EL TRAGALUZ
La insufrible Rottenmeier
VICENTE L. NAVARRO DE LUJÁN
¡DISCÚLPEME! No sé si Rotenmeier se escribe con una sola «t» o dos, ni tampoco se me alcanza si he de imprimir ese apellido con una «i» latina o griega; sólo sé que ese personaje le hizo la vida imposible a Heidi, que la ... masacró hasta hacerle la vida insoportable, que los castigos más tremendos se los imponía con una sonrisa sádica en los labios. Se trataba de unos dibujos animados, pero eran un epítome de la vesania hasta la que puede llegar un ser humano. Ignoro si la institutriz procedía de Prusia, aunque todo da a entender que era así, pero la pobre niña sufrió hasta el cadalso. Yo, desde mis 17 años, he pertenecido a la Internacional Democristiana y, amparado por gentes magníficas, conocí a jóvenes democristianos italianos, alemanes y belgas. Por ello, debería suponerse que me he de alegrar de los triunfos de Merkel, sobre todo cuando ZP le daba poca posibilidad de supervivencia. ¿Recuerdan? ¡Ahí está el internet para rememorarlo! Pero, bueno, mi artículo de hoy no tiene como fin cimentar mis coincidencias con ella, sino mi desagrado. De hecho, si yo votara hoy en Dresden o Hamburgo, no le votaría a ella, sino que me decantaría por la papeleta en blanco o nula.
Su suerte es que muchos europeos, como yo, no la podemos votar o dejar de hacerlo, y ello le vale. Ella viene de Prusia, y su afectividad anda marcada por sendos matrimonios con un físico y un químico, de los cuales probablemente quedará un experimento antropológico múltiple, condensados en sendos tubos de ensayo. ¡Tampoco está mal! Prusia es y fue una tierra brava, de la cual surgieron personajes tan dados a la quintaesencia como Bismarck y los Hohenzollern, lo que como carta de presentación de aval democrático no está nada mal. Pues bien, desde esta historia, Merkel nos ve a los latinos sudeuropeos como una tribu abigarrada de indígenas que andamos con taparrabos. Por ello, un buen día nos acusa de terribles sonámbulos –que tenemos más vacaciones que nadie, cuando es mentira- u otro es capaz con su entorno de acribillar a nuestra agricultura con la culpabilidad de un defecto sanitario que sólo es imputable a la magnífica maquinaria alemana. Pero, al fin y al cabo, sólo somos terrícolas latinos, que andamos con la lanza en ristre. Ella no sabe, ni se lo enseñaron en la escuela luterana, que cuando sus ancestros andaban a saltos y se traspasaban el cartílago de la nariz con un hueso —digo del siglo VII— nuestro San Isidoro escribía las «Etimologías». «¡Geld, geld!», (¡dinero, dinero!), grita Merkel. ¡Pepino, pepino, mentira, mentira!, gritan los agricultores de Almería, Murcia, Comunidad Valenciana y Aragón. ¡La gran Alemania! ¡Deutschland, Deutschland über alles! ¡A los demás, que les zurzan! ¿Y nuestro Gobierno, dirán ustedes? Mire usted, me quedo con Gran Bretaña. Al menos, toman el té con pastas y sin masacrarnos.
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