arte
Warhol despliega su Factory en Madrid
Andy Warhol y su Factory vuelven a reinar en Madrid. Un ciclo en la Filmoteca, y sendas muestras en el Teatro Fernán Gómez y la galería Cayón nos reecuentran con su obsesión por la fama
fernando castro flórez
Warhol confiesa que se estaba divirtiendo tanto en París en 1965, cuando inaugurba en la galería de Ileana Sonnabend , que decidió anunciar algo que le rondaba hacia meses: se retiraba de la pintura. «El arte ya no me motivaba; eran las ... personas lo que me fascinaba y quería pasar todo mi tiempo con ellas, escuchándolas y haciendo películas sobre ellas». Después de haber dado un crudo cierre a la Historia del Arte modernista con las latas Brillo había cobrado conciencia de que el Pop ya era cultura de museo , material fosilizado en libros como el que acababa de aparecer de Rublowsky y Heyman . Lo que quería exorcizar era la sombra del aburrimiento. Si admira a Picasso como el gran maestro, lo que en el fondo le obsesionaba era el aura de Hollywood, el santuario de lo camp .
El deseado «glamour»
No hacía falta viajar a la meca californiana para conseguir el deseado glamour; bastaba con pasar por un lugar que dejaba atrás la idea decimonónica de atelier. «Mucha gente –dice Warhol en POPism– pensaba que era a mí a quienes todos venían a ver a la Factory; pero nada más lejos: era yo el que observaba a los demás . Yo me limitaba a pagar el alquiler y la gente entraba porque la puerta estaba abierta. Nadie se sentía especialmente interesado en verme a mí, sino en verse los unos a los otros. Venían a ver quién venía ». En 1964, con una cámara de 35 milímetros, comenzó a realizar fotos del «ambiente», aunque rápidamente se cansó de atender problemas técnicos y le pasó los trastos a Billy Name , que asumió el encargo de inmortalizar lo que allí pasaba: las fiestas interminables , los planos de caras y cuerpos, las discusiones, las payasadas, la repentina aparición del tono depresivo, los trozos de espejo, la plata, los terciopelos desgastados...
Todo adquiría un tono memorable y, al tiempo, no eran otra cosa que «acciones-embalsamadas» . Allí solo había gente que deseaba que la vieran, adictos a las anfetaminas y otras sustancias cuanto al narcisismo más primario. Warhol disfrutaba contemplado cómo la realidad se replicaba a sí misma, con la fotocopiadora Verifax –pintada de plata, obviamente– a pleno rendimiento. La gente estaba apalancada en la Factory sin hacer nada, como si fueran incapaces de pensar , con la mirada perdida en el horizonte, esperando que empezara la fiesta nocturna. Estaban ahí sentados en un espacio que no era otra cosa que una enorme cámara fotográfica , donde cada quien trataba de exponerse aunque al final casi nada fuera «revelador».
Sé tú mismo
En la Factory desplegó un casting sin ningún misterio . Lo único que tenía que hacer el «protagonista» era ponerse delante de la cámara y «ser él mismo». Warhol realizó medio millar de Screen Test entre 1964 y 1966 , retratos fílmicos de tres minutos sin sonido en los que el sujeto no tenía que hacer nada. A la manera del kafkiano Teatro Integral de Oklahoma , un «cualquiera» adquiría una dimensión aurática o sublime. El sueño fílmico warholiano era, por ejemplo, «filmar una película de un día entero» de la vida de Edie Sedgwick , pero, en realidad, eso era lo que le apetecía hacer «con casi todo el mundo». Era un deseo de atrapar cada momento real , como si esas «largas tiradas de tiempo» fueran lo único que merecía la pena contemplar.
Lo que le encantaba a Warhol eran los diálogos triviales o contemplar la agitación anfetamínica . Hacía honor a su apodo Drella, vampirizando las ansiedades ajenas, sacando partido de expectativas confusas. En el seno de lo cotidiano o festivo aparecía una tensión enorme, como apreciamos en Mario Montez , protagonista de Harlot , con una vis cómica instintiva, capaz de arrancar carcajadas a placer pero, al tiempo, con un anómalo sentimiento de «vergüenza» que le llevaba a negar su condición de drag que él comprendía como un simple «disfraz». Edie, con su carácter ciclotímico, le formuló un reproche evidente a Warhol: en el fondo, estaba utilizando a todo el mundo . Las superstars no eran otra cosa que inútiles o tarados , personajes que exhibían su esplendorosa nulidad . Las películas eran una broma, un modo de pasar el tiempo, pero lo cierto es que su motor principal era la ridiculización. Ronnie Tavel , miembro del Theater of the Ridiculous que puso en marcha Charles Ludlam, es la voz en off que en Screen Test acosa-entrevista a Montez hasta hacerle reconocer que es un hombre.
De Lou Reed a Dennis Hopper
La Filmoteca Española y PHotoEspaña han programado un impresionante ciclo de películas y tests warholianos que permitirá que nos reflejemos en las «miradas estupefactas» de personajes como Lou Reed , Susan Sontag , Bob Dylan, Marcel Duchamp o Dennis Hopper , pero también asistir a las performances absurdas de las películas donde el sexo es una mezcla de exhibicionismo y espect ralidad. Warhol fue el gran catalizador de una época vibrante, un tipo bastante sombrío pero astuto, obsesionado con la fama que sabía efímera, apenas unos segundos en vez de los quince minutos prometidos , uno de los maestros indiscutibles del arte del retrato (fascinado por al potencial de la revelación instantánea de la polaroid, mecanismo de tantas obras, como las que ofrecerá la galería Cayón ) y un sujeto que desafió, según Douglas Crimp, la coherencia y la estabilidad de toda identidad sexual . Dijo que «nunca había conocido a nadie a quien no pudiera considerar una belleza», aunque en realidad lo que buscaba era el secreto que está adherido a los rostros , la magia inexplicable de algunas miradas.
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