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«Joseph Anton», la memoria de Rushdie en tercera persona
Desde que Jomeini puso precio a su cabeza por «Los versos satánicos», Rushdie vivió oculto once años. En «Joseph Anton» hace memoria y narra aquel infierno
rodrigo fresán
Había una vez un escritor… El comienzo es ideal en fondo y forma y tono. Porque todo esto comienza en otro siglo y en otro milenio y goza y sufre de una trama digna de folk-tale, de noche número mil dos.
Había una vez ... un escritor, entonces. Un escritor de fama y prestigio, amo y señor de una de las novelas más celebradas de su tiempo. Un escritor que desató las iras de un señor muy poderoso al tomar el nombre de su dios en vano y que, por su falta y su audacia, fue condenado a muerte. Y entonces, brusco y veloz fast-forward hasta nuestro casi presente: blasfemia de novela, fetua, ayatolá Jomeini, una fundación musulmana ofrece 2.800.000 dólares y, hey, tráiganme la cabeza de Salman Rushdie.
Así, de pronto, a partir de ese amoroso Día de San Valentín de 1989, Salman Rushdie se convertía en uno de los hombres más odiados del planeta: «Satán Rushdy». Y once años de jugar al escondite .
Derrumbarse una y otra vez
De eso se ocupan, tanto tiempo después, estos recuerdos que Rushdie se resistió a evocar porque «no quería volver a pasar por todo eso» . Sea cual sea su razón para, finalmente, hacer memoria, no podemos sino, paradójicamente, regocijarnos por la invitación a revisitar una de las experiencias más desagradables por las que puede pasar un ser humano.
Rushdie se convirtió en uno de los más odiados: «Satán Rushdy»
Aún así, resulta admirable en Joseph Anton – escrita a lo largo de dos años y editada simultáneamente en veintisiete países – comprobar cómo Rushdie parece pasar por todos los stages de un video-game dantesco: sus matrimonios se derrumban una y otra vez (son particularmente duros los pasajes dedicados a su segunda ex, la escritora Marianne Wiggins ); se sufre la ausencia de un hijo; editores y traductores de su novela son heridos o asesinados; algunos amigos desaparecen o dejan de serlo; los periodistas lo critican por meterse en problemas, y los políticos laboristas y conservadores se preguntan si tiene sentido seguir pagando por su seguridad mientras «Los versos satánicos» se convierte en «best seller» mundial , superando las ventas de Danielle Steel.
Rushdie parece pasar por todos los «stages» de un «videogame» dantesco
Y Rushdie muta a una suerte de prestigioso símbolo político de la libertad de expresión amenazada a la vez que «prestigiante» party-animal literario sin límites geográficos. Alguien que puede materializarse en las pantallas de un concierto de U2, junto al esquivo Thomas Pynchon , en una fiesta extra V.I.P. después de los Oscar o en una escena de la película El diario de Bridget Jones. (Uno de los escasos reproches que se le puede hacer a Joseph Anton es el de, a diferencia de los Diarios de Andy Warhol, no contar con un índice onomástico de celebridades; pero tal vez sea mejor, para no caer en la tentación de picotear y perdernos el elegante y tenso fluir de todo el asunto.)
Un tumor maligno
Aquí y allá y en todas partes, aparece y desaparece Joseph Anton: nombre clave y talismánico escogido por Rushdie para contar con las presencias de Conrad y Chejov. Y en uno de los muchos grandes momentos del libro, cuando Rushdie les comunica a sus protectores cómo y por qué será ese su alias, los oficiales se miran entre ellos, enarcan una ceja y comienzan a llamarlo «Joe» .
Aparece y desaparece Joseph Anton: nombre claveescogido por Rushdie
Y ya ahí –en ese pequeño desencuentro etimológico– radica el Gran Tema de Joseph Anton: la odisea de un hombre incomprendido al que muchos consideran tumor maligno a extirpar pero que se sabe apenas síntoma de un mal mayor, de un «prólogo a lo que vendrá». Alguien obligado a vivir veinticuatro horas en un ambiente hostil siguiendo protocolos kafkianos y beckettianos pero sin por eso privarse de un humor que desarma o de dejar de entrar y salir de libros; porque escribir y leer «era vivir».
En este sentido, Joseph Anton no se limita a lo autobiográfico (que incluye los inicios de Rushdie y un tan implacable como sentido retrato de sus padres ) y funciona también como un deslumbrante journal de trabajo (particularmente interesantes son los tramos que dedica a la creación de Hijos de la medianoche y, por supuesto, de Los versos satánicos y la profética y cautiva Furia) y como programa de lecturas y relecturas (El agente confidencial, La pequeña Dorrit, Herzog, Breve historia del tiempo) para no perder la razón o el coraje.
El Gran Tema de «Joseph Anton» es la odisea de un hombre incomprendido
Tal vez de ahí y por eso que Rushdie tome desde la primera línea una decisión trascendente: el verse y recrearse en tercera y no en primera persona; permitiendo que el nombre del autor sea abducido por el nombre del personaje y así construirse a sí mismo hasta el más mínimo detalle y pensamiento y palabra, sin caer «en revanchas o confesiones o diatribas». Lo que no le priva de arrojar dardos –por, según él, no haber estado a la altura de las circunstancias– a figuras como Peter Mayer, Robert Gottlieb, John Berger , Arundhati Roy, John Le Carré, James Wood, Germaine Greer, y siguen las firmas.
Estallan las tormentas
Las últimas páginas de Joseph Anton coinciden con el 11 de septiembre de 2001 y la tragedia individual resulta ahogada por la tragedia colectiva. Entonces Rushdie entierra a Joseph Anton y – con modales de Odiseo de regreso a Ítaca o de una Dorothy de vuelta a Kansas en su admirada «El mago de Oz» – para un taxi a las puertas de un hotel de Londres para retornar a casa.
Nos hace mucha falta un fiel creyente en la literatura como Salman Rushdie
Pero la Historia también continúa. Y la publicación de Joseph Anton –que por momentos peca de sentirse tan trascendente y universal cuando, mejor, nunca deja de ser un gran tema íntimo y personal– no pudo ser en momento más terriblemente perfecto, dándole, de algún modo, la razón a su autor, quien piensa en su vida bajo la máscara de Joseph Anton como en un acontecimiento histórico . En los telediarios de estos días estallan las tormentas de esa burda peliculita ofensiva con el Profeta, quemas de embajadas y muerte de embajador, crudo invierno tras la breve Primavera árabe, el caricaturesco affaire Charlie Hebdo y la noticia de que una/otra fundación religiosa iraní ha decidido volver a poner en funcionamiento la pena de muerte para Salman Rushdie. Ahora se pagarán, al contado, 3.300.000 dólares.
. Nos hace mucha falta un fiel creyente en la literatura como Salman Rushdie, alguien que escribe como los dioses, como Dios, sea quien sea, da igual.
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