400 años de la Ilustre Fregona

La novela de Cervantes cumple este año cuatro siglos; debería gozar del recuerdo agradecido por parte de la ciudad a la que, con tanto cariño, está dedicada: la augusta Toledo

400 años de la Ilustre Fregona

POR JOSÉ ROSELL VILLASEVIL

Entre los innumerables críticos, estudiosos, filólogos e inclusive esoteristas que pululan en torno a la obra, si no ingente sí sorprendente y un tanto proclive a la polémica, de nuestro fiel amigo en las sapiencias filosóficas naturales propiedad «del antiguo legislador que llaman vulgo», Miguel de Cervantes Saavedra, hay algunos que al leer el título de la octava Novela ejemplar, «La ilustre fregona», sienten ante la antinomia de las dos palabras que lo componen, algo como si les faltara terreno firme bajo los pies. !Fregona e ilustre, un contrasentido!

Ambos conceptos unidos -insisten, el sustantivo «fregona» y el adjetivo «ilustre», suelen hacer muy negativo maridaje. En expresión más vulgar, pero mucho más gráfica a la mentalidad de las personas llanas: muy malas migas.

Leamos con mucha atención el «Viaje del Parnaso» (que por cierto, cumple cuatro siglos tambián el año próximo) y observaremos cómo en uno de los tercetos del Capítulo IV (versos 25 y ss.) el criterio del autor anda en consonancia con las opiniones sostenidas por mi un poco más arriba: «Yo he abierto en mis Novelas un camino/ por do la lengua castellana puede/ contar con propiedad un desatino». Por aquí anda el quid de la cuestión; es la paradoja consciente del pueblo, de la calle, recogida magistralmente, dándole el toque preciso de verosimilitud, por la pluma del genio. Pero vamos a tratar de introducirnos, principalmente, en el precioso meollo de la ejemplar novela toledana.

Es en la villa de Illescas, lugar muy socorrido y recurrido en la literatura del Siglo de Oro, «entre Madrid y Toledo», donde nuestros nobles y libérrimos protagonistas, Carriazo y Avendaño, procedentes de Burgos y con destino picaresco a las Almadrabas de Zahara de los Atunes (Cádiz), donde llega sus oídos por primera vez la inquietante noticia. Dos mozos de mulas, el uno que viene de Andalucía y el otro que va hacia ella, pasando inevitablemente por Toledo, bastión glorioso entonces del Camino de Córdoba y Sevilla; el primero de los mozos se expresa de este modo: «...y esta noche no vayas a posar onde sueles, sino en la posada del Sevillano (se refiere obviamente a nuestra Ciudad Imperial), porque verás en ella la más hermosa fregona que se sabe. Marinilla, la de la venta Tejada (en el valle de Alcudia), es asco en su comparación».

La chiquilla tenía quince o dieciséis deslumbrantes primaveras, y Toledo, en su totalidad, sabía de su tapado nacimiento en el mesón, de la entraña de una madre noble avergonzada, pues el alumbramiento -asistido en secreto por el mejor médico de la ciudad, el Doctor Rodrigo de la Fuente- era la consecuencia de una violación; que continuó viaje a Guadalupe, emprendido también desde Burgos, dejando a la niña, con una buena dote, en poder de los sorprendidos mesoneros. Todo eso se conocía perfectamente, repito, así como el trato fraterno vigente hacia aquella reina de la hermosura, tan altamente considerada (el propio hijo del Corregidor, don Periquito, bebía los vientos por ella), tan querida, tan respetada por todos, a pesar de moverse en aquel ambiente hostil tan peligroso, así como poco ejemplar del mundillo «hostelero» de la época.

No se marchaban de Toledo, ni con agua caliente, nuestros caballeretes aventureros burgaleses; y aunque prevaleciera el deseo de continuar camino por parte de Carriazo -»conviene que mañana madruguemos (dice), porque antes que entre la calor estemos en Orgaz»-, la disposición del enamorado Avendaño era bien diferente: «No estoy en eso -responde-, porque pienso antes que desta ciudad me parta ver lo que hay famoso en ella, como el Sagrario, el Artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega».

