La inteligencia artificial acelera (y no queremos enterarnos)
La revolución de las máquinas se ha disparado con la pandemia y los expertos recuerdan que «por mucho que trabajes no lo harás mejor que ellas». ¿Cómo sobrevivir a la disrupción digital?

Tranquilidad para la especie humana. En febrero de 1996 , al año siguiente de que ABC se convirtiese en el primer periódico nacional español con página web, el campeón del mundo de ajedrez, Garry Kasparov , derrotaba en Filadelfia al ordenador ajedrecista Deep ... Blue por 4-2. La alegría duró poco. IBM mejoró su máquina, ampliando su velocidad de respuesta a dos millones de posiciones por segundo, y al año siguiente presentó un nuevo desafío, con un premio de un millón de dólares en juego. Esta vez el portentoso Ogro de Bakú ya no pudo con Deep Blue , que le ganó en Nueva York por una partida de ventaja tras seis enfrentamientos.
«Pocos saben mejor que yo lo que es ver tu trabajo amenazado por una máquina», suspira todavía Kasparov, que diez años después escribió un libro sobre aquel duelo, donde concluye que «para los humanos será imposible competir en el futuro con la inteligencia artificial». Sin embargo, el gran maestro todavía otorga un resquicio de esperanza a la teórica superioridad de nuestra especie: «Las máquinas no distinguen qué es relevante . Pueden resolver cualquier problema, pero no saben cuál es el importante». Como señalan algunos expertos con deje irónico: « Los ordenadores son buenos con lo que nosotros consideramos fácil y malos con lo que los humanos vemos sencillo».
En 1965, el confundador de Intel, el ingeniero Gordon E. Moore vaticinó que el número de microchips se duplicaría cada año. Esa profecía, hoy conocida como la Ley de Moore, se ha cumplido. Una aplicación gratuita para jugar al ajedrez, que cualquiera puede descargarse en su móvil, es tan potente como aquel colosal Deep Blue que humilló a Kasparov (quien con mal perder acusó en un primer momento a IBM de haber hecho trampas). En la actualidad, intentar vencer a las máquinas resulta una quimera para los ajedrecistas, un completo absurdo. Ni siquiera el llamado ‘jugador centauro’ –la alianza entre un ajedrecista humano y una máquina– puede superar a un ordenador especializado operando solo.
En 2018, un grupo de universidades estadounidenses organizó una prueba experimental en la que cinco abogados expertos se enfrentaban a una inteligencia artificial (IA) diseñada para leer contratos. El reto consistía en ver quién hallaba más errores en una serie de documentos. La IA detectó el 94% y los especialistas humanos, el 84% . El problema para nuestra especie es que la máquina lo hizo en 26 segundos, mientras que los cinco brillantes abogados necesitaron dos horas. Todo aquel que se pase el día trabajando con cifras y cláusulas está hoy en riesgo de convertirse en superfluo. Las máquinas son mejores en tareas que implican planificación, predicción y procesos de optimización.
España, de espaldas
El pasado verano, el Gobierno de España constituyó un Consejo Asesor en Inteligencia Artificial. Pero en general los españoles y nuestra clase política vivimos increíblemente ajenos al debate de la Inteligencia Artificial, las máquinas que aprenden y cómo todo ello está volteando ahora mismo nuestras vidas.
RPA, ese es el acrónimo que una mañana nos puede dejar sin empleo: Robotic Process Automation . La consultora McKinsey calcula que las inversiones en RPA, la robotización automática de procesos, se llevará por delante 45 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos de aquí a 2030.
Ninguna profesión se encuentra al margen del empuje de la IA, que podría definirse como la asunción por parte de las máquinas de tareas que tradicionalmente considerábamos que requerían inteligencia humana. En el último lustro, hemos ido viendo desaparecer de nuestro entorno cajeros de supermercado, cobradores de peajes, agencias de viajes físicas, arrasadas por los portales web; empleados de 'call centers' sustituidos por bots digitales... Pero la pandemia ha acelerado la disrupción digital y la aceptación política por parte de las empresas de que las máquinas sustituyan a los humanos. Como dice Daniel Susskind, autor del libro ‘Un mundo sin trabajo’, economista formado en Oxford y exasesor del Gobierno británico, «las máquinas no enferman, no necesitan compañeros, ni aislarse de ellos, y ni siquiera descansan ». Podríamos añadir que tampoco hacen la paradita del café, no se detienen para fumarse un cigarro, no necesitan ir al baño y no son receptoras de derechos laborales.
