deportes en celuloide (II)
«El luchador»: un Jesucristo en mallas de lucha libre
Mickey Rourke resucitó su carrera con la historia de «The Ram», un luchador de «wrestling» en su ocaso

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Entre las muchas rarezas que ha firmado Darren Aronofsky a lo largo de su carrera está convertir a un viejo luchador de “wrestling” en una retorcida versión de Jesucristo. Es el protagonista de “El luchador” , una película sobre un mundo artificial como el de la lucha libre que, sin embargo, rebosa autenticidad.
Hay muchos detalles bíblicos que se revelan durante el metraje en el personaje de Randy “The Ram” Robinson , empezando por su propio apodo (“ram” significa cordero). O su forma de lanzarse por última vez hacia el cuadrilátero, con los brazos formando una cruz y cubierto de heridas abiertas. O el público que demanda su sangre mientras la única que le pide que no luche es su María Magdalena particular, una “stripper” a la que precisamente le gusta compararle con Jesucristo. Aunque el "Sweet Child O' Mine" de los Guns N' Roses que precede a la tragedia no es tan bíblico:
Pero el “El luchador” no es una historia de salvación. El sacrificio particular de “The Ram” , narrado en la parte final de la cinta, no sirve para redimir a nadie, sino que resulta el desenlace triste de una vida condenada a representarlo. “El luchador” arranca como una película de trasfondo cristiano, en la que parece posible que “The Ram” pueda salvarse y rehacer su vida, y termina como una tragedia griega, donde sus propias pasiones le empujan hacia el desastre.
Este Jesucristo en mallas está interpretado por un deslumbrante Mickey Rourke , cuya carrera, justo al contrario que la de su personaje, experimentó una resurrección al estrenarse la película. Rourke encarna el rostro desgastado, la melena rubia y los músculos de cartón piedra (léase esteroides) de una vieja gloria de la lucha libre de los ochenta, que malvive en una caravana, divorciado y peleado con su hija, mientras saca algo de dinero en pequeños combates.
La caracterización del personaje es una mezcla de las dos grandes leyendas del “wrestling” de los 80, Hulk Hogan y Randy “Macho Man” Savage . No es el único detalle nostálgico. “The Ram” tiene en su caravana un viejo juego de la Nintendo, creado especialmente para el filme para que él aparezca como personaje, y que recuerda mucho al clásico “WWF Wrestlemania”. H ay incluso un pequeño guiño a una anécdota real que le sucedió al luchador profesional Tommy Dreamer , cuando un espectador le cedió su pierna ortopédica para que golpease a su rival.
Los viejos rockeros nunca mueren
Los primeros compases del filme se mueven entre la crudeza de los combates y lo entrañable del protagonista. “The Ram” se presenta como un tipo carismático , buen camarada y que juega con los niños. Un perdedor de los que caen simpáticos. Sus años de destrozarse el cuerpo sobre el “ring” parecen tocar a su fin cuando en un combate especialmente duro, con pinchos y cristales rotos sobre el escenario, sufre un ataque al corazón. El hecho le empuja a tratar de reconducir su vida: deja la lucha libre, empieza a trabajar en una charcutería, intenta conquistar a Cassidy (sensacional Marissa Tomei ), su “stripper” favorita, y trata de hacer las paces con su hija.
El cambio de registro es como un puñetazo. De esos rocosos planos sobre el cuadrilátero, que se ensañan en las brechas de los púgiles, la audiencia enfervorecida y el rock duro (“Bang Your Head” de Quiet Riot abre la película por todo lo alto), Aronofsky pasa a una historia de salvación que recuerda a esa época en la que Elvis Presley se pasó al góspel. Pero los viejos rockeros nunca mueren. “The Ram” regresa a las peleas para revalidar el combate de su vida contra “El Ayatolá” , un luchador caracterizado como un villano árabe (un detalle que, por cierto, sirvió para que los medios iraníes cargaran contra la película).
Es un regreso que el personaje decide emprender después de fracasar en el intento de construirse una nueva vida. Un acto cuyo componente kamikaze se encarga de recordarnos la cicatriz en el pecho de “The Ram” , recuerdo de su doble “bypass”. El cordero se sacrifica sin ningún fin en concreto, solo porque no puede hacer otra cosa. Como un Edipo que se lanza en brazos de su destino.
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