Así que hubieron de acomodarse, el primero como aguador, oficio libre donde los haya, y el segundo como mozo de cuadra en la célebre posada, con el fin de no separarse del objeto de sus deseos.

Después de un incidente callejero que le hace dar con sus huesos en la cárcel a Carriazo, éste le dice a Avendaño en tono de broma, al observar que su amigo coloca a Connstanza sobre pedestales cercanos a lo religioso: «vámonos poquito a poco con esto de las alabanzas a la señora fregona, si no quiere que, como le tengo por loco, le tenga por hereje».

«¿Fregona has llamado a Constanza, hermano Lope?» -responde Tomás -utilizando el sobrenombre de «guerra» que ambos han adoptado en Toledo: Lope Asturiano y Tomás Pedro. «Dios te lo perdone -continúa- y te tenga a verdadero conocimiento de tu yerro». Y remata su parlamento el falso ganapán : «Y te digo, hermano, que ella no friega ni entiende en otra cosa que en su labor, y en ser guarda de la plata labrada que hay en casa, que es mucha».

La posada o mesón del Sevillano, era en aquel momento histórico uno de los mejores alojamientos de la activa metrópolis castellana, donde abundaba la limpieza, la plata y el agua. De éste último recurso (tenía aguador propio en continuo trasiego) se vanagloriaba continuamente el patrón. Pocos años después de la muerte de Cervantes, se hospedaba en tal establecimiento (por mejor entre tantos) el Prícipe de Gales con su numeroso séquito, en viaje por España.

El enigma pues de esta cuestión paradójica en lo que se refiere a la fregona ilustre, no es otro que la fuerza que irradia la tradición de los pueblos o ciudades, en este caso la de Toledo con toda su historia a cuestas, pero siempre cabalgando a lomos del mito y en los brazos sugestivos de la leyenda.

El pueblo todo lo averigua, lo rebusca, lo añasca. Y el Príncipe de los Ingenios escuchando a la plebe, pues muy bien sabía que en nuestro mundo el fango y la grandeza andan normalmente paralelos, buscando información en las fuentes caudalosas cuyas frescas aguas eran mezcla también de realidad y de fantasía.

Ignoramos la fecha exacta en que discurren los supuestos hechos de «La ilustre fregona», pero sí tenemos noticia de las fechas en que el autor del Quijote plasmaba tan divinamente la preciosa historia.

De nuevo son los mozos de mulas, los dos amigos que se cruzan al paso por Illescas, los que nos van a sacar de dudas. Dice el que va a Sevilla: «Si no fueran mis amos tan adelante, todavía te detuviera algo más a preguntarte mil cosas que deseo saber, porque me has maravillado con lo que has contado de que el conde ha ahorcado a Alonso Genís y a Rivera, sin querer otorgarles apelación».

El conde a quien se refiere no es otro que el de Puñoenrostro, don Francisco Arias Bobadilla, hombre muy riguroso que a la sazón (1596) ocupaba la Presidencia de la Audiencia de Sevilla y, efectivamente, mandaba a la horca, sin derecho a apelación alguna, por visto y archisabido, a aquella pareja de contumaces delincuentes sevillanos.

Anécdotas curiosas que avalan la existencia gloriosa de una novela de Cervantes que cumple en este año cuatro siglos; que debiera por su gracia, su realismo y donosura, gozar el justo honor del recuerdo agradecido por parte la ciudad a la que, con tanto cariño, está dedicada: la augusta Toledo. Pero hasta la fecha -y vamos ya por el cuarto mes del año- solo hemos hurgado en su recuerdo, públicamente, Jaime García en la revista «Galatea», de Esquivias, y quien trata ahora de poner en orden estas deslabazadas lineas. En estos casos, casi siempre suelo llegar la misma conclusión: paciencia, amigos, Cervantes no lleva ninguna prisa, tiene todo el tiempo del mundo; y hora vendrá en que tengamos gobernantes un poco más sensibles. No hay que extrañarse, !cuatro siglos ha debido esperar para tener una estatua en Toledo!

400 años de la Ilustre Fregona

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