Con la crisis del Covid-19 se ha producido una evidente universalización de los programas para trabajar en remoto. Pero es solo la punta del iceberg del cambio. Las ventas de software de automatización crecerán este año un 20%, casi el doble que el pasado. Compañías del sector de la robotización como UiPath, valorada en 35.000 millones de dólares, se preparan para salir a Bolsa. La Asociación Japón Robot señala que sus exportaciones crecieron un 13% en el segundo trimestre del año pasado, en plena conmoción Covid. Robots de seguridad y limpieza se han encargado en los países más punteros del mantenimiento de los estadios deportivos cerrados y los aeropuertos a medio gas. Un bot de un call center es capaz potencialmente de atender diez mil consultas en una hora, pero el mejor empleado no pasa de seis.
Si antes peligraban los empleos de cuello azul, los fabriles, ahora son también los de cuello blanco. JP Morgan cuenta con una IA revisando préstamos que ejecuta en segundos tareas que a sus abogados les requerían miles de horas al año . En mayo de 2020, la compañía de Bill Gates prescindió de docenas de periodistas en Microsoft News Service y en MSN, porque hoy existen programas que absorbiendo datos componen textos perfectamente aceptables.
Profesionales altamente cualificados figuran entre los nuevos amenazados. Los médicos, en especial los radiólogos, pues los algoritmos de aprendizaje son más exactos en el diagnóstico que ellos. Los asesores fiscales, con un 99% de posibilidades de robotización según la Universidad de Oxford . Los contables, analistas financieros y abogados. También los periodistas en tareas de baja creatividad. Con la crisis del Covid se ha descubierto que una gran variedad de labores en realidad no requieren la participación humana. Las compañías de RPA ya no se cortan a la hora de llamar a sus bots ‘trabajadores digitales’.
Pero la revolución va más allá de lo laboral. El mes pasado causaron sensación en TikTok tres singulares vídeos de Tom Cruise haciendo gansadas en la red para adolescentes. El actor no había pintado nada en aquello. Todo era un ‘deepfake’, obra del artista belga de efectos especiales Chris Ume. Alimentando a un programa con miles y miles de imágenes de un personaje puedes incorporarlo a un vídeo como si realmente estuviese allí. A Chris Ume le tomó meses de trabajo. Pero la tecnología se acabará simplificando y cada vez será más difícil separar la realidad visual de la ficción.
Jeff Bezos acaba de abrir en el barrio londinense de Ealing su tienda física Amazon Fresh. ¿Novedad? No hay cajas. Te descargas una app al entrar y con cámaras y sensores acaban leyendo lo que te llevas y te lo cargan a tu cuenta. La empresa Neuralink de Elon Musk está haciendo experimentos con simios para que podamos alcanzar una simbiosis con las máquinas de IA mediante implantes en nuestros cerebros. La conducción automática es ya una realidad , que no se acaba de aplicar todavía por puros motivos políticos: acabaría destruyendo todos los empleos asociados al volante (en España hay 250.000 camioneros y 46.000 taxis, amén de quienes conducen en el reparto). Y por supuesto, todos somos dirigidos por gigantes tecnológicos monopolísticos como Facebook y Google. Su auténtico negocio es la minería de datos, que les permite no solo saber qué es lo que nos gusta y lo que hacemos, sino también marcar las pautas de nuestro comportamiento futuro para lucrarse de él.
