La empresa de ChatGPT renuncia definitivamente a su espíritu benéfico para lucrarse con la IA
Sam Altman recupera el cargo de CEO de OpenAI aupado por Microsoft, que, más que previsiblemente, aumentará su control sobre la startup
Las cinco claves del despido y la vuelta de Sam Altman a la empresa de ChatGPT
Sam Altman
Cinco días. Ese es el tiempo que ha durado el culebrón más grande que ha experimentado la industria tecnológica en lo que llevamos de año. Después de haber sido despedido el pasado viernes, Sam Altman, el último niño bonito tecnológico que ha dado Silicon ... Valley, ha recuperado su antiguo cargo como director ejecutivo de OpenAI, la firma detrás de esa máquina movida por inteligencia artificial (IA) llamada ChatGPT.
El principio de acuerdo fue anunciado ayer, a última hora de la noche en Estados Unidos, por la propia empresa. Esta, además, comunicó la salida de la práctica totalidad de su junta directiva, la principal causante de la salida de Altman. De los cuatro integrantes que la conformaban el martes solo queda uno en el cargo, Adam D'Angelo. A este se le unen, de momento, Bret Taylor, que fue CEO de la empresa de software Salesforce, y Larry Summers, que ostentó el cargo de secretario del Tesoro de EE.UU. durante el mandato de Bill Clinton. Pero la lista final será mucho más larga.
De acuerdo con el medio especializado 'The Verge', la junta final estará conformada hasta por nueve nombres. Y todo indica que, al menos, una de las sillas será para Microsoft; tecnológica que ha invertido 13.000 millones de dólares en OpenAI y que ya ha dejado claro su interés en realizar cambios en la gobernanza de la startup. Y puede. Porque la deuda es grande. Especialmente la contraída por el restituido CEO.
«A Sam Altman Microsoft le ha salvado la vida. Y no es la única que le debe a la empresa», explica a este diario José Luis Casal, experto en IA y analista de negocio digital. Efectivamente, la empresa madre de Windows, como otros inversores de capital de riesgo que habían regado OpenAI con millones durante los últimos años, se movió rápido desde el momento en el que se anunció el despido del CEO para conseguir devolverle el cargo. Cuando el domingo la relación entre la anterior junta directiva y Altman parecía totalmente rota, Satya Nadella, CEO de Microsoft, anunció de manera improvisada el fichaje del CEO y de Greg Brockman, presidente de la OpenAI que dimitió de su cargo a modo de protesta, dirigirían un nuevo laboratorio de IA bajo el paraguas de la gran tecnológica. El fichaje, sin embargo, nunca llegó a ser efectivo. Aunque sí que sirvió para que la empresa no saliese perjudicada a primera hora de la mañana del lunes en bolsa.
Es mismo día, por la tarde, Nadella dejó claro en varias entrevistas que no pondría obstáculos para que Altman volviese a la firma que ayudó a fundar en 2015. Pero dejó claro que esperaba «cambios en torno a la gobernanza» de la startup. Es decir, que los inversores tuviesen un mayor control sobre las decisiones que se toman en la junta.
«Valores por dinero»
OpenAI nació en diciembre de 2015 como una empresa de investigación de inteligencia artificial sin fines de lucro ni obligaciones financieras. «Nuestro objetivo es avanzar en la inteligencia digital de la manera que sea más probable que beneficie a la humanidad en su conjunto, sin las limitaciones de la necesidad de generar retorno financiero», se afirma en su carta fundacional. La llegada de inversores y el estallido de ChatGPT comenzó a cambiar radicalmente la situación. Había mucho dinero en juego, y las empresas esperaban un retorno.
El plan de Altman de poner todos los sistemas de inteligencia artificial posibles a disposición de empresas y particulares, y rápido, fue el principal motivante de la junta, cuya mayoría era partidaria de un desarrollo más pausado y seguro de la tecnología, para despedirlo. Lo que vino después fue una guerra abierta en la que estaba en juego el espíritu fundacional benéfico de OpenAI. Ahora, atendiendo al desenlace de la historia, todos los expertos consultados por este periódico coinciden en señalar que de este ya no queda, prácticamente, nada. «Los nuevos señores feudales de la IA han cogido las armas y han ganado los más poderosos con la ayuda de Microsoft. Yo lo veo como una escena de los hermanos Marx. En OpenAI tenían unos valores, y los han vendido por dinero», explica Ulises Cortés, catedrático de Inteligencia Artificial de la Universidad Politécnica de Cataluña y uno de los firmantes de la carta publicada la pasada primavera, en la que miles de científicos y humanistas solicitaban una pausa en el desarrollo de la inteligencia artificial para evaluar sus posibles riesgos.
Para que Altman retornase a su puesto, también ha sido capital la actuación de la plantilla de OpenAI. El lunes más de 700 empleados, en torno al 95% del total de la plantilla, amenazaron con abandonar la startup si no se aceptaba la vuelta de su CEO. Y como ellos mismos se hartaron de repetir en redes, «OpenAI no es nada sin su gente». Y la vida, además, puede ser más sencilla bajo el mando del cofundador. Así lo piensa, al menos, Sergio Álvarez-Teleña, director ejecutivo de SciTheWorld, centro de excelencia en el despliegue de IA que ha trabajado para firmas como el Banco Santander o Morgan Stanley: «Es mucho más cómodo trabajar con un enfoque como el que tiene Altman que comenzar a ser escrupuloso y empezar a fijarte más en los pasos que das para que todo sea lo más seguro posible».