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AJUSTE DE IDEAS

El extraño caso de Jorge Fernández Díaz

Su política de mano tendida a CiU, sus buenas relaciones con el partido de Jordi Pujol y su apoyo a la política lingüística de la Generalitat acabaron con su liderazgo a principio de los noventa.

MARÍA ANTONIA PRIETO

El caso de Jorge Fernández Díaz, candidato del PP de Cataluña a las elecciones generales, viene a confirmar que también en política la paciencia es una virtud. Hace veintitrés años, en las autonómicas de 1988, Fernández Díaz se midió con Jordi Pujol, Raimon Obiols y Joan Hortalà. En las generales de 1989 y en las de 1993, compitió con Miquel Roca, Narcís Serra o Pilar Rahola. Transcurridas dos décadas, retirados todos aquellos próceres de la primera línea de fuego, Jorge Fernández Díaz está a un paso —según dicen las encuestas— de firmar el mejor resultado de su carrera política. Lo cual tampoco tendría nada de particular de no ser porque antes, durante y después de aquellas citas electorales a Fernández Díaz le pasaron por encima todos los giros estratégicos y todos los líderes para la ocasión que en el PP han sido.

Su política de mano tendida a CiU, sus buenas relaciones con el partido de Jordi Pujol y su apoyo a la política lingüística de la Generalitat acabaron con su liderazgo a principio de los noventa. Considerado poco menos que un traidor y un infiltrado del pujolismo, la dirección nacional del PP dio carta blanca a Aleix Vidal-Quadras para ensayar la fórmula de la confrontación total a CiU. Luego, según el momento y las necesidades, desfilarían por el laboratorio popular Josep Maria Trias de Bes y Josep Piqué, entre otros.

Ahora, con el PP jugándose la mayoría absoluta y pisando por primera vez los talones al socialismo catalán, Mariano Rajoy ha delegado en el hombre que dirigió el partido en Cataluña hace casi 25 años. Más claro, agua. Vienen de nuevo tiempos de entendimiento y por más que Rajoy se empeñe en mantener una calculada ambigüedad respecto a los asuntos catalanes, esto son matemáticas (que diría Obama). En cualquier caso, es justo reconocer que las alabanzas de Jorge Fernández Díaz al sistema de inmersión lingüística —«una técnica de aprendizaje extraordinaria con un balance sin duda exitoso»— que han dejado descolocado a más de uno, no son fruto de la necesidad electoral. Hace un cuarto de siglo opinaba exactamente lo mismo, pero aquel no era ni el momento ni el lugar.

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