Las implicaciones geoestratégicas de esta revolución mueven también el tapete político. La comisión sobre inteligencia artificial que ha trabajado durante dos años en el Congreso de EE.UU. acaba de ofrecer sus conclusiones: advierten a Biden que China puede superar a los norteamericanos como superpoder en inteligencia artificial. Si lo logran, podríamos arribar a una era de ‘tecnoautoritarismo’. El Partido Comunista Chino, que quiere que el país sea líder mundial en IA en 2030 , ya está aplicando inquietantes programas de control social a través de cámaras de reconocimiento: «Están haciendo enormes experimentos con tecnología de IA francamente muy orwellianos», declaró ante la comisión Andrew Moore, jefe de Google Cloud AI. Estados Unidos lleva ahora mismo dos generaciones de ventaja a China en semiconductores. Pero es peligrosamente dependiente de los microchips fabricados en Taiwan, territorio amenazado por Pekín.
Horizonte bélico
También se debate el nuevo e inquietante horizonte que abren las armas de IA. En noviembre del año pasado fue asesinado en un atentado en Irán el jefe del programa nuclear iraní, el científico Mohsen Fakhirizadeh. Lo ametralló un arma autónoma dirigida por satélite, en una operación que se atribuye a Israel. Esas armas inteligentes van a ir a más. En 2015, Stephen Hawking encabezó un manifiesto de un millar de científicos llamando a prohibirlas. Hawking creía que la IA podría ser el caballo de Troya para «el fin de la raza humana». Elon Musk teme que con ella «estamos convocando al demonio». «Vamos muy rápido en un bus hacia un precipicio», advierte Stuart Russell, científico informático autor del clásico ‘IA, una aproximación moderna’. Russell habla del «problema del gorila»: «Los monos, nuestro predecesor genético, fueron sobrepasados y ahora no tienen más futuro que el que nosotros les permitimos. Debemos evitar que nos pase lo mismo con las máquinas superinteligentes».
¿Qué reducto nos queda a las personas? Se lo pregunto a Kevin Roose, divulgador tecnológico de ‘The New York Times’, que acaba de publicar en el mundo anglosajón el sugerente ensayo ‘Futureproof, 9 reglas para humanos en la era de la automatización’. « No importa lo duro que trabajes, simplemente no puedes trabajar más que un algoritmo . Así que hay que capitalizar nuestras cualidades humanas», explica.
Roose cree que a la gente creativa le irá mejor a largo plazo que a la anclada en tareas repetitivas. Sus nueve consejos para sobrevivir frente a las máquinas incluyen algunos inesperados: aligera tu agenda, reduce tus obligaciones laborales y descansa; échate la siesta; cultiva tu creatividad, «porque es una herramienta crítica que nos diferencia de las máquinas », «deja de prestar atención constante a tu móvil», incrementa tu interacción física con los demás y las colaboraciones con otras personas. Las cualidades que nos mantendrán a flote serán saber prestar atención (internet distrae), tratar bien a la gente, actuar éticamente y cultivar la inteligencia emocional y la empatía.
Kevin, ¿es la IA una amenaza o una oportunidad?
Es ambas. Depende de quién esté diseñando y utilizando esa IA, y de sus motivos. Si estoy tratando de desarrollar unos productos nuevos alucinantes y de expandir la productividad para luego repartir todas esas ganancias de la IA con los trabajadores, eso es algo grande. Pero si uso la IA para despedir a 25 de mi departamento de ventas, eso ya no es tan bueno, ¿no?
¿Cuál cree que ha sido el acontecimiento relacionado con la IA y las máquinas de autoaprendizaje más importante del año Covid?
Sin duda la aceleración de la automatización, porque las compañías están buscando bajar costes y aumentar la producción. Muchas se están dando cuenta de que no van a necesitar que sus trabajadores vuelvan tras la pandemia, porque las máquinas lo hacen por una fracción de su coste. Pero los robots no son buenos para ciertas cosas. Los humanos somos todavía bastante asombrosos, aunque tengamos que tomarnos el fin de semana libre.
Kevin Roose se ríe de su broma. El sentido del humor es uno de los atributos que todavía nos diferencian de las máquinas, al igual que nuestra capacidad de improvisar. Pero tal vez solo por ahora... El gran temor de los pensadores es que un día las máquinas puedan alcanzar el estadio de la autoconsciencia. Ahí empezarían nuestros auténticos problemas. Podríamos estar entonces ante la rebelión del ordenador HAL, la pesadilla que Kubrick filmó en 1968 en su maravillosa película-poema ‘2001’.
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