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Llanto por la ortografía

«Estamos en un momento crítico», alertan desde la RAE. Todas las pruebas diagnósticas indican que los estudiantes españoles escriben cada vez peor. «La situación es preocupante»

Llanto por la ortografía

BLANCA TORQUEMADA

Si los jóvenes «catean» en política y cultura general, como demostró hace una semana ABC, no podía faltar en el vasto océano de la ignorancia de las nuevas generaciones la falta de dominio de la ortografía. La mayoría de los profesores coincide: los estudiantes españoles cada vez escriben peor, con el matiz de que las carencias abarcan varios aspectos: las burradas ortográficas propiamente dichas, la pobreza expresiva, las incorrecciones gramaticales y, ahora, la evidencia de que a muchos adolescentes les importa un rábano saber si «exhaustivo» lleva o no hache intercalada. Eso en las redes sociales no penaliza y, además, si necesitan saber la grafía correcta, ya la buscarán en Google. No se trata del esnobismo intelectual de Juan Ramón («”Cójelo” en tu sinrazón») ni de la rebeldía provocadora de García Márquez cuando propuso liquidar la norma, sino de indolente indiferencia.

La Real Academia Española está detectanto que existen motivos de inquietud «no sólo por la ortografía, sino también por la cultura en general, por la lengua, por la escritura... Estamos en un momento crítico», evalúa Salvador Gutiérrez, el académico de la RAE que ha coordinado la nueva Ortografía, recién publicada. «Todas las pruebas diagnósticas indican que la situación es preocupante -abunda-, y los profesores que están en las aulas nos lo dicen también. Y no debemos conformarnos con que las autoridades manifiesten que esto es producto de la sociedad en la que vivimos, que es una sociedad cambiante. Se debería hacer un análisis objetivo, no catastrofista ni apocalíptico, de cómo estamos y cómo estábamos, porque no ha habido evaluaciones serias de si las reformas educativas han funcionado o no. La educación es una cuestión de Estado, y en ella debemos ponernos todos de acuerdo. Pero, desgraciadamente, no es así».

La lengua se valora menos

Sin olvidar que, en medio de tantos bandazos de la política educativa, ha eclosionado internet. ¿Se diluye la valoración social de la corrección ortográfica al abrigo de la inmediatez de las nuevas tecnologías? En España es además una simplificación reducir la cuestión a un fenómeno global desencadenado por las redes sociales, porque aquí se dan también ombliguismos locales como la liquidación casi total del aprendizaje de la lengua común en los currículos educativos de algunas comunidades autónomas.

Pese a ello, Gutiérrez, catedrático de Lingüística, lamenta más la general y progresiva reducción de las horas lectivas dedicadas a la lengua: «Yo no quiero cargar las tintas sobre las comunidades, porque el mal es general. Es una cuestión de pensamiento cultural, de si la lengua ha de tener más espacio en la educación o menos. Y hace años esa asignatura tenía muchas más horas en la educación, también las comunidades donde no hay lenguas específicas. Ha ido perdiendo horas, importancia y nivel de exigencia, y eso lo estamos pagando de una manera muy seria».

En paralelo, las primeras alarmas sobre el efecto pernicioso de las nuevas tecnologías saltaron hace unos años cuando se generalizó entre los chavales la comunicación en lenguaje sms, a través de los teléfonos móviles. Sin embargo, el máximo experto en ortografía de la RAE no ve ese aspecto como especialmente preocupante «porque es una escritura circunscrita a un ámbito muy concreto, igual que los anuncios por palabras o los telegramas en su momento». Pero ahora el panorama es más confuso y las incorrecciones están ganando terreno en todos los soportes. ¿Por qué? Con la era digital, dice Salvador, hubo una primera etapa alentadora en la que se recuperó el moribundo género epistolar. Gracias a los correos electrónicos todo el mundo volvió a escribir cartas. «Lo que ocurre —matiza— es que en el género epistolar de los correos electrónicos se ha perdido la conciencia de la perdurabilidad. Antes, cuando se escribía una carta se sabía que el destinatario podía conservarla para siempre, y uno ponía todo el cuidado del mundo. Sin embargo, el correo electrónico es una escritura efímera que apenas se revisa y se repasa. Y de ahí vienen las primeras faltas, de la incuria que conllevan las prisas».

