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Juan Pablo II, la fuerza de un santo

«Su pasión por revelar al mundo que lo más grandioso sobre la Tierra es el amor de Dios lo convirtió en misionero, en un incansable anunciador del Evangelio en todos los rincones del planeta. Convirtió así al mundo en su parroquia»

POR ÁNGEL GÓMEZ FUENTES

SEIS años después de su muerte, la tumba de Juan Pablo II se ha convertido en el lugar más visitado de la Basílica de San Pedro. Los peregrinos no tienen la sensación de visitar un lugar de muerte, sino de vida, como lo testimonian miles ... y miles de mensajes que le dejan. Se trata de un gran fenómeno transversal: niños, jóvenes, matrimonios, ancianos, creyentes y no creyentes se dirigen a Juan Pablo II como a un amigo, a un padre, a un abuelo, a un santo. En sus mensajes lo llaman Papa o bien Karol, Lolek (sobrenombre cariñoso que le dieron sus amigos), padre, hermano, o simplemente amigo, para demostrar ese trato vivo que sienten con él. Es una relación sincera, porque lo ven como un faro, un hombre de coraje, un hijo de Dios, una referencia en un mundo de hoy lleno de nubes. Le piden todo tipo de gracias y consejos prácticos cotidianos. Se acercan incluso quienes no estuvieron de acuerdo con su doctrina: divorciados que le piden una bendición, o mujeres que han abortado y le imploran una nueva oportunidad para ser madres. Algunos peregrinos incluso le añaden su dirección y teléfono, como esperando que Karol Wojtyla se ponga en contacto directo con ellos. Ven un Papa vivo y cada uno establece con él un diálogo, una relación personal y directa. En realidad se trata de un fenómeno que responde a la extraordinaria capacidad que tuvo Juan Pablo II para saber comunicar con el mundo, logrando una relación directa con la gente: cuando recorría las calles y saludaba desde el papamóvil o se dirigía a una muchedumbre de un millón de personas, la gente tenía la sensación de que se dirigía individualmente a cada uno de ellos. En el fondo, ese era también el sentimiento de Juan Pablo II: él dirigía su mensaje universal y su afecto por igual a cada mujer, a cada hombre, cada niño o anciano, a creyentes o no creyentes.

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