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Los cuatro «discípulos» de San Andrés

El exalcalde de Madrid y su mujer, y los presidentes de la Asamblea e Ifema están retratados como santos en una histórica iglesia del barrio madrileño de la Latina. Son obra del teniente de alcalde de Alcorcón, José Gabriel Astudillo

MIGUEL OLIVER

Cuenta la leyenda que en Milán no se hablaba de otra cosa cuando Leonardo se encerró en el convento dominico de Santa María delle Grazie para pintar «La última cena». Era 1495 y en la ciudad surgían rumores de que el genio florentino estaba utilizando la obra para inmortalizar mensajes heréticos y, sobre todo, personajes que nada tenían que ver con el halo de santidad de sus protagonistas. Alarmado por los comentarios, el propio duque Ludovico Sforza se presentó en la iglesia para interrogarle. «Lo único que hago es homenajear a la gente que admiro», dicen que le respondió Leonardo.

La misma motivación tuvo José Gabriel Astudillo, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Alcorcón, cuando decidió pintar 17 cuadros para la iglesia de San Andrés. El templo, en pleno barrio de la Latina (junto a la calle Segovia), es uno de los tres más antiguos de la ciudad con San Pedro el Viejo y San Nicolás. Hace pocos años culminó un cuarto de siglo de rehabilitaciones, después de ser uno de los primeros edificios bombardeados durante la Guerra Civil. El proceso le dejó casi sin dotación económica y todavía tenía que «llenar» los muros con imágenes religiosas. Y fue entonces cuando apareció este histórico de la política madrileña, licenciado en Bellas Artes.

Sin decírselo a nadie, Astudillo se encerró durante dos años en su estudio de pintura para «regalar» al templo los retratos de Jesús, los doce Apóstoles, San Isidro (dos cuadros), Santa María de la Cabeza y San Miguel. Los trece primeros rematan la cúpula del Altar Mayor . Los otros cuatro adornan retablos laterales. El problema —por decir algo— llegó cuando tuvo que ponerle cara a los santos. Pero ahí no tuvo ni media duda: «Quise homenajear a la gente que ha sido importante para mí a lo largo de mi vida. No es nada nuevo, lo hacían casi siempre los pintores del Barroco en sus obras».

Por eso representó a Jesús con la cara de su hijo pequeño. O al mayor como Santiago. Judas Iscariote es su amigo Félix, y el periodista Ángel del Río le pone cara a San Andrés... Pero Astudillo, animal político como pocos, también quiso inmortalizar a los dirigentes —o compañeros— del partido que le han marcado en sus casi treinta años dedicado a la vida pública.

Fue entonces cuando decidió retratar a José María Álvarez del Manzano — «el mejor alcalde que ha tenido Madrid» — como San Isidro Labrador, a su mujer (María Eulalia Miró) como Santa María de la Cabeza, al presidente de la Asamblea de Madrid (José Ignacio Echeverría) como San Felipe, y al máximo dirigente de Ifema (Luis Eduardo Cortés) como San Simón. «Es una forma de reconocer mi amistad y admiración por ellos», dice. «Manzano ha sido un gran compañero y amigo; Cortés ha sido mi maestro en política; y con Echeverría éramos inseparables en el Ayuntamiento. Junto a Esperanza Aguirre, nos conocían como el “triunvirato” porque siempre firmábamos juntos las propuestas de Cultura y Medio Ambiente».

Astudillo convenció a Cortés y Echeverría para que posaran en su estudio. Bastaron con un par de sesiones de cada uno para que el retrato cogiera forma. Nunca olvidará la reacción del presidente de Ifema cuando se vio representado como San Simón. «José Gabriel —me dijo—, soy yo. Se quedó un rato mirando el cuadro en silencio». Lo mismo le ocurrió a Echeverría. Con Manzano fue distinto. No le quiso decir nada hasta el final. Para los retratos utilizó fotos suyas y de su mujer. Cuando ya estaban colgados en el templo, lo llevó engañado. «Eres un traidor —le dijo el alcalde, medio sorprendido—; después de esto no nos dejarán subir al cielo».

El párroco Lorenzo Rodríguez no olvidará el «detallazo» de Astudillo. «No quiso cobrar ni un euro por los cuadros; tiene el cielo asegurado». El pintor —y concejal— se justifica: «Es un regalo para los madrileños. Les debemos mucho porque nos eligieron para gobernar. Y aunque no lo crean los políticos tenemos corazón».

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