Obama aplaza la retirada
FINALMENTE, el presidente norteamericano, Barack Obama, ha preferido la sensatez a la demagogia. Sus planes de retirar cuanto antes la presencia militar norteamericana de Irak se han ajustado a un calendario más realista que sus pretensiones electorales y ha optado por poner una fecha algo más alejada de la que había anunciado previamente. Al final, el grueso de los soldados se retirarán a partir de agosto de 2010 y un nada irrelevante contingente de 50.000 hombres se quedará allí al menos hasta diciembre de 2011, es decir, cuando ya estará iniciado el último año de su mandato. Es evidente que cuando habló de una retirada rápida durante la campaña electoral todavía no conocía los detalles más concretos de la situación, pero una vez puesto al corriente de los mismos ha tomado una decisión más coherente y acorde con los intereses que los soldados a su mando defienden allí. La demagogia electoralista es mala consejera, pero es aún más dañina si acaba tiñendo la acción política posterior.
Cuando empezó su larguísima carrera hacia la Casa Blanca, Obama tal vez pensaba que el de Irak era el problema más grave que tendría que afrontar. En cuestión de meses, la crisis financiera se ha convertido en una pesadilla descontrolada a escala planetaria, y al lado de la gravedad que está adquiriendo el conflicto contra el terrorismo islámico -cada vez más entrelazado entre Afganistán y Pakistán-, Irak empieza a ser una realidad esperanzadora. Con infinitas limitaciones, la democracia germina en un terreno donde apenas hay alguna circunstancia favorable para ello, y se puede decir que la retirada no es en este caso una señal de fracaso, sino todo lo contrario.
Lo que en la tribuna de los mítines parece fácil de prometer no significa que sea fácil de cumplir. Sucede lo mismo con el anunciado cierre de la prisión de Guantánamo, una decisión de la que todo demócrata debe alegrarse, pero que oculta muchos más problemas de los que se pueden ver en el simple enunciado de intenciones. Lo mismo es aplicable para quienes auparon con entusiasmo exagerado al nuevo presidente norteamericano y ahora se dan cuenta de que la realidad es mucho más compleja de lo que quisieran. La demagogia es un camino de ida y vuelta, muy útil para las campañas, pero inútil para afrontar la cruda realidad con un mínimo de responsabilidad. Obama creó una montaña de expectativas tan alta que seguramente dejará en sus laderas a muchos escaladores acostumbrados a ser más audaces con las palabras que con los hechos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete