VERSO SUELTO

Desheredados

LUIS MIRANDA

HA desperdiciado Córdoba en estos días la oportunidad de presumir de una película estupenda en la que su paisaje, sus árboles, su sierra y las calles inmaculadas de sus pueblos lucen por fin como se merecen en una historia que nadie debería dejar de ver. ... Seguro que esa eterna postproducción de conflictos y bloqueos políticos ha terminado por dañar demasiado los hilos que unían a esta tierra con «La mula», pero desde el acento de la protagonista en la edad del pavo hasta el crujir de las hojas en la tierra que pisan los soldados, la cinta suena a cordobesa y los que hayan ido al cine tienen todo el derecho a sentirla suya y a estar orgullosos de que su paisaje sea el escenario de una de las películas más certeras y tiernas sobre la Guerra Civil.

Ahora que se me han olvidado las crípticas consideraciones de los críticos sobre las minucias técnicas y las agudas observaciones de los que se sientan a ver cada película española con el sadismo de un descuartizador que tuviera un público cínico al que complacer con escupitajos de aguarrás, lo que no se me ha olvidado es que «La mula», detrás de las muchas risas con que cuenta los últimos días del conflicto y de la crudeza que se viste de humanidad sin crueldad gratuita, esconde el retrato perfecto de aquella guerra, de todas las guerras. Tenía su poco de sarcasmo que la hicieran en aquellos años en que la propaganda de la cruzada se había puesto en un espejo para contar la historia del revés, con unos buenos distintos y unos malos que antes tampoco lo eran, porque los que salen en la película no son luchadores nacionalcatólicos ungidos desde lo alto, ni tampoco aguerridos milicianos defensores del pueblo y de una libertad que tenía peros, sino desheredados perpetuos a los que pusieron como carne de cañón a pegar tiros y que lo único que perseguían era sobrevivir, conseguir el amor de una chica o llevarse al campo, para ayudar en el trabajo sin fin, a esa mula que es la mejor confidente en tiempos en que los hombres han perdido la cabeza. Recordé a aquel director que no quiso firmarla, aunque está su maestría en los planos y la narración, y pienso que Radford cumplió con aquella frase que me dijo en una entrevista de que su película contaría la guerra que padecen los seres humanos.

«La mula» es así la historia de todas las guerras, contada con la ternura de los sencillos que no entienden demasiado lo que está pasando, pero que, como aquel personaje de Chaves Nogales, mueren heroicamente batiéndose por una causa que no es la suya, porque la suya no había en España quien la defiendese. Sin la dureza de quien sólo sabe contar la sinrazón levantando la carne, encuentra uno la ridiculez de la propaganda que se inventa una hazaña donde no hay más que rendición, el sinsentido de apuntar como enemigo a quien es casi un hermano, el desgarro de ver agonizar sin poder ayudar, la certeza de que las medallas que importan, el favor de las mujeres guapas, las pensiones de héroes y el futuro asegurado serán para quienes llevan las botas impecables por estar lejos del barro de las trincheras.

La gente sensible que guste de las historias bien contadas tendrá que darse prisa para ver «La mula» en el cine, que en breve la desterrarán de las carteleras como pasa en la ciudad con todas las películas que no tengan efectos especiales, y los cordobeses con algo de gusto tendrán que marcharse casi a Perpiñán. En estos tiempos también tristes donde los voceros siguen prometiendo el paraíso si les siguen, alguno aprenderá que será mejor dialogar con la austera y trabajadora mula, o con el aristocrático gato, en lugar de perder el tiempo con tantos tahúres charlatanes.

Desheredados

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