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Viaje a las entrañas de «Gómez Cardeña», el sueño de Juan Belmonte

ABC accede en exclusiva al cortijo donde se quitó la vida el torero revolucionario

Viaje a las entrañas de «Gómez Cardeña», el sueño de Juan Belmonte ROCÍO RUZ

fernando carrasco

La campiña utrerana, manantial y cuna del toro bravo en España, está a tiro de piedra de Sevilla, como solían decir aquellos labradores que se acercaban hasta la capital los días de festejos en los que la plaza de la Real Maestranza acogía carteles por los que muchos de ellos empeñaban hasta los colchones. En medio de este singular paraje sevillano, en alto y desde donde se divisan la laguna salada de Zarracatín y el Palmar de Troya, se encuentra «Gómez Cardeña», la finca que soñó Juan Belmonte para vivir y en la que acabó sus días el 8 de abril de 1962, a los 69 años, de un tiro. Una joya desconocida para la mayoría que guarda celosamente los recuerdos del Pasmo de Triana durante 30 años.

Cortijo típicamente andaluz donde la cal —sazonada con el ocre de los poyetes— domina todos y cada uno de los edificios que se distribuyen a lo largo de su extensión, conservando ese aire que le imprimió uno de los más grandes toreros, exponente máximo junto con Joselito el Gallo de la «Edad de Oro» del Toreo .

Las primeras noticias de «Gómez Cardeña» datan del siglo XV. Le fue concedida en donadio a Guillén de las Casas, Veinticuatro de Sevilla y tesorero mayor de Andalucía. Pasó por diversas manos hasta que en 1934 Francisco de Borja de Silva y Fernández de Henestrosa, marqués de Zahara, se la vendió a Juan Belmonte. Tiene una extensión de 1.341 hectáreas.

Su relación con los intelectuales

Entrar por las puertas de «Gómez Cardeña» es hacerlo en las entrañas de una parte indisoluble de la historia no solo taurina sino de esta provincia. Hoy en día sus nietos, los Beca Belmonte, hijos de Blanca, y los Arango Belmonte, hijos de Yola, son los conservadores de estos muros, salones, habitaciones, plaza de tientas y jardines por los que Juan Belmonte paseó con personalidades como Sebastián Miranda, Ignacio Zuloaga, Gregorio Marañón, Mariano Benlliure, Ramón Pérez de Ayala, Edgar Neville… Porque Belmonte no sólo no fue un torero al uso de la época, sino que su vida trascendió más allá de los ruedos y se instaló en aquella Generación del 27 donde la cultura alcanzó su máxima expresión.

«Gómez Cardeña», cincuenta y dos años después de la muerte del diestro, sigue teniendo la misma entrada donde el nombre del cortijo, en letras cerámicas, ya indica el «santuario» que se está a punto de traspasar. Detrás de la puerta principal se extiende, a la izquierda y hacia adentro, un extraordinario jardín salpicado por frondosos árboles en los que destacan limoneros, olivos, granados, cipreses y palmeras; arbustos como laureles y adelfas y setos de romero que serpentean por el albero, que preside todo el conjunto exterior.

El porche de arcos precede a la entrada a uno de los salones principales. Hay que franquear una imponente reja —traída de otra de sus fincas, «La Capitana»— copiosamente forjada que, desde dentro, deja entrar los rayos de sol describiendo curiosas figuras en la solería gastada de color rojizo, como en la mayoría de las estancias.

Y precisamente en este salón, a la derecha, en un pequeño rincón que mira hacia una blanca chimenea en la que se posan varios tomos del Cossío, «vademecum» del toreo, y un retrato fotográfico de Belmonte, se dispone un pequeño sofá y dos sillones que engloban a una mesa baja. Dos ventanas dejan entrar la luz. Ahí fue donde aquella tarde del 8 de abril de 1962 el Pasmo puso fin, de un tiro, a una vida tan intensa como extraordinaria .

Magníficos retratos

En el interior, otro de los muchos salones, el que preside la plaza de tientas, guarda como joya extraordinaria uno de los magníficos retratos que Zuloaga pintó de Belmonte. Por la puerta de ese salón que da a la plaza el torero trianero solía dirigir los tentaderos. Los burladeros, rojo sangre de toro que contrastan con la cal de sus paredes, llevan el hierro de su ganadería, que representa las iniciales de Juan, Yola y Julia. La «mangá» por la que entraban las vacas y luego eran devueltas al campo tras ser tentadas, sigue manteniendo ese aire de coso campero donde parecía detenerse el tiempo.

Un largo pasillo por el que se distribuyen varias habitaciones y aseos se conserva tal y como lo dispuso su dueño: arcones traídos de América, estanterías en las que se apilan libros, fotografías de sus hijas y sus nietos;metopas con cornamentas de ciervos, imponentes óleos de temática religiosa... No hay mucho que tenga que ver con el toro; quizá Belmonte allí, en su refugio, pareciera querer olvidarse de todo lo que le rodeaba en la plaza.

Su nieto Javier Beca Belmonte, hijo de Blanca —acompañado de su esposa Guille Domínguez y del empresario y anticuario utrerano Manuel Morilla Tenorio—, hace de anfitrión y cicerone por todos y cada uno de los rincones de «Gómez Cardeña» y rememora, en el patio donde se encuentran las caballerizas y donde se guardan las garrochas con las que solía acosar y derribar su abuelo, «la personalidad que tenía y cómo su presencia llenaba todo el espacio».

Recuerda a tantos y tantos personajes desfilando por el cortijo; a toreros que admiraban al Pasmo. Hoy, después de cincuenta y dos años de su muerte, «Gómez Cardeña», el «sancta sanctorum» que soñó Juan Belmonte, sigue conservando el espíritu que le imprimió un genio del toreo. Y de la vida.

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