Cine en el dorso de la ciudad
Aunque ayer tampoco hubo gran cine, se oyó al menos uno de sus mejores efectos: el aplauso. Se lo llevó -y mayúsculo- la película italiana del día, «Birdwatchers, la tierra de los hombres rojos», de Marco Bechis, una ficción que se desarrolla en un mechón ... del Matto Grosso y cuyos protagonistas son los indios Guaraní-Kaiwá, atrapados en su reserva como loritos en sus jaulas. El director se ha pasado, al parecer, buena parte de los últimos años por allí y ha hecho lo que él mismo denominó «antípodas de «La Misión»», en la que cuenta con la mejor de las intenciones una historia de indios buenos y regulares, y de blancos ricachones y malos.
Gran escena ésa en la que el hacendado le explica al indio gorronazo que la tierra es suya, que su padre llegó allí hace sesenta años y que él nació en ella, y que ahora la cuida y la cultiva para que dé alimentos... Y la respuesta del indio es sencilla: coge un puñado de tierra y se lo come.
Bechis no se irá sin premio
La mirada de Bechis al paisaje y al paisanaje da la impresión de ser la correcta, pues también marca la tendencia autodestructiva del aborigen, lo cual subraya la contradicción entre ceder y no ceder al berreante turbo de los tiempos; y procura imágenes impagables, como el aprendiz de chamán encima de una moto... La impresión ayer por aquí era de que es más fácil que un turista se vaya de aquí sin su pequeña y horrorosa figurita de cristal de Murano, a que lo haga Bechis sin su premio.
El otro cine de competición, algo mejor que el de Bechis, no tenía en cambio su hilo tan tenso con el espectador. Amir Naderi, un iraní instalado en Estados Unidos, cuenta una profunda metáfora sobre la riqueza y la tierra nada menos que en Las Vegas. Y digámoslo: nadie, nunca, ha retratado Las Vegas tan por la mano como este iraní. Sus personajes, a la caza de un tesoro, pagarán un alto precio por no encontrarlo.
Machacona y aplastante
El problema de «Vegas: basado en una historia real», que así se titula, es que su peripecia acaba siendo machacona y plasta (un hombre que cava en su jardín). La otra, la turca «Leche», de Semih Kaplanoglu, transcurre también en un espacio en los contornos de la ciudad, extramuros, y cuenta los problemas de adaptación de un joven lechero que quiere ser poeta y su madre, viuda, mira con buenos ojos al cartero. No es una comedia (no te ríes), pero tampoco un drama (nada dramático ocurre)..., y he ahí el gran dilema: ¿qué era?
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete