El lado oscuro de Mortier
Dos de las batutas preferidas por el belga, Hengelbrock, que debuta el día 13 con «Ifigenia en Táuride», y Bychkov, que lo hará la próxima temporada con «Elektra», coinciden en Madrid
SUSANA GAVIÑA
Gerard Mortier, director artístico del Real, ha sido reiteradamente criticado por la gestión musical que ha llevado a cabo en el pasado y que seguirá desarrollará durante los próximos seis años en el teatro madrileño. El motivo: su decisión de prescindir de un único director ... musical para repartir la programación entre varias batutas. Se puede decir que para muchos amantes de la ópera éste es el lado más oscuro de la gestión de Gerard Mortier, además de su escasa inclinación por el bel canto, claro está. Asentado ya en Madrid y con su primera temporada en marcha —aunque no completamente diseñada por él—, el director belga, poco a poco, va mostrando sus cartas... musicales. Tras el éxito del joven director español Pablo Heras-Casado en «Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny», el 13 de enero debutará en el Real el alemán Thomas Hengelbrock con «Ifigenia en Táuride» de Gluck, protagonizada por Susan Graham y Plácido Domingo. Será el primero de los cuatro títulos que tiene comprometidos con el teatro madrileño para las próximas temporadas —«La clemencia de Tito», «Parsifal» y «Genoveva», la única ópera de Schumann—.
Otro de los elegidos por Mortier para ocupar el podio madrileño es Semyon Bychkov, que esta semana estará de gira por España con la Orquesta del Concertgebouw —Pamplona (10), Barcelona (11) y Madrid (12)—. El director ruso, nacionalizado estadounidense, tiene cerrado de momento con el Real un único título, «Elektra» de Strauss, que abrirá la próxima temporada. Mientras llega esa fecha, ultima con Mortier algún otro proyecto para el futuro,
Estas son dos de las batutas mas importantes elegidas por el director belga durante su estancia en el Teatro Real.
Especialista alemán
Thomas Hengelbrock (Wilhemshaven, 1958) es un músico versátil. Violinista, director de escena, investigador y director de orquesta es de trato amable, sonrisa fácil pero de convicciones férreas e inflexible en algunos requisitos —no ha hecho carrera en Estados Unidos «porque no me dan los ensayos que pido»—. Cofundador de la Orquesta de Friburgo, cuyo repertorio va del barroco a la música contemporánea, y de la Orquesta y Coro Balthasar Neumann, su carrera está centrada en el repertorio alemán e italiano.
Es el primero el que le ha traido al Teatro Real, donde debutará el jueves con «Ifigenia en Táuride», de Gluck, obra que ya ha dirigido en Viena y Berlín. «Es un compositor que me gusta mucho pero “Ifigenia en Táuride” es quizá mi ópera favorita porque es la mejor estructurada dramáticamente, donde perfila tres grandes personajes. Es un drama griego donde todo está centrado en la tragedia. Gluck entiende muy bien el furor de la obra». Con ella el compositor cerraba una reforma emprendida años antes. «Gluck quitó los ornamentos, como la obertura y también evitó que hubiera una orquestación excesiva, bastante típico en aquella época. La música está tan concentrada que es muy difícil de representar porque cada nota tiene que estar en su sitio», explica Hengelbrock. Aunque Gluck escribió dos versiones, una en francés, donde Oreste es interpretado por un barítono; y otra en alemán, en la que pasa a ser tenor, aquí en Madrid se escuchará la primera. «Hay realmente muy pocas diferencias entre una y otra», aclara. Y antes de que surja la pregunta, Hengelbrock se apresura a confirmar lo bien que le encaja el papel a Plácido Domingo, que tras «Simon Boccanegra» vuelve a Madrid con la misma tesitura. «Es un papel para barítono alto o tenor bajo».
En cuanto al montaje, alaba el trabajo del director de escena Robert Carsen, con el que colabora por primera vez. «Es fantástico. Lo tiene todo controlado. A mí, como director musical, me ayuda mucho. Tiene unas ideas muy intensas». Hengelbrock, que ha dirigido escénicamente algunas de las producciones que ha realizado con su orquesta, considera que la ópera debe ser «un conjunto de cosas, donde la parte teatral y la musical funcionen como una obra total». Reconoce que nunca ha realizado un montaje para otro director musical y no cree que lo haga en el futuro. «En mi cabeza sé como quiero las cosas sobre el escenario y éstas van muy relacionadas con mi forma de concebir la música».
Sobre su futuro en el Real, en el que desplegará sus virtudes dentro del repertorio alemán —en verano debutará en Bayreuth con «Tannhauser»— no le disgusta esta especialización. «Vengo de una familia de filósofos y filólogos alemanes, y esto es lo que mejor conozco, desde Bach a lo contemporáneo. También el italiano —matiza—. Quizá Mortier tiene razón en no forzar esto y prefiere que me quede con lo más próximo. Me parece buena idea».
Ciudadano del mundo
Más cosmopolita es el ruso Semyon Bychkov (Leningrado, 1952) que desembarca mañana en España para dirigir a la Orquesta del Concertgebouw en un programa que incluye el «Concierto para violín» de Bruch, interpretado por Joshua Bell, y la «Sinfonía no. 11» de Shostakovich. Una partitura que habla sobre los comienzos de la Revolución Rusa, y también sobre la revuelta en Hungría en 1956. Una represión política que él sufrió —a menor escala— cuando a causa de sus ideas vio como era cancelado, cuando todavía era un estudiante, su debut al frente de la Filarmónica de Leningrado. Después de aquello decidió marcharse de la URSS. Aun así, rechaza una conexión personal con esta partitura «que habla sobre un momento dramático, sobre una masacre, la de 1905 . Y aunque hay quienes han querido ver en ella también la victoria del pueblo soviético en Hungría, en realidad al final de la obra se puede ver que fue una tragedia».
Tras dejar su país, Bychkov se afincó en Estados Unidos durante quince años, donde dirigió buena parte de sus orquestas y obtuvo la nacionalidad. En 1989 se instaló en Francia para asumir, durante una década, la titularidad de la Orquesta de París. Allí conoció y se casó con la pianista Marielle Labecque. Ha vivido también en Alemania e Italia —«se entiende mejor la música de estos países cuando se vive en ellos y se habla su lengua»—, donde ha dirigido a algunas de sus mejores orquestas —en mayo volverá a España con la Filarmónica de la Scala—. Al preguntarle de dónde se siente, afirma sin reparos que es «una combinación» de todos estos lugares. «Nací en Rusia así que mi cultura básica procede de allí, pero soy el resultado de lo que he vivido en otros países y eso me enriquece».
Con una apretada agenda en la que durante los próximos seis meses dirigirá a ocho orquestas de ambos lados del Atlántico, cree que el sonido de las formaciones de distintos países ahora es «más uniforme» aunque todavía «se puede reconocer cuando toca una orquesta italiana, francesa o alemana». Alabado como director wagneriano, no se decanta por ningún repertorio, «el que toco en cada momento», ataja. Y se muestra cauto sobre sus proyectos en España junto a Mortier, con el que mantiene una estrecha amistad. «Dirigiré “Elektra” la próxima temporada pero no hay nada más cerrado. Yo no soy además quien tiene que anunciarlos». De ellos hablarán estos días con Mortier. «Espero verle pues le he invitado a mi concierto», bromea Bychkov.
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