Hazte premium Hazte premium

Rilke, Toledo y El Greco (I)

Si la casualidad fue lo que condujo a El Greco a Toledo, fue El Greco la casualidad que hizo que Rilke llegara a nuestra ciudad. Este artículo trata de cómo se produjo tal proceso, de cómo, para la sensilibidad de Rilke, el Toledo de los cuadros de El Greco fue un reclamo irrenunciable, una instancia incostestable para emprender el viaje...

Rilke, Toledo y El Greco (I)

POR ÓSCAR GONzáLez Palencia y Antonio Illán Illán

Toledo, Rilke y El Greco conforman el triangulo de una pasión. Ángeles de Rilke, ángeles del Greco, ángel de Toledo sin ala en la puerta de Bisagra, calle del Ángel. Vista de Toledo del Greco que impresiona a Rilke en 1908 e impulsa su deseo de conocer esa ciudad que aparece en el cuadro bajo una luz mordiente que la atrae hacia las alturas en un verde llamear.

El año 2012 se cumplen cien años del viaje iniciático de Rainer Maria Rilke a Toledo, ciudad de la que afirmará: «…aquí está expresado el lenguaje de los ángeles, tal como ellos se las ingenian para convivir entre los hombres». En el horizonte de 2014, el Greco también espera su centenario, cuya preparación está en marcha. Consideramos que es preciso el encuentro de estos creadores que engrandecen con su presencia y su universalidad a una ciudad milenaria.

La fuerza emocional, la cercanía de las fechas, el feliz avatar de la convergencia en las efemérides de dos artistas lejanos en el tiempo, pero muy próximos en motivos de reflexión, interés y creación, y la pasión que Rilke manifiesta por el Greco y por Toledo, bien merece la pena que destinemos estas páginas para acercar más aún a estos artistas y su relación al conocimiento de las gentes.

Contamos con contribuciones muy valiosas a la hermenéutica de la obra de Rilke y al conocimiento de su vida, debidas a grandes especialistas españoles. La ávida atención que nuestro país despertó siempre en el poeta germánico se ha visto recíprocamente correspondida con estudios y ensayos hondos, concluyentes. De entre todos los lugares de España que fueron del interés del gran escritor nacido en Praga, el que le despertó un mayor vivo deseo por conocerlo y vivirlo fue Toledo. Tal vez por eso, la sucesión de los hechos haya querido, fatalmente o por azar, que alguno de los más grandes intérpretes de la obra de Rilke sea toledano, como el notario torrijeño Antonio Pau Pedrón, verdadero fiduciario de la vida y la obra del autor nacido en Praga, de cuyo talento y, muy específicamente, de su relación con Toledo, Pau ha dejado constancia con su firma, bajo escrituras tan bellas como documentadas, en forma de dos ensayos y una biografía, que son razón suficiente para que, con este artículo, le rindamos tributo de admiración y reconocimiento. De la misma manera, expresamos nuestra gratitud a Amador Palacios, que, muy diligentemente, al leer nuestro propósito de escribir este artículo, prefigurado, en un número anterior de como un deseo y como un compromiso, nos remitió un ejemplar de su colección de ensayos El pie de la alimaña , donde figuran textos dedicados a El Greco y a Rilke.

Hay mucho de El Greco en Rilke, como hay mucho de Venecia y de Toledo en ambos. El afán por el absoluto, por lo incondicionado, por lo subyacente, por lo inmutable, junto con la conciencia de ser portadores de un don creador con que dar cuenta de su hallazgo o, mejor, de su búsqueda, condujo a los dos por espacios comunes. No creemos que sea exclusivamente lo aleatorio lo que alcance a explicar que estos lugares, junto con otros como Praga o Heraclión, hayan enmarcado el nacimiento, la formación, la vida y el talento de grandes artistas como los que nos ocupan y otros que nos ocuparán en el futuro. (Reservamos un espacio en futuros números de esta publicación para verter una reflexión acerca de lo que une ciudades como las citadas, en las que el arte, la ciencia, la leyenda, y, en suma, la cultura, han determinado una ordenación de su espacio y una forma de vida en el seno de su propia trama urbana). En este texto focalizamos nuestra atención en dos toledanos de adopción, que, desde Creta y Centroeuropa, recalaron en una ciudad, Toledo, que fue, para ellos, tierra de promisión creativa. De hecho, si la casualidad fue lo que condujo a El Greco a Toledo, fue El Greco la causalidad que hizo que Rilke llegara a nuestra ciudad. El presente artículo trata de cómo se produjo tal proceso, de cómo, para la sensibilidad de Rilke, el Toledo de los cuadros de El Greco fue un reclamo irrenunciable, una instancia incontestable para emprender el viaje, porque en esas pinturas, símbolo del absoluto, estaba expreso el anhelo satisfecho de eternidad que el poeta ansiaría durante toda su vida.