Del «e-mail» a las redes sociales

Eso, en una primera fase, porque después ha llegado el cambio cualitativo desde el correo electrónico a las redes sociales, «donde todo es mucho más rápido, más efímero e incluso limitado, por estar tasado el número de caracteres. Y todos los análisis que hay sobre Twitter o Facebook indican que el descuido es inmenso. Evidentemente, estamos ante un cambio, porque escribir una palabra bien o mal también depende de la aceptación social. Si escribes fatal un correo electrónico y tu mal estilo es rechazado, entonces no lo volverás a hacer de esa manera». Por eso no sirve conformarse, dice, «con que la información esté hoy al alcance de la mano en internet, porque a redactar solo se aprende redactando. Hay procedimientos que tenemos que aprender y que no solo exigen práctica, sino también sacrificio. Los griegos decían que todas las artes tienen raíces amargas, y eso es aplicable también al lenguaje, la catedral más maravillosa que ha creado el hombre. Tenemos que aprender a expresarnos bien, con un cuestión importante a este respecto, y es que la enseñanza de la expresión tiene que ir acompañada con mucha práctica. A leer se aprende leyendo, y a escribir, escribiendo. En la ortografía no basta con dar las reglas, sino que hace falta escribir muchas veces las palabras para que eso se retenga. Incluso no es suficiente leer mucho para que la ortografía sea buena, porque leer y escribir son dos destrezas distintas. Es cierto que la lectura ayuda a fijarse en la escritura, pero si uno no escribe repetidamente no aprende. Tanto la lectura como la escritura son lo que se denomina técnicas cognitivas complejas y esas técnicas exigen práctica, práctica y práctica. Yo siempre digo que el que no escribe bien es porque no ha aprendido a hacerlo, ya sea con el ordenador, con la máquina de escribir o a mano».

Jesús Mesanza, doctor en Ciencias de la Educación que imparte actualmente clases en la Universidad Francisco de Vitoria, ejerció durante años como inspector del Ministerio de Educación y es uno de los pocos especialistas que en España ha ahondado en trabajos de campo sobre cómo se desenvuelven las nuevas generaciones con la ortografía. En tres sucesivos estudios (el primero en 1989, con estudiantes de octavo de EGB, el siguiente en 1998 con alumnos de segundo de la ESO y el último en 2004 con chavales más jóvenes, del último curso de primaria) ha podido cotejar unos datos a partir de los cuales estima que «la ortografía ha empeorado, pero levemente, no brutalmente como se suele afirmar. Al menos en el ámbito escolar».

Así, en el lapso transcurrido entre 1989 y 1998 solo halló dos centésimas de diferencia en los resultados registrados, que reflejan una media de algo más de seis faltas por cada cien palabras, en una redacción libre. «Más preocupante es —opina— el abismo entre centros educativos. En los informes de octavo de EGB y segundo de la ESO hay colegios con una media de 2,1 errores y otros con 15'23. No hay un nivel homogéneo de exigencia».

Faltas gordas

Apunta también Mesanza que la distinción entre «faltas gordas», que penalizan más en los exámenes, (una b por una v o las equivocaciones con las haches), y leves (las tildes) es el desencadenante de que el 60 por ciento de los fallos sean de acentuación, mientras que del cuarenta por ciento restante, «la mitad son por letras, aspecto en el que no se equivocan tanto como se suele creer, y la otra mitad por signos de puntuación». Otro aspecto significativo es que a lo largo de los años «las palabras en las que más fallan los chicos siguen siendo las mismas, prácticamente: más, también, día, mí, está, fútbol, qué, después, él y había». Y no será porque no lean y vean con machacona frecuencia un vocablo como «fútbol».

Aunque en esos análisis falta la perspectiva de lo que está sucediendo tras la explosión de las redes sociales, el profesor tiene claro que «la diferencia entre las nuevas generaciones y las anteriores con respecto a la ortografía está en que normalmente los adultos de más edad nos exigimos corrección en todos los ámbitos, mientras que los jóvenes practican una ortografía detrás de los muros de su colegio y otra fuera, cuando a la hora de comunicarse en un “chat” solo distinguen entre lo que les sirve y lo que no. Y por rebeldía en ocasiones incluso prefieren la antiortografía». Tiempos revueltos en los que, sin embargo, dice, sigue siendo posible reivindicar una escritura esmerada «como garantía de la precisión del mensaje, de que tiene un significado unívoco». Y de respeto a quien lo lee.

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