PRETÉRITO IMPERFECTO
Bretón y la verdad
Le condenaríamos por la ley más sádica con el corazón; pero con la razón querríamos atar más cabos de los que andan sueltos
San Agustín decía que «sólo en el interior del hombre habita la verdad». No importa la morada que halle. Aunque se tope con el averno. Aunque la maldad la confunda. Aunque la sed de venganza alcance su máximo umbral, como Medea mató a sus hijos ... por un desamor, la verdad seguirá estando ahí. Y su fuerza no podrá ser derrotada por las trincheras de los hombres que la interpreten. Pero Bretón tuvo que quemar a Bretón en aquella hoguera para liberarse de la verdad que no soportaba y construir otra muy distinta que intenta defender ahora como un castillo de arena frente a un océano. Bretón ya no conoce a Bretón, y estos días escucha en permanente tensión y despiadada frialdad cómo era antes de calcinarse en aquella fogata. Ni siquiera fingiendo le sale el auténtico hombre, padre, marido e hijo que un día aspiró a ser y quedó oculto entre un bosque de descalificativos y defectos que esta semana han desfilado por el tribunal con jurado que le juzga por el presunto fratricidio de sus vástagos Ruth y José. En su interior habitaba la verdad, pero ya está perdida, y nunca la sabremos.
José Bretón Gómez está condenado ya por la sociedad y con casi toda probabilidad lo sea por un Jurado que es una pequeña muestra de la calle que durante más de año y medio ha ido bebiéndose a sorbos una sórdida historia humana en la que el precio más alto lo pusieron dos criaturas de seis y dos años. Su familia, una tumba que intenta vivir, y su abogado, a las puertas de cerrar una larga carrera profesional, apenas si aspiran a que una duda razonable sirva de llave para que instancias superiores a la que hoy le juzga anulen el proceso.
Con el corazón, todos condenaríamos a Bretón a la peor de las penas posibles, dentro de la más sádica ley que existiera y en el confín más inhumano de la Tierra. Con la razón, hubiéramos deseado que el ácido desoxirribonucleico (ADN) de esos restos óseos tan viajados y mentados hubieran respondido a la pregunta clave. Que el incomprensible error de la médico-forense de la Policía Científica hubiese tenido una lógica explicación. Que la feliz irrupción del doctor Francisco Etxebarria no deje resquicio a la precipitación. O que las famosas pastillas recetadas a este menudo y acomplejado individuo para calmar sus «obsesiones» y su «irritabilidad» hubieran aparecido en el coche que emprendió aquel patético viaje. Incluso que algún secundario de este drama hubiese confesado lo inconfesable.
Admito que no me gustaría de ningún modo estar sentado en el estrado donde siete mujeres y dos hombres asisten como espectadores a una trama que debe estrenarse en exclusiva para ellos, aunque ya conocían el argumento de antemano, pero es ahora cuando deben juzgarlo. Confío más en que sea un togado quien sentencie o absuelva al encartado. Y no porque en la voz del pueblo no habite la Justicia, sino porque el fallo del magistrado estará siempre más provisto de una aséptica y razonada valoración de los hechos, las circunstancias y las pruebas.
El verdadero juicio contra José Bretón, salvo sorpresa imprevista, empezará el próximo 3 de julio, cuando Josefina Lamas, la perito policial forense número 161 de la Policía Científica se siente ante el juez Vela y el Jurado iniciando la sesión clave de este caso. El mismo día en que lo hará Etxeberria. Y puede que no acabe, al menos, hasta dentro de dos o tres años, cuando el Tribunal Supremo despache la cadena de recursos que seguirá a esta primera vista. Achicharrada ya la verdad de Bretón, sólo nos queda mientras el indómito y cruel dolor que desprende la que mantiene a Ruth Ortiz sin sus hijos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete