Quién ha visto a Liz y quién la verá ahora
POR ENRIQUE HERREROS
Conjugando con una reciente frase, pregonada estos días por la televisión a los cuatro vientos, se podría decir: «Liz, quién te ha visto y quién te ve». Me he enterado de tu muerte por un amigo común, el letrado José Antonio Suárez Lozano, que tiene ... ahora en su garaje el cochazo que le regalaste a George y éste me lo dio a mí. Suárez, actualmente, lo disfruta, quizás por lo mucho que nos ayudó con el lío que nos armaste con tus fotos sin ropa, cazadas sin miramientos por un paparazzi apostado frente por frente a tu suite en el Marbella Club... hace de eso, ya demasiados años. Poco después de su llamada, sonó otra vez el teléfono; esta vez eran de ABC pidiéndome la pertinente necrológica que, a estas alturas, ya no estoy acostumbrado a redactar.
Admirada Cleopatra , tal como siempre te he llamado, te recuerdo con cariño y, sobre todo, no olvidaré nunca las peripecias vividas a tu lado por tantos confines de la Tierra…Te conocí a la puerta de tu habitación de mi querido y, sin embargo, desaparecido Hilton de Madrid. Venías acompañando a tu entonces marido, creo que el número tres, Mike Todd, que aireaba por las cuatro esquinas del planeta su aplastante «La vuelta al mundo en 80 días». Cuando fui a entrevistarle me dio con la puerta en las narices. Mal comienzo. Pero, mi verdadero trato contigo se produjo cuando estabas liada con George Hamilton y juntos los tres recorrimos muchas ciudades de este podrido mundo.
Cuando Kashogui nos invitó a pasar unos días en su espectacular finca, situada a las afueras de Marbella, tú te pasabas las horas muertas en la cama viendo películas ; a mí me gustaba oír tus explicaciones de la gente de Hollywood, conocías a todo el mundo. Me refiero a la gente importante, ya fuesen artistas como Tracy, Taylor, Powell, o técnicos. Recuerdo que, a Ruttenberg, director de fotografía, tres veces Oscar, que puso las luces de tu bello rostro en «La última vez que vi París», le llamabas, cordialmente, Rutty.
No podré olvidar la tarde que llegamos a Cannes para asistir al dichoso festival. Subimos a trompicones a tu espléndida habitación rodeados de fotógrafos; lo primero que le pediste al director del Carlton fue un televisor situado sobre el espejo de la sala de maquillaje. Cuando se fueron todos los moscones, ingenuamente, te pregunté: «Cleo, ¿para qué quieres un televisor mientras te maquillan?». Me respondiste: «Para observar mejor cómo entran las artistas en la sala del Festival». Dominaban los vestidos en rojo. Liz, que llegó una hora tarde sobre el horario previsto, lo dudó unos instantes y, por fin, se decidió por un traje también de color rojo. Tuvo al pobre Paul Newman aguardándola más de una hora en la puerta . Pero acabó con el cuadro; fue la reina no solo de esa noche sino de todo el festival.
Vestido de cura
¿Te acuerdas cuando George, tú y yo pasamos unos días en Positano, ese pequeño pueblo de Salerno donde Franco Zeffirelli poseía una impresionante villa, y me presenté vestido de cura La Prensa dijo que el actor había llegado allí con su confesor, el padre Flanagan . Tú me llamabas así, recordando el papel que Spencer Tracy hacía en «Forja de hombres».
No se me quita de la cabeza cuando le sacaste de gratis a los de Disney, que gastan siempre muy poco, la fiesta de tu sesenta cumpleaños en 1992; la celebraste en Disneyland, por el área de Anaheim en Los Ángeles; y, encima pagaron todo el champán que nos bebimos tus invitados, cuando, en aquel recinto, hay carteles por todos los rincones recordando que se prohíben las bebidas alcohólicas.
Me acuerdo de la estancia en Londres, del agradable apartamento que Hamilton tenía, donde yo dormía —por desgracia para mí— en la habitación contigua a la vuestra. No tengo que repetirte que no podía pegar ojo.
Para cerrar este recuerdo que me traslada, tristemente, a los mejores años de mi vida, no voy a ser tan redicho de recitar toda tu extensa y exitosa biografía.
En estos momentos, solo te quiero recordar en el plano final de «Un lugar en el sol» (cine Callao), cuando van a ejecutar a Clift en el corredor y la cámara de Billy Mellor, el operador de los mejores filmes de Garbo, ayudado con la música de Franz Wasman como fondo, se recrea en tu inolvidable rostro. ¡Un gran final!
Cleo, ¡qué seas muy feliz en el Paraíso! Y, por favor, si te tropiezas con la egipcia, dile de mi parte que tú has sido siempre mucho más bella que ella.
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