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Sabor a Talavante

ROSARIO PÉREZ

Y de pronto apareció Talavante, despojado de las rutinas que dicen matar al artista. El Alejandro Magno del toreo, que corrió turno al lastimarse el tercero, se sintió desde un fantástico saludo a pies juntos y aflamencadas muñecas, engarzado a unas chicuelinas de mano baja. ... Mayor vibración no cabía en el prólogo: estatuarios, espaldina, el de pecho, un natural... ¡Todo viento en popa! Un suspiro, apenas nada, tardó en estallar la plaza con la genial faena, en la que combinó ambos pitones con frescura, variedad y creatividad. El resplandor más puro brotó con la luz de su zurda, que esconde una mágica conexión con los tendidos. La miel en los paladares cuando se dirigió a por la espada. Breve se antojó la obra, pero ya se sabe: quien quiera más que regrese mañana... Aún restaba un broche por chispeantes bernadinas cambiándole el viaje al noble y buen «Humoso». Todo medido, templado y con enorme sabor, amargo cuando el acero nos devolvió a la rutinaria realidad... Curiosamente sí cazó al deslucido sexto, en el que le obsequiaron con una oreja por una deseosa labor; dos perdió con el anterior.

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