Benedicto XVI y Obama abren una nueva era de cooperación
El foso que la guerra contra Irak abrió en las relaciones de Estados Unidos con la Santa Sede se ha cerrado del todo durante el primer y cordialísimo encuentro del nuevo presidente, Barack Obama con Benedicto XVI. El ambiente por ambas partes era muy cordial, ... casi entusiasta. Varios altos cargos del Vaticano coincidieron en comentar que “se abre una nueva era. Es un momento de gran esperanza”.
El clima de convergencia en buena parte de los objetivos comunes como la paz en Oriente Medio, el desarme nuclear y convencional, el dialogo con el Islam, la lucha contra la pobreza, la apertura a la inmigración, la lucha contra el tráfico de seres humanos, la defensa de la libertad religiosa, etc. dejan absolutamente en segundo plano las diferencias sobre temas como el aborto o la investigación con células estaminales.
El año pasado, el presidente George W. Bush, acudió a la base aérea de Andrews para recibir a Benedicto XVI, un gesto que no había concedido a ningún visitante oficial en sus dos mandatos. Al día siguiente, el presidente ofreció al Papa una fiesta de cumpleaños como nunca se había visto en los jardines de la Casa Blanca.
Al cabo de 25 años de relaciones diplomáticas, establecidas por Ronald Reagan y Juan Pablo II, el entendimiento es muy notable, sobre todo una vez que se han superado las dificultades abiertas por la guerra contra Irak. Muchos norteamericanos han lamentado que George W. Bush no hubiese hecho caso a Juan Pablo II cuando intentó disuadirle de abrir una caja de Pandora cuyas nefastas consecuencias continúan pagando todavía hoy Estados Unidos y muchos otros países.
La actitud de Barack Obama, quien vino a escuchar a Benedicto XVI, refleja sabiduría. En realidad, la diplomacia de la Santa Sede es una de las mejores, y su red capilar de información sobre lo que sucede de verdad en cada país es la más capacitada del mundo. Una y otra vez los Estados comprueban que seguir los consejos de la Santa Sede da muy buen resultado a medio plazo aunque a la corta parezca un sacrificio o una concesión de dudosa rentabilidad.
Casi un siglo de encuentros
El primer presidente que acudió al Vaticano fue Woodrow Wilson, justo después de la Primera Guerra Mundial, para visitar a Benedicto XV, quien dedicó todas sus energías a intentar mitigar lo que llamó “matanza inútil”. Joseph Ratzinger tomó su nombre de Pontífice como homenaje a San Benito y también a aquel Papa que tanto esfuerzo dedicó a la paz.
Para entender esta sintonía conviene recordar que en un país con plena separación Iglesia-Estado, el trato mutuo es de gran respeto. En la rotonda del capitolio de Washington hay estatuas de héroes como el mallorquín fray Junípero Serra, apóstol de California, el misionero flamenco Damian De Veuster, apóstol de los leprosos en la isla de Molokai o el jesuita Jacques Marquette, evangelizador de los indios hurón.
En esa misma línea de respeto, el presidente Obama agradeció el afectuoso mensaje de felicitación de Benedicto XVI por su victoria electoral, cuyo tono contrastaba con el de unos pocos obispos americanos hostiles durante la campana electoral e incluso después. Desde su llegada a la Casa Blanca, el nuevo presidente ha demostrado el máximo respeto, y sus comentarios a la prensa sobre Benedicto XVI en los últimos diez días podrían calificarse de entusiastas.
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