primeros años y sobre todo quería ser más guitarrista, creo que cada vez se sentía más músico y menos letrista».

Quizá en Orión, ojalá que con Marga, con Enrique, con Canito, Antonio estará echándose unas risas, escribiendo en el sutil pentagrama de las nubes, volando, cada vez más alto, más alto, más alto, mientras vemos pintada en el cielo su última canción: «Acercándome al calor de la estrella que persigo. Hasta aquí he llegado, desde aquí he partido. Un camino sin descanso que buscó dónde nacer, antes de haber nacido». Y a Basilio haciéndole el último quite: «Tenía sus cárceles, como todo el mundo, pero no he conocido a nadie tan libre como él».