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La banda del Titanic

BASTABA ver las caras de los senadores y diputados socialistas escuchando ayer a Zapatero para darse cuenta del esfuerzo que estaban haciendo para creer lo que les decía. Y es que se necesitaba una fe de carbonero para no echarse a llorar o a reír ... ante aquella reata de simplezas. Sólo Alfonso Guerra, sin mirarle, buscaba afanoso en las páginas del discurso algo que sólo él podría decirnos. Los demás, como estatuas de un cementerio, que era lo que aquello parecía. A la salida, mientras se dejaba fotografiar entre niños, el presidente dijo la única cosa fiable: «Es el momento más grato de la jornada». Puede que para sus adentros se estuviese diciendo: «¡Lástima que los ingleses no sean como los niños o, por lo menos, como los españoles!». Veníamos del esperpento de Elena Salgado tratando de convencer a los medios y mercados europeos de la solidez de nuestra economía, mientras José Blanco acusaba a esos mercados y medios de conspirar contra España. El Financial Times se ha quedado corto al calificarlo de esquizofrénico e infantil.

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