Una mirada misteriosa entre las bolsas
Entre las bolsas de Benicio del Toro siempre se adivina un universo paralelo al que nos circunda. Por encima de ellas, la mirada del primer latino en el que todos nos miramos, sugiere misterios insondables. Benicio te mira y se sufre con él, se sonríe ... con él y en cada movimiento consigue que su drama sea el tuyo, su alegría tu felicidad y sus dudas tu enigma.
No hay garantías con Benicio, sólo la de que vas a ver a un gran actor, uno de los más carismáticos que pululan entre la lengua inglesa y española. A veces es uno de los nuestros, se le siente como propio, y cuando no lo es desearías que lo fuera. Pero sería bueno no engañarse con él. Observen con detalle, rebusquen más allá de sus enormes bolsas y verán que en sus ojos hay un destello de peligro, de astucia más allá de lo comprensible, un camaleón capaz de engañar a todos con su enorme talento.
Hijo de abogados, vio como su madre moría de hepatitis cuando tenía nueve años. Ese rictus de amargura nunca le ha abandonado. Su padre se empeñó en que estudiara abogacía, pero se la jugó cuando dijo que se iba a estudiar cursos de empresa y en realidad se fue a Nueva York a empezar su carrera de actor.
Se equivoca poco Benicio. Papel que ha hecho, papel en el que destaca. Y lo cierto es que ese Oscar secundario que ganó con este «Traffic» podía haber sido perfectamente el de actor principal porque es él el que carga con el mayor peso de la película. Aparece y lo llena todo y es que siempre fue así. De hecho, ya se las hizo pasar moradas al mismo De Niro en «Fan», donde hacía de un jugador de béisbol que amenazaba con quitar el puesto de titular a Wesley Snipes. Sí, el gran De Niro le acuchilló en la femoral. Él se quedó con su vida y Benicio con la fama y la gloria eterna. De aquel Juan Primo de la película de Tony Scott (1996) surgió un gigante de 1,88 y mirada turbadora. Aún tuvo algunos tropezones «Cristóbal Colón, el descubrimiento» o «Exceso de equipaje», pero casi siempre llenó de oro sus alforjas. Resaltó en «Sospechosos habituales» incluso a la sombra del inalcanzable Keyser Soze de Kevin Spacey, y finalmente realizó una obra de arte en «21 gramos», duelo de gigantes ante el gran Sean Penn, donde volvió a ser nominado al Oscar.
Un actor comprometido
Ahora ha ganado un premio en Cannes y el Goya por «Che», una película de irregular recorrido. Lo cierto es que los premios siempre han sido una constante en su carrera, sobre todo los Spirit Award, que ya consiguió con «Sospechosos habituales» y su retrato de Benny Dalmau en «Basquiat». Pero más allá de dichos premios y el reconocimiento universal, Beno, como le llamaban en Santurce, es un actor que aboga por el compromiso social. Se preocupa por una distribución justa de películas hispanas en Norteamérica y está interesado en crear cine histórico.
Pero mientras llegan más manjares de Benicio, pueden quedarse con este «Traffic», y ese retrato de policía honesto que cobra 300 dólares y se mueve con rectitud ejemplar en un mar de traficantes que manejan millones. Y lo hace con altura, con dignidad, con la cabeza erguida. Un héroe impensable si no fuera porque lo ha diseñado Benicio, el de la mirada misteriosa...
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