Sebastián Castella, faena capital en Burgos
Alcurrucén lidia la corrida más seria, con un «Capuchino» sensacional
ROSARIO PÉREZ
Por fin salió el toro a orillas del Arlanzón. Hubo de esperar a la última de feria para que el conjunto de los Lozano trajese la corrida mejor presentada, variada y con ejemplares de nota. Lástima de viento, que se coló sin compasión. Pese a ... las molestias de Eolo, que convidaban a la mentira, en el ruedo se firmó toreo de verdad.
Autenticidad de principio a fin exhibió Sebastián Castella con el más feo y geniudo quinto, que no había hecho concebir demasiada esperanza en los inicios. Toda la puso el francés, pura disposición y firmeza, sin importarle que la muleta ondeara como una bandera en los medios ni la violencia de «Burlón», que se movió con exigencias. No se podía estar más entregado, tanto que se llevó un arreón como para afeitarle la cara en un anuncio de Gillette. Mientras a los escribientes nos bailaban los dedos en plena Antártida burgalesa, al de Béziers no le tembló el pulso en tan valentísima e importante obra, para valorar al alza en el Plantío o en el mismísimo Madrid. Porque fue faena de capitales. Incomprensiblemente, como un día antes la de Ponce, la cosecha se redujo a una oreja, que supo a poco pese al pinchazo.
Para sabor el de «Capuchino», el toro de la tarde y de muchas tardes. Sebastián Castella, que había dejado una sentida media, se plantó como el que toma una taza de café. Ese es el valor, según el francés. Y sobre esa base esencial se construyó la obra, prologada de modo sensacional al hilo de las rayas. Las calidades, la clase y la nobleza del alcurrucén brillaron en la asentada muleta de su matador, que le ofreció las telas todo lo planchadas que el viento permitía. Hubo ligazón y armonía, ritmo y temple a derechas. Por el izquierdo ofreció los vuelos en dos naturales excelentes, con un resolutivo y bonito remate. Las manoletinas de cierre pusieron a punto de caramelo el triunfo con un «Capuchino» de doble trofeo, pero falló la espada y todo quedó en una ovación.
El otro triunfador moral fue Iván Fandiño, que siempre dio el paso al frente con el lote más desaborido. El de Orduña, que cada día torea mejor a la verónica, dejó lances de pata y vuelos p'alante con el serio tercero. Empujó en varas y en la muleta llevó siempre el morro por abajo, pero, reservón y escarbador, le costaba un mundo avanzar al frente. Quien sí lo hizo fue el vasco, que se puso en el sitio con verdad y sacó derechazos y naturales de notable nivel. Meritoria faena, muy por encima del colorao y de Eolo, aunque alargó en exceso y le sonó un aviso cuando se perfilaba para matar de un estocadón. El insípido sexto, muy agarrado al piso y sin recorrido, no merecía tanta raza y disposición, con un enfibrado desplante a cuerpo limpio. Después de dejar en el anterior el espadazo del ciclo, en el último falló su arma letal.
Al primero, con sus flecos mansos, se le vislumbraron opciones, pero no pudo desarrollarlas. Aunque tardeaba, no fue ninguna alimaña. Juan José Padilla anduvo muy inseguro y no le dejó la flámula puesta ni una vez. Le costó banderillearlo una eternidad y, para colmo, el cinqueño no recibió el mejor trato durante la lidia. Voluntad del Ciclón en el cuarto, otro nobilísimo y gran núñez en el que faltó compromiso y sobraron alardes populacheros. Los rodillazos caldearon el gélido ambiente, que regresó a la estación invernal con tanto descabello que faltarían líneas en la ficha. Por milésimas no le mandaron a «Malagueño» al corral.
Sebastián Castella, faena capital en Burgos
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