FESTIVAL DE SALZBURGO
Muti triunfa en casa
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
El Festival de Salzburgo incluye, entre sus publicaciones, una dedicada a Riccardo Muti. El director italiano se presentó aquí hace cuarenta años, cuatro después de iniciar su carrera, de manera que Muti y Salzburgo se conocen bien. Este año acude con Verdi, es decir, un ... triunfo que ha hecho que las siete interpretaciones de «Macbeth», con el complemento del «Réquiem», se hayan convertido en un espectáculo agotado desde hace meses. El festival, encantado de que así sea, y Muti, feliz: sonríe, saluda a los admiradores y al finalizar la representación evita todo protagonismo abandonando el escenario para dejar que los intérpretes disfruten del clamor popular. ¿Para qué más? El trabajo está hecho y todos reconocen de quién es el mérito.
Hay que acumular mucha ciencia musical para dirigir a Verdi tal y como lo hace Muti. Tener delante a la mejor Filarmónica de Viena redondea el resultado hasta límites exquisitos, desde luego, pero el misterio parte del concepto: de la rotundidad de los silencios, de la sutil acentuación del acompañamiento, de la capacidad para alargar las frases hasta el exacto final, de muchos detalles que dan a esta música un color refinado y poco escuchado, ya sea la moderada presencia del metal, ya la capacidad para moverse de manera sigilosa por los entramados del drama. Muti lo exige así. Se lo pide a la orquesta y lo cumple, lo reclama de los cantantes y en la realización se les nota que son grandes intérpretes, que están bien ensayados pero que la genialidad no se comparte. La tiene Muti, que puso los pelos de punta en los dos primeros actos. Luego también, aunque fuera más difícil mantener la atención debido al ruido de una gotera que advertía del chaparrón que arreciaba fuera de la Felsenreitschule. Estos días el Festival de Salzburgo sigue solicitando ayudas para construir un «innovador» techo practicable en las históricas caballerizas.
Primera vez
Algunos de los intérpretes se presentan por primera vez en Salzburgo. Repetirán porque se lo merecen, y porque son de lo mejor que hay en un mundo en el que falta un barítono que asiente los pies en el suelo y saque la voz con la rotundidad necesaria, o una soprano dramática que desgarre y vuele. Falta materia, y falta, es lo peor, imaginación en el canto. Y a pesar de ello Tatiana Serjan tiene buena coloratura, empuje y apiana con gusto. La manera en la que Muti le pasó la mano por la cara al finalizar la representación vino a confirmar que había cumplido con lo acordado. También lo hizo el barítono Zeljko Lucic, de buena planta y temperamento. Entre los principales, el también barítono Dmitry Belosselskiy, en el papel de Banquo, deshizo en su aria del tercer acto lo que había construido anteriormente.
Ellos y los demás concurren bien ensayados y se sienten cómodos en la nueva puesta en escena de Peter Stein, cuya económico desarrollo se compensa con buenas dosis de imaginación aplicada a una iluminación que ofrece sugerentes visiones. La calidad del vestuario de remiscencias medievales y la desnudez corpórea se compensa con logradas evoluciones y varias escenas, como el convite del segundo acto con una mesa que evoca «La última cena» o la batalla del último, grandiosa en este escenario. Los rumores de desaprobación ante este trabajo son infundados, pues no ofende lo que no discute. Máxime si está hecho, y así lo sugiere Stein, a mayor gloria de «Macbeth» según Riccardo Muti.
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