De Velázquez a Zuloaga: Hacia el Greco

Se ha enfatizado que la imagen que Rilke se formó de España fue la transmitida por los románticos alemanes, particularmente, por Lessing y Herder, que ven en nuestro país la ínsula entusiasta del Romanticismo que resiste al asedio racionalista francés. Hasta donde tenemos conocimiento, más allá de la imagen idealizada de la libertad romántica, Rilke miró hacia España desde los ojos de su juventud, pues tenemos constancia de que, antes de la conclusión de su bachillerato, compuso un poema dedicado a su, por entonces, idolatrado Velázquez, revelador de sus lecturas apasionadas sobre la historia del arte y de la literatura española que había asumido de las obras del hispanista alemán Adolf Friedrich von Schack. Lo español era para el joven Rilke un embrión de lo que habría de representar después, el cumplimiento de un designio.

La profunda emoción que le levantarían las páginas de von Shack no sería más que el prólogo a un nuevo descubrimiento, el de Ignacio de Zuloaga, que no debe entenderse, sin embargo, más que como un lapso entre la pasión primigenia por lo español y la verdadera epifanía que supuso el acceso a la obra de El Greco. Con todo, Zuloaga inspiró, en principio, auténtica veneración en El Greco. El primer contacto con la obra del pintor vasco fue en Berlín, en la casa Shulte, en el año 1900; al año siguiente, se desplazaría a Dresde, donde tendría oportunidad de contemplar una exposición del pintor eibarrés; en 1902, asiste, en Bremen, a la inauguración de la galería de pinturas de esta ciudad, donde volvió a contemplar algunas pinturas más de Zuloaga. Estos precedentes servirían de prefacio al encuentro entre el poeta y el pintor, que tuvo lugar en París, en el año 1902. Cuando Rilke, que era secretario personal del escultor Rodin, tuvo noticia de la presencia de Zuloaga en la ciudad del Sena, aprovechó la ocasión para solicitarle una cita por medio de una carta, a la que adjuntó un ejemplar de su Libro de las imágenes . La pasión de Rilke por la vena creativa de Zuloaga es incuestionable, como lo demuestra el deseo del poeta de escribir una monografía sobre el pintor de Éibar. De ese encuentro, que, en efecto, se produjo, se derivaron dos consecuencias: por un lado, Rilke perdió todo interés por conformar su monografía sobre Zuloaga, y por otro, el centro gravitatorio de su pasión por el arte español se había desplazado hacia El Greco. Pudo suceder, como se ha aventurado, que Zuloaga minusvalorara a Rilke y que este contestara a ese signo de displicencia con su propio desdén; pudo suceder, sin más, que Rilke se deslumbrara ante la contemplación de los cuadros de El Greco que el pintor vasco poseía y conservaba en su estudio parisino. Sea como fuere, el cambio no aconteció como el producto de una mentalidad voluble y fetichista, sino como el final de un proceso que comprende, al menos, el intervalo que va de los años 1902 a 1906, fechas de un epistolario que revela una admiración por Zuloaga sostenida en el tiempo (al menos dos poemas, «La bailarina española» y «Corrida», son atribuibles a su influjo). Por lo demás, el episodio de la contemplación de los grecos en posesión del pintor vasco tuvo un cariz de verdadero despertar en el espíritu del poeta en plena evolución hacia su madurez creativa; y, aunque solo fuera por esa razón, es de justicia señalar a Zuloaga como un episodio decisivo en la vida y en la obra de Rilke, un feliz encuentro que traerá a Toledo a este autor esteticista de sonido trascendente que va a encontrar en Toledo la vena para comenzar a escribir los Poemas a la noche , que se inician con el titulado «Al ángel», y la Trilogía española , que cuya escritura inicia en el año 1913.

En la siguiente entrega de daremos cumplida cuenta de ese encuentro entre la emoción, pasión y conocimiento que suponen Toledo y El Greco para Rilke.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación