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La Iglesia de la Unificación del Cristianismo acaba de enterrar a su líder, Sun Myung Moon. Sus fieles veían en él al nuevo Jesucristo, pero se ha ido sin salvar al mundo. La secta ultraderechista, famosa por sus bodas masivas, posee un gran imperio empresarial que le proporciona grandes sumas de dinero con las que financia su cruzada anticomunista. Pero, ¿podemos considerar peligroso a este nuevo movimiento religioso?
La doctrina de la secta, que se dice cristiana pero rechaza utilizar la cruz como símbolo, se encuentra en el libro «El Principio Divino», escrito por Sun Myung Moon. Se trata de una especie de Tercer Testamento en el que el reverendo reinterpreta a su antojo la Historia en clave bíblica. Así, en la actualidad Satán estaría representado en la Tierra por el comunismo. [Galería de imágenes: Funeral por el líder de la secta Moon]
Los «moonies» -como se les conoce en inglés- consideran a su recientemente fallecido líder el «Nuevo Mesías» o «Señor de la segunda venida», sucesor de Adán y Jesucristo, que iba a salvar definitivamente a la humanidad. Según la secta, si Jesucristo se hubiera casado, él y su mujer se habrían convertido en los padres de la humanidad, pero su crucifixión le impidió terminar aquella misión. Se suponía que la pareja formada por el reverendo y su esposa Hak Ja Han, la «Nueva Eva», iba a culminar esa empresa salvífica. Pero ya no será posible. La Iglesia de la Unificación, que basa su actividad en los matrimonios contraídos entre sus fieles, es conocida por sus bodas masivas, en las que el reverendo emparejaba a su antojo y de una tacada a miles de creyentes.
Se desconoce el número exacto de miembros de la secta, pero este podría estar entre varios cientos de miles y dos o tres millones. En sus filas llegó a militar algún que otro personaje conocido, como el exarzobispo católico de Lusaka (Zambia) monseñor Milingo. Captado por los «moonies», se casó según su rito con la acupunturista coreana María Sung. Tras darse cuenta de su error y escapar de la Iglesia de la Unificación, Milingo, a punto de ser excomulgado, recibió el perdón del Papa Juan Pablo II.
El nacimiento de la secta
Tal y como cuenta Cándido Martín Estalayo en Pluralismo religioso en España, Sun Myung Moon nació en Corea del Norte en 1920 en el seno de una familia numerosa que se convirtió del taoísmo al presbiterianismo, una rama del cristianismo protestante. Según creen los «moonies», cuando el reverendo tenía 16 años, Jesucristo se le apareció mientras rezaba y le dijo lo siguiente: «Tienes una misión importante que realizar para el cumplimiento de la providencia de Dios. No pude revelar todo lo que tenía que decir ni asegurar la salvación total». La imprevista muerte en la cruz había interrumpido la empresa divina de Cristo.
«Los presidentes y reyes de la tierra se van a postrar a mis pies»
Para 1960 el líder unificacionista ya se había casado en tres ocasiones, pero ese año conoció a Hak Ja Han, una estudiante de 18 años -él tenía ya 40- que se convertiría en «la nueva Eva» de la secta. Sin duda, el matrimonio entre Moon y Han marcó un antes y un después en la historia de la Iglesia de la Unificación. El reverendo decidió que a partir de entonces la vida espiritual de la comunidad y su actividad proselitista se basarían en la familia moonista, y no en la misión individual. De ahí la mucha importancia que la Iglesia da a sus famosas bodas masivas.
Una multinacional anticomunista
Según cuenta Pepe Rodríguez en El poder de las sectas, el reverendo Moon se dedicó a viajar por todo el mundo haciendo amistades que facilitasen el crecimiento de su imperio mediático, industrial y financiero. En Estados Unidos consiguió reunirse con los presidentes Dwight D. Eisenhower y Richard Nixon, a quién intentó echar una mano durante el caso Watergate. Además de numerosos periódicos, la multinacional unificacionista también tiene bancos, flotas pesqueras y centenares de entidades «supuestamente no lucrativas de todo tipo», afirma Rodríguez.
Sun Myung Moon siempre tuvo claro lo que quería. En una declaración dirigida a sus fieles afirmó: «Yo soy vuestro cerebro. Dentro de un tiempo mis palabras se van a convertir en ley, y los presidentes y reyes de la tierra se van a postrar a mis pies». Y para eso hace falta mucho dinero.
Gran parte del que ganan los «moonies» lo destinan a la lucha por el fin del comunismo. Es tal la virulencia anticomunista de la secta que ha militarizado parte de su feligresía y de su red de empresas. Según Jean F. Boyer en El imperio Moon, la empresa unificacionista Tong Il ha fabricado fusiles de asalto M16, lanzagranadas M79 y ametralladoras pesadas M60 para el Ejército yanqui. Pero la secta también lucha en la calle: en 1975 el reverendo logró reunir a más de un millón de personas en una manifestación contra el comunismo en Seúl. Como hemos dicho, esta misión divina necesita mucho dinero, y el ansia desmedida por conseguirlo ha llevado a los unificacionistas a cometer algunos «excesos». Sun Myung Moon pasó un año en prisión en los Estados Unidos por evasión fiscal.
Técnicas de captación
Martín Estalayo describe en su libro la estrategia de la secta para captar a sus víctimas. Jóvenes abordan amablemente al futuro «moonie» en la calle y, siempre sin identificarse, le empiezan a hablar de paz, fraternidad y de lo malo que es el comunismo. Le invitan a pasar un tiempo -incluso varios días- en una de sus casas, donde a base de continuas conferencias y charlas, falta de sueño y ayuno consiguen que su voluntad quiebre. Poco a poco, el adepto se irá separando de su familia y del resto del mundo. Así es que, de acuerdo con los expertos en esta materia, podemos concluir que la Moon es una «secta destructiva».
Sun Myung Moon pasó un año en prisión en los Estados Unidos por evasión fiscal
La secta también se financia a través de conferencias en cualquier lugar del planeta a las que invita a personalidades relevantes del mundo de la política, las ciencias y las artes con todos los gastos pagados. Muchos saben quiénes son los anfitriones, pero otros no. Uno de estos invitados fue Pierre Piganiol, profesor especializado en urbanización y desarrollo en el Tercer Mundo que acudió en Nueva York a una de estas conferencias. Según cuenta Piganiol, «en cada mesa de ocho había cinco invitados y tres moonistas. Estos se desinteresaban visiblemente de nuestras discusiones; tenían el mismo aire “ausente”, respondían en el mismo tono y decían las mismas cosas».